VALÈNCIA. No es muy habitual que una serie vaya mejorando conforme pasan las temporadas. Menos que sea el caso de una comedia y mucho más difícil todavía que una serie de humor acabe brillando como drama. Ese es el caso de Please Like Me. En su día, tuvo bastante eco su estreno. Tenía planteamientos diferentes y partía de la salida del armario de su protagonista con una escena muy potente en la que se lo confesaba a su novia, que no mostraba mucha sorpresa. Esos primeros capítulos tenían el atractivo de ver cómo una persona empieza a vivir como quiere y como es después de la revelación. Parecía que la serie iba a estar enfocada en esa cuestión, como una suerte de what if de veinteañeros que de pronto dan un giro de 180 grados a sus vidas, pero una vez presentados los personajes, el desarrollo y la profundidad van mucho más lejos. Son cuatro temporadas absorbentes en las que se llegan a firmar capítulos colosales donde se gustan hasta en realizaciones arriesgadas.
Hace poco destacamos la calidad de las series australianas, esta también lo es, con ejemplos como Upright o Mr. Inbetween. Un soplo de aire fresco en el más que saturado mundo de las series. Todas tienen puntos corrosivos o ácidos, visiones cáusticas de la realidad, pero al mismo tiempo un humor y un optimismo pese a todo que si no se contagia, se envidia.
Emily Nussbaum, la crítica de televisión del New Yorker, autora de un interesante libro contra el elitismo seriéfilo que comentamos en su día escribió que Please Like Me podría suponer un deja vu al principio, con un grupo de veinteañeros con problemas sexuales y que no saben bien qué hacer con su vida. Era 2013 cuando se empezó a emitir, los años de gloria del fenómeno millennial, generación felizmente desplazada ahora mismo por los Z. Sin embargo, la narración pronto tomaba otros derroteros. Los problemas de Josh, el protagonista, se entrelazaban con los de su madre, víctima de la depresión y que había intentado quitarse la vida, y los de su padre, varón adinerado enfilando la andropausia y que ha rehecho su vida tras el divorcio con una mujer tailandesa.
Puede que la naturalidad con la que se abordan estas cuestiones viniera de que el protagonista era también el escritor y director de la serie y, efectivamente, su madre tenía problemas mentales. Por si fuera poco, su mejor amigo en la serie también lo era en la vida real y hasta el perro que sale es el suyo. Con esa materia prima, los personajes que se iban incorporando tenían también psicopatologías. El que llega a ser novio de Josh en la mayor parte de la serie, sale de un psiquiátrico y sufre ataques de pánico habitualmente. Incluso, cuando las cosas se tuercen, ingresa voluntariamente en el centro, donde conoce a la madre del protagonista. Ahí a ambos se les suma una lesbiana que se autolesiona y que a la larga llega a ser uno de los personajes más entrañables del elenco.
No sé en qué estado se encuentra el cine comercial, pero puedo afirmar que el capítulo de I may destroy you en el que las protagonistas se van de fiesta por Italia y una acaba haciendo un trío, o el segundo de Small Axe, son equiparables en calidad a las mejores películas que se estrenan cada año. En Please like me añadiría el capítulo Degustation de la última temporada en el que asistimos sencillamente a una cena de Josh con sus padres en un restaurante de nouvelle cuisine, quince platos para quince vinos. Se asombran lo justo con las presentaciones, pero tienen una conversación sobre sus vidas y sus recuerdos, que cada vez son más cálidos conforme el vino va causando efecto. Un episodio imborrable, una joya.
El realismo es precisamente uno de sus fuertes. De hecho, por ahí ha recibido las críticas. Una cena se puede plantear en clave realista y ser una obra de arte de capítulo, pero cuando se muestra el sexo de la misma manera, hay sectores que se alteran. En esta serie, Josh puede tener sexo anal con su pareja en mitad del campo tranquilamente, o intentar hacer un trío con un chaval que han conocido en un bar y mostrarse al detalle cómo uno de ellos queda excluido de los orgasmos generándose una crisis de pareja. Al tratarse de sexo homosexual, para algunos "se muestra demasiado" porque, entendemos, tendría que esconderse aunque supuestamente se tolere. El autor de la serie zanjó cualquier crítica de este tipo diciendo lo obvio, que el sexo es algo natural y no debería incomodar a nadie y que, por tanto, seguiría rodando el mismo tipo de escenas.
Incluso las enfermedades mentales aparecen como algo natural, porque sin duda lo son. Los personajes que las arrastran lidian con ellas como pueden, porque no se puede hacer otra cosa, y la visión que se hace sobre su condición no es complaciente ni estigmatizadora, sigue la línea de tratar los temas sin filtros que se aplica a todo lo demás. El verdadero drama solo llega cuando se acaba la serie. En Australia hubo protestas de los fans, pero nunca ha habido quinta temporada. Josh Thomas se mudó a California a rodar Everything is gonna to be okay, que ya lleva dos temporadas y veinte capítulos. Por la sinopsis, parece una vuelta de tuerca demasiado fuerte a las obsesiones que ya mostró el autor en su maravilla australiana, una explotación de sus aciertos a la americana, es decir, por el camino del exceso, pero habrá que darle una oportunidad, porque este hombre ya no es Josh, es nuestro Josh.