VALÈNCIA. Acercarse a una serie de mafiosos a estas alturas, para quien esto escribe, requiere un gran esfuerzo. Ya quedan muy atrás los 90 cuando coger Casino o Uno de los nuestros del videoclub era un festín infalible. Después de Los Soprano y tres mil millones de series (y otras tantas películas) que giran en torno al crimen organizado no hay nada más predecible en las pantallas, ni siquiera las telenovelas.
Tal vez la sociedad podría reflexionar sobre por qué el crimen en todas sus formas es el género más estimulante para la evasión del ciudadano medio. Quizá, como siempre, esté yo equivocado, yendo por la autopista quejándome de que todos van en dirección contraria. A la vista de cómo se precipitan los acontecimientos en Estados nos vamos a ir todos de cabeza a un mundo donde gobierne la ley del más fuerte a todos los niveles. Quizá la gente se esté preparando para lo que viene, un contexto en el que, por ejemplo, cada uno tendrá que tener capacidad para amenazar o, en su defecto, sobornar al médico de cabecera si quiere que le atiendan. Ya funciona así en los edenes putinistas.
En estas circunstancias, llega MobLand con un plantel de lujo y sin más aspiración que el entretenimiento. Se trata de una serie de mafiosos canónica. El personaje central es un hombre racional y sensato (Tom Hardy) que resuelve problemas, recuerda al Señor Lobo de Pulp Fiction, pero este tiene menos glamur. Y la trama consiste en ir planteando peligros cada vez mayores a los personajes, como una bola de nieve, par que nunca haya un descanso. El guión es trampero como pocos, siempre aparece una llave maestra de repente para cada situación que pudiera atascarse, pero si pactas con la poca ambición argumental de la serie y te limitas a disfrutar, ciertamente, es muy divertida.

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Se parece a Succession, pero aquí no hay cargas de profundidad ni un humor cáustico y rebelde. Lo que no quita que los personajes en sí merezcan mucho la pena. Sin lugar a dudas, Helen Mirrer interpreta el papel más atractivo y original. Es la mujer del capo, pero le domina a él y a todos, y es especialmente mala y despiadada, a la par que alcohólica. Pierce Brosnan, su marido, también es una genialidad, aunque ya conozcamos el arquetipo y aburra a las ovejas.
Podríamos entrar en disquisiciones sobre el crimen organizado, pero es absurdo. Esta serie merece la pena porque tiene un guión diseñado para que no apartes los ojos de la pantalla. Parece poco, pero lograr que se fije la atención con ansia de saber más es un valor importante en el mundo audiovisual actual, aunque no haya nada especial que contarnos.
De hecho, conviene relajarse. Revolcarse en el género y dejarse de intelectualizarlo todo. Si es casi imposible encontrar series hoy como las grandes clásicas, las Big4 (Sopranos, Mad Men, Wire, A dos metros bajo tierra) que reflexionaban sobre la condición humana, mejor rendirse, claudicar, y dejar de llorar. Guy Ritchie es un prodigio de la acción, retrata siempre con morboso atractivo la criminalidad y le sobra humor negro. MobLand no nos va a cambiar la vida, pero miren, aquí estoy yo deseando irme al sofá a ver los capítulos que me faltan. Desear, tener ganas de algo, solo que te apetezca verla yo creo que ya es un logro.
Las críticas de los especialistas, en general, van por estos derroteros. Se quejan de que esto ya se ha visto muchas veces. A lo que yo insisto ¿pero tan entretenido? Eso ya no es tan fácil. El realismo también brilla por su ausencia. Los tiritos, las persecuciones, los momentos Rambo y, como he dicho antes, los ases en la manga que resuelven lo irresoluble abundan. En fin, es mafia-fórmula, glorificar la violencia, convertir en un espectáculo la extorsión, pero qué puedo decir yo si estoy disfrutando viéndola.

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Lo que es imposible es no acordarse de la también reciente y también británica Top Boy, la serie de Roman Bennett sobre traficantes de droga residentes en viviendas sociales londinenses, que está a unos cuantos años luz de MobLand. Y la recuerdas porque han tomado a Jasmine Jobson, la excepcional sicaria de Top Boy que aquí hace exactamente el mismo papel, tanto que te piensas que es el mismo personaje que coincide en ambos jaleos.
Por otro lado, MobLand es el resultado exacto de lo que se buscaba. Paramount+ quería soltar un cebo a los suscriptores con el gusano que más pican: la mafia. Es el género al que mejor responde la masa y, para darle empaque, han pagado un plantel de lujo. La elección de Gran Bretaña es para lanzársela a un público global, para dislocarla de la realidad estadounidense en la que suelen estar enmarcadas, y si bien la violencia es extrema, como le gusta a los chavales, también hay lujo, sofisticación y, en resumidas cuentas, pasta, que, vaya, también le atrae a los jóvenes de hoy. De esta manera, el resultado no es otra cosa que la simple suma de los factores.
Lo cierto es que, cuando uno se imagina el futuro en el que la ficción estará completamente dominada por la Inteligencia Artificial, no creo que vaya a ser muy distinto de lo que es, en este caso, un producto de marketing perfectamente estudiado. Lo único es que desaparecerán los estudios de mercado y los profesionales que los interpretan porque el público podrá decidir qué quiere ver en cada momento y se le generará con la misma imaginación de una serie como MobLand, que no aporta nada original, todos sus ingredientes se pueden rastrear por miles de series, películas y libros del ramo. Ojalá en ese momento, con las necesidades del gran público satisfechas, quede una ventana de oportunidad para que proyectos con el sustrato de las Big4 antes mencionadas puedan volver a ser rentables.

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