VALÈNCIA. Tras ver la serie Yellowstone entiendo mejor a Trump y el cambio de paradigma al que nos enfrentamos. Ni artículos, ni debates radiofónicos ni analistas televisivos me han mostrado tan claramente cuál es el mundo que viene como esta serie de Kevin Costner que se ha convertido en un éxito en EE.UU. Si la analizamos, veremos que tiene muchas de las claves para analizar sociopolíticamente el presente. Un presente en el que casi todos andamos algo perdidos y que tiene mucho de pasado. De un pasado predemocrático idealizado que allí pasa por alabar el viejo Oeste, un tiempo de oportunidades donde con tu esfuerzo y una pistola podías colonizar tus propias tierras y ser independiente. El subtexto de la serie, como veremos, es que los mitos del sueño americano y el hombre hecho a sí mismo han sido chafados por el Estado, la globalización y las ideas venenosas del progresismo como el ecologismo, el feminismo o los impuestos. Ni más ni menos que la cantinela que repiten Donald Trump, Elon Musk y en general los partidos de ultraderecha de todo el mundo.
Pero vayamos por partes.
Yellowstone es la historia de un ranchero, John Dutton, que debe proteger sus tierras de todo tipo de enemigos. Como se dice varias veces, su rancho es grandísimo, probablemente el más grande del país, de un tamaño aproximado al estado de Rhode Island. Para que su legado no se pierda, Dutton debe hacer lo que sea. Y en este “lo que sea” empezamos a ver el desprecio por el Estado, que en la serie se muestra como el gran enemigo represor de los hombres fuertes y trabajadores.
El primer problema que tiene el pobre terrateniente son las leyes, por eso el rancho de Dutton funciona como un pequeño grupo mafioso o paramilitar donde los vaqueros marcados a fuego con un símbolo en el pecho, como el ganado, pasan a formar parte de la “familia”. Nada que no hayamos visto en los grupos mafiosos, en los cárteles o en una mara latinoamericana. Y de igual forma solo pueden abandonar el rancho muertos. O asesinados por el resto del grupo si osan atreverse a dejarlo.
Estos hombres armados, porque son hombres duros y los hombres duros van armados, se dedican a hacer cumplir su propia ley mediante la fuerza. Si alguien se mete con su patrón no dudan en la extorsión, las palizas o el asesinato. ¿Qué más da? El punto de vista de la serie nos hace empatizar con estos vaqueros que lo único que hacen es defenderse. La diferencia con ficciones televisivas de grupos criminales como El Padrino, Los soprano o Narcos es que en ellas, aunque podamos empatizar levemente con los personajes, sabemos que son los “malos” de la película y de alguna forma esperamos que pierdan. Sin embargo, en Yellowstone son todo el rato romantizados como los verdaderos héroes. ¿Qué culpa tienen ellos de defenderse contra leyes injustas?
Según el pensador Jonathan Haidt, hay una narrativa épica entre los progresistas que es la liberación y una entre los conservadores que es la resistencia. Si durante varias décadas triunfó la idea progresista de ampliar derechos y libertades, en estos momentos las tornas han cambiado y triunfa la idea de resistencia ante el posible desorden que traerán los inmigrantes, el feminismo, las ideas de género e incluso, como veremos, los emprendedores y el libre mercado. Una diferenciación entre conservadores y liberales que, en España, acostumbrados por el franquismo y más tarde por el PP a que la derecha fuese una mezcla de conservadores y liberales, no vemos a veces muy clara.
La serie parece decir que nuestra obligación, si somos gente que se precie, es rebelarnos contra las leyes que han convertido EEUU en un país de blandos donde cualquiera tiene derechos sin ganárselos con sudor y sangre. De hecho, la policía, otro de los problemas para Dutton, hace la vista gorda en varias ocasiones ante las ilegalidades y crímenes de los secuaces del ranchero pues entienden que lo que han hecho es lo justo. Por encima de lo que digan las leyes y la justicia está el honor de estos hombres hechos a sí mismos. Y eso es lo que de verdad debe respetarse, no esas tonterías que ponen en la Constitución o en el código penal.
Policías, jueces, políticos, periodistas… Todos estos elementos del Estado democrático son mostrados como una lacra. En la pantalla vemos cómo asesinan periodistas, compran jueces, colocan políticos o se hacen ellos mismos agentes de la ley para poder luchar contra sus enemigos con la impunidad que da la placa. El mismo John Dutton, cuando ve que puede perder sus tierras, se presenta a gobernador para seguir luchando por sus intereses, que según la serie son los de todos los rancheros de Montana que llevan generaciones trabajando duro. Los otros, los que no viven en los ranchos y tienen trabajos menos duros, no merecen ser defendidos.
Principalmente debe luchar contra los impuestos, el gran enemigo de Dutton. Tiene un rancho más grande que el Estado de Rhode Island y la serie lo muestra como un mártir al que quieren hacerle pagar impuestos. Un mártir como lo son Trump o Elon Musk, convencidos de que los impuestos que no vayan destinados a armamento son absurdos. Si alguien quiere curarse del cáncer, que trabaje duro y se lo pague. Los servicios sociales solo crean débiles que viven de paguitas y chiringuitos y por eso los están desmantelando. Porque el Estado es el enemigo. Los jueces son colocados a dedo, los periodistas son echados de las ruedas de prensa, los políticos contrarios son insultados… y sus votantes no parecen tener problemas, al contrario, con este retroceso de la democracia y el Estado de derecho. Pensemos en una encuesta que se realizó hace unos meses donde un 42% de los jóvenes menores de 36 años dijeron que preferían una dictadura militar a una democracia para darnos cuenta de que los tiempos están cambiando. Y mucho.
Es elocuente el discurso que da John Dutton cuando se presenta a gobernador, pues de alguna forma es el discurso de la América profunda que asaltó el congreso y de muchos votantes de Trump y la ultraderecha: Si lo que quieren es progreso, entonces no me voten. Soy lo opuesto al progreso. Soy el muro contra el cual choca, y no seré yo quien se derrumbe.
El progreso al que se refiere no solo es el Estado democrático, sino también las ideologías de género que han acabado con la meritocracia y han amariconado a los hombres (¿Qué meritocracia si John Dutton heredó el rancho solo por nacer?, me pregunto yo, ¿no serán más bien los privilegios de clase?).
Otro problema son los ecologistas. Muchos han defendido que Yellowstone es la historia de un ecologista que pretende salvaguardar sus tierras de especuladores, pero la realidad es que cada vez que salen los ecologistas en la serie son tratados como moscas cojoneras. A Dutton, para fastidiar a un rival, se le ocurre dinamitar un río y cambiar su curso. Cuando la agencia de protección de las especies va a investigar, la serie los trata como metomentodos.
El otro problema derivado del progreso es la globalización. Si en la serie se habla del conservador Texas como el paraíso en la Tierra, el mundo al que aspirar; el estado de California, de ideas muy progresistas, es tratado como la gran mierda. Todos los personajes ridículos o liberales son de California. Los ridículos son aquellos californianos que compran un rancho para vivir como rancheros pero son solo gente de ciudad que no sabe nada de la verdadera vida de los rancheros. Gente blanda que ni marca con hierro ardiendo a sus trabajadores ni mata a sus enemigos. Por eso suelen salir escaldados. Por otro lado, están los especuladores de California. Quieren construir urbanizaciones o pistas de esquí o un aeropuerto en sus tierras (spoiler: casi todos acaban asesinados).
Este odio a los hombres de negocios es curioso porque nos saca del viejo paradigma neoliberal. La serie parece entender que los emprendedores son uno de los mayores problemas para los valores tradicionales y en parte predemocráticos del mundo en el que viven. Ellos son los agentes de la globalización y del progreso que acabará con Yellowstone. El mercado debe tener unos límites. Esto piensa Dutton y esto piensa Trump con sus leyes proteccionistas y los aranceles. El libre mercado es cada vez menos libre. Aunque el peor parado en la serie es el mercado del ocio: segundas residencias, turismo, aeropuertos, pistas de esquí o campos de golf son propios del orden burgués, de los que ostentaban de no trabajar cuando ahora se ostenta de no tener tiempo libre, un curioso giro de la narrativa de la clase alta.
La mentalidad de estos rancheros me recuerda a un libro clásico medieval de Don Juan Manuel llamado El Conde Lucanor. En este libro de cuentos que sirven como consejos para la nobleza española, uno de los principios fundamentales es alejarse de los negocios y las especulaciones propias de la nueva burguesía. Un verdadero caballero debe mantener en orden su patrimonio, tal vez ampliarlo con alianzas o guerras, pero nada más. Los negocios están mal vistos. No son honorables pues si Dios quiso que nacieras pobre, ¿quién eres tú para ir contra Dios?
Estos rancheros piensan en sus tierras como algo parecido. No se las dio Dios sino sus antepasados, quienes las consiguieron durante la conquista del Oeste mediante mucho sufrimiento y guerras contra la naturaleza salvaje y, sobre todo, contra los indios que habitaban la región. Ese derecho que sus antepasados ganaron a punta de pistola y que ellos han conservado de idéntica manera, no debería serles arrebatado por hombres de ciudad (burgueses) que aprovechan leyes, burocracias o dinero ganado sin verdadero esfuerzo. Con especulaciones de uno u otro tipo.
Y aquí entramos en otro de los temas fundamentales: la ética del trabajo. La serie parece decirnos que Dutton se merece todo lo que tiene porque ha trabajado mucho. En ese mundo de machos, si te rompes un brazo sigues trabajando o eres visto como un ser débil; si tu patrón te necesita, haces tantas horas extras como sea necesario aunque no te pague; si eres un niño, pues trabajas limpiando caballerizas. Porque el trabajo es lo que nos hace verdaderos “hombres”.
Como dice Francesc Miró en su ensayo El arte de fabricar sueños (Barlin Libros) “vivimos tiempos de nostalgia reaccionaria con la que el hombre blanco invoca los ejemplos de generaciones pretérritas de hombres que pudieron labrarse un porvenir a través del esfuerzo y ordenar sus vidas a través del trabajo”. Como cuenta Miró, este ideal del self-made man se reviste de los valores del esfuerzo, la perseverancia, la frugalidad o el trabajo duro, lo que por un lado esconde la codicia y los deseos de enriquecimiento personal y, por otro, sirve como justificación a los ricos. Dutton, como Trump o Musk heredaron una gran fortuna. Trabajar les sirve como justificación tal vez, pero muchos pobres también trabajan duro y no consiguen salir de pobres porque no tienen las oportunidades de la élite. Esta falsa meritocracia que iguala riqueza a trabajo y pobreza a pereza está impulsando en Estados Unidos leyes para ampliar las horas extras, quitar las pausas para la comida o poder trabajar a partir de los 14 años. Por ejemplo en Florida. Porque si trabajas en una fábrica para tu patrón doce horas al día desde los catorce años sin pausa para comer acabarás siendo millonario como Elon Musk… (el que sus padres fueran muy ricos no tuvo nada que ver).

- Yellowstone -
Por último, me llama la atención el tratamiento condescendiente de los nativos americanos. La serie no los trata con racismo sino con pena por haber perdido. Los débiles deben sucumbir y ellos fueron los débiles y malviven en Reservas porque en el fondo es lo que se merecen. Hay una escena que nos muestra en flashback el encuentro de un antepasado de John Dutton con un grupo de indios de los que vivían en sus tierras hasta que él los tiró. El jefe de la tribu, enfermo terminal, le pide permiso para yacer allí, en la tierra de sus antepasados. Con esa petición de permiso al nuevo dueño, el nativo asume las tesis de la serie: los fuertes merecen lo que tienen y los débiles deben aceptar la pérdida pues no supieron defenderse.
Como si la lucha fuera honorable y en igualdad de condiciones. Como si la meritocracia fuese cuestión de esfuerzo y no de cuentas corrientes, enchufes y colegios de pago. Como si los self-made man no fuesen, en su gran mayoría herederos. Miren la lista Forbes y busquen quiénes son los papis de los hombres hechos a sí mismos de menos de treinta años. Igual se llevan una sorpresa al ver que ni uno solo viene de la clase obrera. Ni de la clase media.
Resumiendo, el mundo propuesto por el trumpismo y sus variantes de ultraderecha conservadora es un mundo muy antiguo. Un mundo basado en la nostalgia de tiempos pasados donde el Estado no se interponía en la ley darwinista de la supremacía del más fuerte, sea un ranchero con arma o un país con misiles para el que colonizar ya no es inmoral sino ley natural. Un mundo idealizado donde el hombre fuerte y trabajador consigue lo que tiene con su esfuerzo mientras que el débil y perezoso acaba en una Reserva india o en una fábrica ganando cuatro duros. Un mundo, finalmente, de hombres; con algunas pocas mujeres que, como en la serie, asumen los roles masculinos que tanto ponen a los alumnos de Llados: fuerza bruta, falta de empatía, competición permanente.
No es de extrañar que un amigo de mi adolescencia haya puesto en redes sociales una pistola. Estos últimos años defiende al hombre duro. El problema de España, parece decir en sus post alinéandose con las ideas de VOX, es que no llevamos una pistola con la que defendernos de nuestros enemigos.
Por lo que veo en sus redes sociales, sus enemigos son inmigrantes, catalanes, feministas, wokes… ¿Qué peligro puede haber en que le dejemos llevar una pistola a este John Dutton de la terreta para que defienda su tercero con ascensor?