Plantados por error, salvados por accidente, por la astucia de un jardinero o por el valor de una concejala, testigos centenarios de la historia de la ciudad, el profesor y académico Ballester-Olmos selecciona una ruta con algunos de los ejemplares más relevantes de la historia de la ciudad
VALÈNCIA. José Francisco Ballester-Olmos (València, 1947) es profesor de Paisajismo y Jardinería de la Universidad Politécnica de Valencia. Académico valenciano es, probablemente, la memoria viva de los árboles valencianos, su mejor notario. Autor de monografías de todo tipo, investigador, impulsor de reconocimientos, de su mano se puede recorrer la València arbórea en pos de sus hitos, esos templos de madera y hoja que son, a su manera, un legado artístico y sobre todo un patrimonio vivo y único.
1. Pino de Can Calet. Hoy no queda nada del conjunto boscoso con masas de pinar que se extendía desde Godella hasta Campanar; nada excepción hecha de este pino. Según los cálculos de Ballester-Olmos, su edad se halla en torno a los 150 años. Está catalogado como monumental, pero para él es un árbol que es en sí un documento histórico, porque evoca a quien lo ve que hace no muchos siglos la ciudad estaba rodeada por un mar verde que comprendía la garriga mediterránea, la vegetación ribereña fluvial del río Turia y los conjuntos vegetales litorales. En este sentido recuerda una anécdota de cuando se restauró el Palau de Benicarló, sede de Les Corts Valencianes. En una de las vigas de madera del alero existía la inscripción: ‘Soc del pinar de Campanar’; es decir, las vigas de Les Corts son hijas de aquella pinada ahora perdida. Lamentablemente, los encargados de la restauración borraron la inscripción.
2. El ficus de la plaza Legión Española. Ballester-Olmos llama a este árbol el ‘ficus de la condesa de Ripalda’. Tiene 126 años ya que fue plantado en 1891. Es lo único que queda del famoso jardín del no menos famoso palacio ordenado construir por María Josefa Paulín de la Peña, condesa viuda de Joaquín de Agulló y Ripalda. Para este jardín, el de sus ensueños, la condesa solicitó los servicios del jardinero mayor Fernando Llopis. Fue él quien le sugirió plantar el ficus; acababa de visitar la Costa Azul y vio que estaba de moda entre las familias pudientes francesas; los jardineros valencianos, comenta Ballester-Olmos, solían dejarse caer por esa zona de Francia ya que, por similitudes climatológicas, les daba ideas para sus jardines. El Palacio fue derribado en 1968. ¿Por qué sobrevivió el ficus? Por un ardid del entonces jardinero mayor, Vicente Peris (apúntense este nombre, que volverá a aparecer), quien, sabiendo que las cosas no sucederían así y en secreta defensa de aquel monumento vegetal, convenció a los constructores del edificio conocido como la Pagoda que para matarlo bastaba con podarlo severamente y dejarle únicamente el tronco; así él sólo moriría y sería más fácil retirarlo. Los operarios siguieron las recomendaciones del Jardinero Mayor de Valencia y podaron drásticamente el ficus, amputando sus ramas. El árbol no sólo no murió,sino que se hizo más fuerte, cumpliendo la máxima de Nietzsche. Ahora, imponente, guarda la entrada a la plaza Legión Española.
3. La encina de la concejala valiente. Cualquiera que haya pasado por la Avenida Aragón se habrá fijado en ella. Se encuentra al principio, frente al colegio Guadalaviar, y si ha llegado a nuestros días ha sido gracias a la concejala Carmen Arjona, que en los años ochenta se puso delante de las máquinas excavadoras y se negó a que fuera derribada. En aquellos años la encina era usada como el símbolo de los ecologistas de izquierdas, mientras que el pino se vinculaba a los proyectos forestales de la época franquista. Así que su conservación tenía algo de protección de un icono. En 2004 la concejala socialista Carmina del Río realizó una moción para que su “silueta ciertamente espectacular” quedara liberada.
4. Los tres amigos. Si se llega hasta Plaza de España desde la Avenida del Cid, llaman la atención. Al principio de la calle Albacete se encuentran tres palmeras que parecen bloquear la entrada al vial. Pero no, ningún urbanista las ha puesto allí. Ellas estaban antes. Son centenarias, el último recuerdo de una de las fincas de recreo que jalonaban la zona. Teniendo en cuenta que las palmeras viven sólo ciento cincuenta años, apenas quedan unas décadas para poder verlas en su esplendor, rodeadas de edificios pero invencibles.
5. La más delgada del paseo. Al entrar por la puerta principal histórica de los Jardines del Real sobresale como un verso suelto, un capricho del destino. Lo es. Se halla en el paseo dedicado a los jardineros Peris, la familia que desde 1802 hasta los años setenta del siglo XX fue responsable del mantenimiento de los jardines municipales. Es una palmera Washingtonia robusta, y es más alta y esbelta que las que le rodean, Washingtonias filiferas. Fue plantada por error. “Cuando son pequeñas son muy parecidas; de hecho, hasta mis alumnos las confunden”, explica el profesor Ballester-Olmos. A principios del siglo XX se coló en el paseo. Una vez los jardineros se dieron cuenta de su error, decidieron mantenerla, lo que provoca una estampa singular y reconocible desde kilómetros a la redonda.
6. La palmera de Vicente Peris. Una estampa muy similar a la anterior, pero por otros motivos. De nuevo dos protagonistas, Rincón de Arellano y Vicente Peris. En este caso se trata de una palmera que tiene una edad en torno a los 100 años. Se hallaba en la plaza Mirasol, desaparecida con la apertura de la calle Poeta Querol y en la que se levantaba una casona que fuera sede del colegio de los Maristas. Con motivo de las obras de transformación urbanística, se pensó en cortar el árbol. Pero Vicente Peris tenía un plan para salvarla. Le pidió al entonces alcalde Rincón de Arellano que le dejara una noche cortar el tráfico en algunas calles. El alcalde accedió y, con dos camiones, lograron llevarla hasta su actual emplazamiento, junto al óvalo oriental de la Alameda. Rodeada ahora de otras palmeras, se yergue enhiesta y sobresaliente.
7. El ficus del Parterre. No podía faltar. Es uno de los árboles más singulares de la ciudad. Se sabe incluso cuando fue plantado, en 1852. Estaba en la ciudad antes que el ferrocarril, e incluso que la estatua dedicada a Jaume I, que parece mirarle con respeto; un rey de piedra mira a otro rey, el de los árboles de la ciudad. Ocupa 850 metros cuadrados, tiene una altura de 24 m y, cómo no, su existencia es puro azar. Fue plantado junto con otros ficus por accidente, confundido entre los 47 magnolios que se instalaron aquel año en el perímetro deljardín. Los jardineros del momento se equivocaron, dado el parecido de los dos árboles. Este ficus ha sobrevivido a todo, desde guerras hasta la riada de 1957. Los jardineros actuales lo consideran “un titán”, un ser excepcional, capaz de resistir todo. Cada vez que lo podan, los kilos de follaje y ramas se cuentan por miles. Auténtico superviviente, se halla parapetado junto a la gasolinera que podría ser la que le matase si algún día sus raíces llegaran hasta losdepósitos de gasolina. El anterior consistorio había pactado el traslado de la gasolinera, pero el actual no lo ha ejecutado. Es un patrimonio en peligro.