Verde que te quiero verde y un poquito amarilloso, hermoso. Verde viento, verde rana, una barca sobre el río con borrica en la montaña. ¿Y en la copa? Un verdejo no muy viejo, que se arrima si le hacemos rima
Pues eso, hedonistas, que hoy la cosa va de esa uva que se convierte en nombre de vino sin mucho tino en la mayoría de los bares de ésta nuestra geografía nacional. Variedad blanca que se extiende por los campos de las dos Castillas y Extremadura, salpicando el resto de España de pequeños racimos que resisten con medianía para llenar muchas botellas. A veces sola, otras en compañía y como complemento. Generalmente bien fresca y en ocasiones pasando por barricas, tiene vinos para todos cuando están bien hechos. Porque sí, un verdejo puede ser estupendo si se aleja de artificios que lo conviertan en un batido de tropicalismo. O de malas prácticas que nos trasladen al metro en viaje veraniego y plena hora punta. Por suerte, ya son unos cuantos los que lo hacen más que mejor. Y creciendo. Así lo disfrutamos nosotros, con un puñado de etiquetas que saborearemos sin olvidar que, como siempre, algunas nos dejamos en el tintero, pero las que están nos gustan muy.
Empezando por el Cantayano 2016 (Isaac Catalapiedra) que, con su poquito de madera, se expande en intensidad relleno de cosas muy bien puestas. Esas que tienen el equilibrio de los que siempre están, pero nunca cansan. Con su amargosi listo y su buen glicérico, nos encanta con los platos de siempre. Y nos pone una gallina en pepitoria, oiga.
Un verdejo puede ser estupendo si se aleja de artificios que lo conviertan en un batido de tropicalismo
La Sillería 2015 (Barco del Corneta) nos parece acogedora mecedora de las que zarandea con calma. Justa madera que le hace justicia dejando que despliegue todas sus frutas frutales. Directo, elegante y más largo que un día sin pan, pero con mucho hamor, y un corazón late que late junto a un conejillo al ajillo.
Vestido de oro y plata se presenta el Codonal Vinum Nobile 2011 (Bodegas y Viñedos El Codonal). Lujoso y lujurioso caballero, nos pide en matrimonio y se impone con señorío. De intensidad inesperada se desata para decir que nos quiere y nosotros que queremos unos chipirones rellenos de jamón.
Ay, resalaos, que se acerca La Mar Salada 2016 (MicroBio Wines) con un camión cargado de paja recién cortada. Brilla con la claridad de un reflejo sobre el campo a primera hora de la mañana mientras fluye y sapidita con una lengua a la escarlata. Buf.
El Santyuste 2017 (Esmeralda García) llega repartiendo aromas preciosos a verdad sin doblez. Inmediato y untuoso envuelve con preciosura chulita bajo un sol bien iluminoso. Llena de regocijo con una acidez de las ricas y en paseo segoviano nos ofrece unas empanadillas de atún de las de toda la vida. Y tan bien.
El Ossian Capitel 2016 (Ossian Vides y Vinos) sale a la pizarra para demostrar que es inteligente y que ha hecho la lección. Confiesa que le gustan las niñas de vainilla y comedida seriedad para tomarlas de la mano con fuerza y hacerles compañía por muchos años en los que serán felices y comerán perdices. A la manchega, vale.
Damos un cambio a lo loco con el Mesta 2017 (Fontana). Ágil, ligero y grácil nos sorprende con piruetas sin vanas ambiciones y suficientes emociones. Porque sabe que las sonrisas bastan para hacer vibrar. Y así se bebe, glugluglú, en repetidas ocasiones y con una sopa de menudos.
¿Y qué puede venir después del Mesta? Pues La Orquesta 2016 (Bodegas Soto y Manrique). Barro, cemento y barrica con un poquito de chardonnay y variadas cosas por contar. Profunda y graciosa alegría que trata de llamar la atención. Y sin compasión resuelve estar a nuestro lado con unas albóndigas de pescado.
El Dos Lágrimas 2017 (Solar de Muñosancho) no tiene un pelo de llorón. Bien al contrario, es de charanga y carcajada. Con sus rarezas de personalidad placentera se mantiene impertérrito y disfrutón con unos huevos a la Aurora.
Y antes de dejar los más tranquilos, nos hacemos con el Robert Vedel Cepas Viejas 2016 (Herrero Bodega). Sabroso y sin bobadas sólo expresa lo que es, de dónde viene y a dónde va. A hacernos agradable un largo rato con un bacalao encebollao.
Antes de marchar un par de ejemplos dorados como postre. De esos vinos que se remontan muy atrás en clave de generoso. Oxidativos de damajuanas al sol y envejecimiento en soleras con resultados muchas veces deliciosos. Como el Dorado 61 (Cuatro Rayas) que combina verdejo y palomino descubriendo redondos frutos secos y algunos naranjos molones. Integrador y apasionado lo bebemos con unos buñuelitos de vieja.
Y en esa misma línea, el De Alberto Dorado (Bodegas De Alberto) nos sirve de perfecta despedida. Perentorio y en círculos concéntricos se impone con la rotundidad de los pesos pesados. Lo acompañamos con una torta de chicharrones y nos ponemos un poquito tontorrones. Porque todo es distinto con verdejo y si no hay verdejo nos vamos, chiripitifláuticos míos.