Si queremos la pervivencia del sector alguien debería parar esta escalada de precios o nadie podrá pagarlos.
Date cuenta amiga. Ese Sky Bar al que te has acercado en el centro de Valencia y que te carga ¡16 pavazos! por un vaso ancho con más hielo que un desprendimiento del casquete polar ártico, un chorrito de Campari, otro de vermouth y unas lagrimillas de ginebra aderezado con su cortecita de naranja, te está estafando. Cobrar eso, o más, por un Negroni, un Old fashioned o incluso (lo he visto, lo juro) por un Aperol Spritz debería estar catalogado en el código penal como un delito de estafa, apropiación indebida y distracción de capitales.
Y es que, el punto al que estamos llegando en una ciudad como la de València empieza a ser esperpéntico. Cada día abre una nueva coctelería, un winebar, una cafetería de especialidad o un brunch vegan slow food concept y cada día se llena de snobs que pagan la torta de turno para hacerse la foto de rigor y posteriormente desaparecer sin dejar rastro, mientras acechan, cual vampiros emocionales, otra nueva presa a la que exprimir y exponer en redes sociales.
Como el ciclo del mercado es tan previsible, tras los early adopters, llega el mainstream y como en el caso español, andamos caninos, lo único que quedan son turistas. Decenas de ellos. Cientos. Miles. Una masa amorfa de protestantes del centro y Norte de Europa se encargan de pagar los precios abusivos de muchas de las coctelerías de la ciudad. Coctelerías, que si no fuese porque los sucesivos gobiernos locales, autonómicos y nacionales con sus políticas turísticas han provocado la gentrificación urbana, ni existirían.
Porque un país que importa hosteleros y exporta científicos está condenado a la miseria, el servilismo y la barbarie. Y cuando explote la burbuja, como sucedió con el ladrillo en el 2008, no habrá ni locales ni turistas que paguen los 16 € por el Negroni de la coctelería de turno. Y será un trago mucho más amargo. Y entonces nos quedaremos mirándonos las caras sin saber qué hacer. Sin decorados, ni bengalas, ni áticos, ni halls de hoteles. Y en lugar de la estafa de las preferentes, clamaremos contra la estafa de los Negronis. Y será tarde. Porque esta burbuja, la estamos inflando entre todos, pero solo uno será el que la pinche.