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crónicas por los otros / OPINIÓN

Solo por uno

Podríamos decir que Ana Sendagorta tiene una vida de película con sus luces y sus sombras. Una vida de película que ha conseguido hacer este mundo más sano y mejor. La vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. Es una vida real

27/05/2017 - 

Ana tenia una vida feliz, llena, completa,  una vida acomodada, una vida aparentemente sin problemas… podríamos decir, una vida perfecta. Casada con su marido al que conoció en la época de la adolescencia habían formado una familia bonita con cinco hijos. Una de esas familias de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Todo era fácil, con los sinsabores de las rutinas y del día a día pero era una vida sin quejas. Trabajaba horas ilimitadas como oftalmóloga en el hospital, llegaba a casa, seguía trabajando, estudiando y atendiendo a sus cinco hijos. Los fines de semanas se dedicaban a pasar el tiempo en familia y organizaban muchos planes… planes de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Y llegó un día que en el hospital Ramón y Cajal de Madrid unas compañeras le hablaron de un proyecto en un país pobre, en Kenia, donde los niños y las niñas se quedaban ciegos. Una ceguera que parecía endémica de esa zona. Una ceguera que dejaba a los niños y niñas a oscuras el resto de su vida.  Una ceguera que se podía evitar. Se trataba de un proyecto amparado por el misionero español Albert en Turkana Lake, una de las zonas más pobres y olvidadas en Kenia... Uno de esos rincones que salen en las películas.  Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. 

Y hasta allí se marcharon tres oftalmólogas por su cuenta y riesgo. La primera vez que llegó a Turkana le conmovió el corazón y le removieron los niños. La ceguera, la malnutrición y las enfermedades convivían junto a esos niños y niñas de la zona que acababa de conocer y que se quedaban ciegos o morían por causas perfectamente salvables…  Uno de esos dramas de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.  

En ese momento las prioridades de Ana cambiaron. Se dio cuenta que es posible cambiar las cosas y que, según afirma la doctora, está en nuestras manos cambiarlas.

Volvió a casa, volvió a España con otra visión de la vida. Empezó a involucrarse en estas campañas para salvar a niños y niñas de la ceguera y cuyos resultados se palpaban de manera directa. Y mientras trabajaba por salvar niños de la ceguera, aconteció una fatalidad en su vida. Una de esas desgracias de las que nunca debes recuperarte, sólo aprender a vivir con ella. Muere su hijo Pablo a las 12 años. Mientras otros niños y niñas recuperaban su vida, su hijo pierde la suya. Podría haber sido uno de esos  guiones de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Entonces su vida se para, se detiene.  Y Ana le puso coraje a la vida. Ana no quiso quedarse ciega, no quiso quedarse a oscuras, no quiso morir en vida. Ana demostró su fortaleza y luchó para sacar a su familia del pozo en que debían estar. Entre todos salieron adelante porque la familia de Ana es fuerte como ella y ella es fuerte gracias a su familia. Una de esas familias que se apoyan, unida y rodeada de buena gente. Una de esas familias de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. 

En ese momento  Ana tenía que elegir qué tipo de vida quería tener. Y Ana eligió. Eligió aferrarse a su hijo y decidió montar la Fundación Pablo Horstmann

La fundación en Kenia 

Ana y Susana estudiaron la carrera juntas y desde ese momento comenzó una verdadera historia de amor. Una amistad pura y verdadera. Una amistad que les ha llevado a reír y llorar juntas. Una amistad que pasa a ser más que una amistad.  Una amistad que perdura y que crece. Una de esas relaciones imposibles de calificar.  Una de esas amistades de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. 

Con ella y un grupo de profesionales sanitarios, como parte del consejo, monta la Fundación para seguir atendiendo las necesidades de los niños y niñas pobres. En esa misma época Rafa Selas seguía su lucha por sacar adelante a los niños y niñas pobres de la isla de Lamu, en Kenia, a través de su ong ANIDAN . Unos amigos médicos les ponen en contacto y les presentan. Rafa le contaba que había levantado una casa de acogida en la isla de Lamu donde se le morían los niños porque no había pediatras, no había lugares donde atenderlos, no había ningún tipo de asistencia sanitaria… y en uno de esos viajes a Kenia, Ana confirmó lo que allí ocurría. Dramas de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Era tremendo ver una isla llena de niños donde no existía la asistencia sanitaria básica, asegura Ana. Niños y niñas que morían por causas perfectamente evitables. La pediatra Susana Ares lo vio claro. Empezaron a trabajar junto a Anidan para montar un hospital. El Hospital Pediátrico Pablo Horstmann de Anidan en Lamu.Un hospital de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

La pediatría es de las especialidades más baratas y agradecidas pues sólo con vacunas y vitaminas se ayuda a que los niños y niñas no mueran.

Y así arranca la vida de un hospital pediátrico que salva vidas, un hospital que asiste a los más necesitados, un hospital que habla de 107.000 pacientes, 5.000 ingresados y 27.000 cartillas amarillas que son las fichas que abren para el seguimiento de los niños y niñas. Un hospital que da asistencia sanitaria gratis a todos los niños y niñas del archipiélago de Lamu y que ha dado vida a esta isla. La Fundación ha ido creciendo y además de Turkana y Lamu en Kenia  lleva años trabajando en Meki, Etiopía, donde se palpa la miseria más absoluta. La Fundación trabaja con cifras que son difíciles de creer. Cifras  de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Cifras de pacientes que, me atrevo a asegurar, ella verbaliza pero no es consciente de todo lo que supone y ha conseguido. Ella no sabe lo agradecida que se puede sentir la comunidad de Lamu a su trabajo porque no vive aquí. Cuando viene pasa desapercibida  y a ella le gusta. Casi nadie sabe que la mujer de pelo rubio que camina por la isla acompañada por otra gran mujer, la pediatra Susana, es la responsable (junto a un equipo tremendo de profesionales  coordinados por la pediatra Helena Navarro) de sacar el hospital cada año adelante.  Un equipo de profesionales sanitarios de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. 

En total 40.000 niños cada año reciben algún tipo de asistencia  sanitaria en los centros de la Fundación en Kenia y en Etiopía.

Desde la primera vez que llegué a Lamu y conocí su hospital se despertó en mi un deseo importante de conocer a esa mujer. Un hospital que ha conseguido cambiar  la vida de niños, niñas y familias enteras de la isla… Y este año la he conocido. Era la mujer que esperaba detrás de un proyecto maravilloso como es el hospital. Un mujer de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

Una mujer maravillosa, educada, fuerte y vital, que ha sobrellevado con dignidad y mucha fe la pérdida de su hijo. Su hijo Pablo que le acompaña en todo lo que hace. Asegura ella que no hace las cosas por la memoria de su hijo, las hace acompañada con su hijo. Su hijo Pablo le da fuerzas y cada vez que se viene abajo mira su foto. Ana se aferra a su hijo y a otras imágenes que retiene en su memoria cuando visita sus centros en Etiopia y en Kenia. Y recuerda su lema: Solo por uno. Un lema de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es.

“Solo por un niño luchando por vivir cualquier esfuerzo es poco”.

Solo por uno ha merecido la pena tantos años de dedicación exclusiva a su Fundación. Sólo por uno ha valido el esfuerzo de tantas horas de trabajo. Solo por uno todo el sacrificio. Solo por una mirada de esa madre agradecida le sirve para cargar pilas para seguir adelante. Solo por uno de ellos vale la pena dejar atrás su vida acomodada, de trabajo en el hospital con su sueldo a final de mes, de partidas de pádel y de café con las amigas. Solo por poder salvar a un niño/a  todo merece la pena.

Y esta es la historia de Ana y de su Fundación. Una historia de película. Por eso digo que la vida de Ana podría ser una vida de película. Pero no lo es. Es una vida real.

La semana que viene… ¡más!

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