VALÈNCIA. Mucha tinta ha corrido para intentar explicar qué hace de los genios precisamente eso, genios. Durante años hemos buscado la fórmula mágica, los secretos o mecanismos que han llevado, en este caso, a un joven de València a convertirse en uno de los grandes nombres de la Historia del Arte. Las claves para entenderlo son complejas, algunas casi invisibles, pero otras son tangibles y comprensibles por el ojo humano, una trayectoria en la que es clave la formación. Es a ese periodo en el que uno está todavía moldeándose al que mira la exposición Sorolla a Roma. L’artista i la pensió de la Diputació de València (1884-1889), que ha abierto sus puertas en el Palau dels Scala, ubicado en la plaza de Manises. Este proyecto ofrece una mirada al periodo romano que tanto marcó al pintor en su estrenada veintena, un “Erasmus” que fue clave para entrenar la mirada de un Joaquín Sorolla que partió con un billete de ida y vuelta y una pensión de 3.000 pesetas.
La muestra, comisariada por Rafael Gil, quien presentó el proyecto este lunes junto al presidente de la Diputació, Toni Gaspar, hace un viaje cronológico por un periodo esencial en la trayectoria creativa del artista, un camino que comenzó con un proceso de selección en el que tuvo que competir con algunos destacados pintores de su tiempo, como José Capuz o Constantino Gómez. Fue en esta suerte de Operación Triunfo de la pintura en la que la Diputació seleccionó al pintor para formarse en Roma, un proceso de casting más que complejo. Primera fase: un ejercicio que constaba de la realización de un desnudo masculino, una pintura para cuya ejecución contaban con ocho sesiones de cuatro horas. Esta prueba eliminatoria era, además, anónima, una obras señaladas por unas letras asignadas por sorteo que, en el caso de Sorolla, fue la ‘J’. Con poca dificultad accedió el pintor al segundo ejercicio, con una temática elegida por sorteo que derivó en la realización de la pintura Isaac bendiciendo a Jacob.
La final la disputó con Constantino Gómez en última última prueba que tuvo como resultado el cuadro El crit del palleter, cuyo boceto tuvieron que presentar ambos tras doce horas, una pintura de temática histórica que acabaría siendo clave para explicar su trayectoria. Es este el principal ‘vacío’ de la muestra, pues la obra se encuentra en Madrid como parte de exposición Orígenes, que próximamente acogerá el Museu de Belles Arts de València. La imponente pieza le dio la victoria, una oportunidad que cambiaría para siempre su trayectoria artística. “Sorolla es una esponja en esos momentos”, relata el comisario. Esto se ve tanto en las piezas que regularmente debía enviar a la institución valenciana como parte del programa como en aquellas que realiza de manera paralela, pinturas como Mesalina en brazos del gladiador, que dan cuenta de su fascinación por los escenarios, arte e historia de la antigua Roma.
Esta suerte de “Erasmus”, como lo define el comisario, tiene una doble lectura, pues no solo habla del impacto cultural que tuvo Italia en la obra y maneras de hacer de Sorolla, sino también de quién era ese joven que más tarde se convertiría en el gran nombre del arte valenciano. Entonces era, sin embargo, un joven de apenas veinte años que vivía su gran aventura lejos de casa, una juventud que le llevó a ser amonestado en numerosas ocasiones por incumplir con los plazos marcados por la institución para la entrega de las piezas. “Esto no siempre fácil. Sorolla demostró ser bastante laxo con los compromisos de la Diputació […] Su futuro suegro tuvo que mediar para que no le quitaran la pensión”. Fue el 4 de enero de 1885 cuando Sorolla llegó a Roma, un viaje relámpago, pues pronto marchó a París, donde permaneció varios meses antes de volver a Italia. Una vez de vuelta comenzó a trabajar en el primer envío de obras -de los tres en total- que debía realizar a la Diputació, envíos que nunca cumplirían con el calendario marcado.
Los incumplimientos en la entrega no fueron el único dolor de cabeza para la institución, que alteró con la entrega de Desnudo femenino, una pieza que “levantó muchas ampollas” entre la comisión, que consideró que pintar a una mujer desnuda “no era ni ético ni moral”. Mejor acogida tuvo Un crucificado y Tres estudios de cabezas, que en principio era un regalo para su futuro suegro que este entregó a la Diputación para “suavizar” las relaciones con el joven pintor. Un año después entregó dos piezas que ponían de relieve su mejora en el conocimiento anatómico, obras como Niño de la bola en las que muestra su dominio del detalle. “Son piezas que nos muestran la evolución de Joaquín Sorolla en unos años muy importantes de sus carrera, ya que estaba aprendiendo las principales líneas de creación artística internacionales”, relata el comisario.
Fue en la última entrega en la que Sorolla desplegó todas las armas adquiridas durante su época romana, que tradujo en una gran obra, Fray Juan Gilabert Jofré amparando a un loco perseguido por los muchachos. En este caso, Sorolla pintó el cuadro en la ciudad de Asís, donde se alojó mientras se recuperaba de la malaria, un lienzo cuya temática le vino dada por la propia Diputació y que constituye la culminación de su estancia de cinco años, un periodo que moldeó al artista que hoy conocemos. Entre esta última obra y el Crit del Palleter, explica el comisario, “hay una distancia importantísima”, un camino que pasa por las piezas ‘oficiales’ y también por numerosos dibujos o pruebas de color que integra la muestra, un viaje en el que también hay lugar para la sorpresa. “Sabemos que en su repertorio hay una versión de la Madonna Medici, pero no que compró una fotografía de la obra de Miguel Ángel durante su estancia en Roma, la cuadriculó y creó su propia Madonna”, explica Gil. Más tarde se instalaría en aquel Madrid que convirtió en hogar aunque, eso, es otra historia.
El Año Sorolla clausura sus actividades en València con una gran exposición en Fundación Bancaja en la que la emoción une el trazo del pintor y el relato de Manuel Vicent