En el fondo, casi todos somos acaparadores: desde libros a estampas, carteles, planos, mapas, telas, ajuares, zapatos, discos, cuadros, plantas, joyas, cerámicas…E incluso máscaras venecianas o copas de cerveza. También inteligencia o experiencia. Amontonamos de todo. Hasta que desaparecemos. Después, como lo llaman en Estados Unidos, aparecen los “buscadores de tesoros” que son más acaparadores que muchos de nosotros y, por tanto, coleccionistas de lo que otros dejan, abandonan o venden para volver a revenderlos y darles una segunda o tercera existencia.
Por el camino de la vida de esta sociedad de consumo suele dejarse todo lo imaginable. Objetos, por lo general, que no sabemos cómo valorarán quienes lo puedan llegar a recibir algún día, a no ser que tengan algo de conocimiento sobre la identidad personal, o mucho interés. Sin embargo, para muchos es más interesante quitarse las cosas de encima para continuar en la denominada senda del progreso antes que conservar, aunque sólo sea como recuerdo. Porque uno suele guardar lo netamente muy propio, pero por lo general poco de lo que recibimos. Sí, es una contradicción. Ni siquiera valoramos lo realmente válido o interesante. Es mejor vaciar y después alquilar. Sale más rentable y es más rápido. Ofrece menos problemas, aunque las ganancias no sean tan resultonas. Pero eliminan barricadas de objetos y problemas.
Siendo uno corredor de rastros y mercadillos a lo largo de la geografía y que ha comprado a precios ridículos desde grabados franceses, británicos e italianos hasta enseres de lujo, porcelanas, joyas, objetos íntimos, policromías o primeras ediciones de libros, por poner simples ejemplos, hace unos días me llamó la atención la respuesta de dos vendedores de enseres o de vacía pisos o vacía establecimientos de hostelería ya en quiebra. Y es que en apenas unos meses dos de mi preferidos se han llenado hasta los topes. Hasta el extremo de renunciar a ampliar fondos porque sus naves industriales ya no dan más de sí.
Así que, he dejado de todo, desde fotografías de comienzos del XX, retratos, muebles, espejos,…lo inimaginable. Uno de mis proveedores me comentaba que hasta recibía llamadas de particulares para vender lo suyo propio porque la economía funciona como lo hace.
Pero la respuesta más sentimental me la dio alguien de un rastro próximo ubicado en el espacio urbano y que luce atiborrado. Me explicó que estaban aburridos de vaciar pisos, la gran mayoría de personas fallecidas a causa del Covid. Tal cual. Y lo remato mientras yo observaba un bello retrato casi decimonónico explicando no entender cómo los herederos se desprendían sin impunidad de hasta aquellos retratos familiares, tanto en fotografías de altísima calidad como en otras técnicas, cuando ellos las habían estado viendo durante décadas y eran objetos que sus propietarios habían valorado y considerado parte inseparables de sus vidas. Así que me dije: somos trastos o es nuestra vida la que acaba con el paso del tiempo convertida en meros objetos sin interés para los demás. Llegó un tipo y cogió algo de lo que yo había apartado. No dio explicaciones. Fue hábil. Pagó y desapareció sin decir nada. Hacía como que no me entendía. Tenía rasgos asiáticos. Fue listo. La había aplanado la búsqueda. Se fue lleno, con un carro.
Hagan la prueba. Si cualquiera de ustedes pregunta a sus herederos qué se llevarían de su vivienda como recuerdo para instalarlo en la suya se llevarán una gran sorpresa. Nunca valorarán como nosotros lo haríamos y hasta acabarán indignados. Tanto coleccionismo y tanta inversión en objetos de todo tipo de valor, económico o estético, y resulta que apenas los otros quieren nada. Parece formar parte de una ley de vida. Cada uno quiere tener lo suyo para crearse su propio universo y después quedar abandonado en el camino o en un rastro urbano. Por no hablar de las renuncias a las herencias en una autonomía que cobra lo suyo a los herederos. Muchos de ellos incapaces de asumir el coste de la imposición tributaria. Abandonan el pasado.
Sí ya sé que hoy nada material vale casi nada, salvo lo que los expertos llaman valores seguros. De paso pregunten a galeristas y anticuarios cómo reaccionan sus posibles y antiguos compradores ante los precios. Para ellos aún vale muchos menos de lo estimado en el negocio. Es una forma de apretar por algo que el siguiente dejará en el camino. Ya me lo avisó uno de esos coleccionistas eternos de nuestra sociedad al que tengo mucha estima y es casi uno de los pocos bohemios de lo suyo que todavía nos queda: “No se lo ofrezcas a mis sucesores porque lo rechazarán o te lo valorarán a la baja, así que disfrútalo en vida o sácale provecho por ti mismo porque no olvides que no te llevarás nada. Pero ya no compres por placer”.
Visto así tiene su lógica porque, por ejemplo, heredar una colección de maquetas de aviones o trenes, reproducciones de barcos o aviones de la segunda guerra mundial debe de ser complicado, pese a que la industria nos intente convencer cada año para que comencemos a ser coleccionistas por fascículos cada primero de enero.
Esto me recuerda al deshecho de nuestra sociedad. Comentaba un analista y sociólogo político recientemente que ningún político o profesional de nivel que esté en primera línea en una época de gran crisis como la que vivimos ahora, o lo hicimos hace unos cortos años, ha sobrevivido al desastre, salvo los que no sacan la cabeza ni se asoman. De esos quedan unos cuantos con una triste vida y hasta inútil soportada por un sueldito pero de escasa aportación real. Ya no valen nada. Miren las listas electorales y los descubrirán. Observen los consejos de administración. Son, como añadía el analista, el bulto o las rémoras de la democracia o del sistema: personajes de lo inservible. Han pasado su vida en ello y hoy son trastos que un día compramos con votos como servibles y actualmente están demodé. Como todo. Están de rebajas hasta la experiencia y la inteligencia
Son como el arte o las antigüedades, los hemos puesto en valor, han formado parte de nuestra realidad y los que vienen detrás han comprobado que a ellos ya no les sirven para nada. Así es como el ciclo vuelve a comenzar. Artístico, social, profesional y político. Objetos en desuso fruto de nuestra realidad histórica, económica y social. Esa misma que no deja nada ni se revisa en hemerotecas o archivos si no es imprescindible. Somos y seremos trastos después de una década de coyuntura. No sirve ni el pragmatismo.
Qué sociedad más contradictoria. Me quedo con Virgilio: “todos tienen derecho a pisar el umbral de los dioses”. Aún sin serlo.