En la década de los ochenta, en la Inglaterra dirigida por la dama de hierro Margaret Thatcher, hubo un pacto entre Scotland Yard, medios de comunicación y el propio Parlamento, bajo el objetivo de no difundir imágenes ni cubrir noticias de las fechorías que protagonizaban cada domingo los gamberros en los estadios de fútbol.
Aquella, si se puede denominar entre comillas censura, resultó muy efectiva reduciéndose, en esa temporada, casi un treinta por ciento los incidentes y las correspondientes denuncias. Cierto alivio para las autoridades porque, cada jornada, los hooligans ingleses eran los protagonistas de las portadas de todos los tabloides, y hospitales, comisarias y juzgados fueron lugares de culto. Sin creerlo, estas fakes e innecesarias news hicieron crecer, aún más, el ego de estos anónimos malotes sin oficio ni beneficio.
Tenemos un serio problema con la ocupación del tiempo del ocio de nuestros adolescentes en este país y, al respecto, hacemos poco o nada por remediarlo. El pulgar, la ruleta, los tatuajes, la marihuana, las bebidas energéticas, las letras sin sabor de una música que duele hasta los odios. Por desgracia son una generación de copia y pega, mimética, que vive de posado en posado en la casa de Instagram.
Este verano, he vivido de cerca el modus operandi de los chavales de mi pueblo con edades cercanas a las de mis sobrinos por intentar comprenderlos. Me encuentro trabajando en un proyecto editorial, no solo para su lectura, sino para llevar a la práctica el desarrollo de un programa "La desradicalización de un joven del Cap i Casal" en institutos y colegios.
Me preocupa mucho la precaria situación que viven muchos adolescentes que, abandonando los estudios con apenas dieciséis años edad y con unos padres desolados, estos son incapaces de convencerlos de que inviertan su tiempo en formación y educación. Unos pilares básicos que, a priori, les garantizará un buen futuro.
Hace unos días, en nuestra ciudad, unos doscientos jóvenes atacaron a otros con huevos y otros utensilios en una residencia de estudiantes. Ayer, vivimos con dolor el apuñalamiento de manos de un menor a varios profesores y compañeros en un colegio.
No es demagogia. Es la maldita realidad que sufrimos por culpa de un estamento político que solo les interesa repartirse las carteras y los Ministerios, dando la espalda a una generación de adolescentes que se están refugiando en un móvil como salida ante la falta de respuestas.
La actualidad, por desgracia, difiere mucho del pasado. Hoy, son ellos los que, a través de las redes sociales controlan su propaganda y difunden sus acciones. Quizás, deberíamos repensar en cómo silenciar estas borregadas de estos aprendices a Rambo.