Definitivamente, ha estallado el escándalo. Un escándalo que nadie vio venir. José Luis Ábalos, el histórico dirigente socialista valenciano, podría estar involucrado, después de todo, en el caso Koldo, la trama de corrupción organizada por los fieles de Ábalos y en relación con las estructuras de poder que en aquel entonces controlaba Ábalos, al respecto de la cual Ábalos siempre había afirmado que él no tenía nada que ver.
Podría decirse que este es el final de una historia anunciada, y además anunciada desde hace mucho. Ábalos lleva toda la vida en política, y durante casi toda su trayectoria la rumorología ha sido pródiga en vincularle con negocios o actividades dudosas. Pero siempre se quedaba en el rumor, nunca llegaba a los hechos (la imputación), ni siquiera al afloramiento mediático de supuestos escándalos. Así que la presunción de inocencia y la ausencia de pruebas de algún tipo le respaldaban.
La historia de Ábalos, siempre muy vinculada con la política valenciana y, en particular, de la ciudad de Valencia, dio un giro de 180º allá por octubre de 2016. Pedro Sánchez fue expulsado de la secretaría general del PSOE por una votación del Comité Federal socialista. Detrás de esa destitución había dos elementos de fondo: de una parte, la negativa de Sánchez a propiciar la investidura de Mariano Rajoy mediante una abstención de los socialistas. Y de otra, desde luego, la lucha por el poder dentro del PSOE. En una de esas maniobras que, insólitamente, le proporcionaron desaforados halagos de los suyos, la entonces presidenta de Andalucía, Susana Díaz, colocó a Pedro Sánchez en 2014 en la secretaría general del partido en vez de colocarse ella misma, para que le calentara la silla a la espera de desembarcar desde Andalucía cuando llegasen tiempos mejores. Como suele suceder, luego el títere salió contestatario y con pensamiento independiente (básicamente el mismo que el de Díaz: que quería estar en la poltrona). Así que el desenlace fue traumático y muchos en el PSOE quedaron muy descontentos con el espectáculo y con el "liderazgo" de Díaz.
Pero en aquel entonces también parecía evidente que Pedro Sánchez estaba amortizado como líder socialista, y que lo que le convenía era retirarse una temporada y tal vez volver unos años después como candidato a las Elecciones Europeas o comisario de la UE, algo con lustre y sin posibilidades de molestar demasiado (como hicieron con Josep Borrell en 2004 tras dimitir de su candidatura en el PSOE a finales de los años 90). Nadie apostaba por Sánchez, pero Ábalos, el líder de una facción menor del PSPV cuya fuerza se centraba en su capacidad de negociación en la agrupación socialista de Valencia ciudad, decidió hacerlo y se convirtió en uno de sus aliados inseparables. También fue uno de los diputados socialistas que se negaron a abstenerse en la investidura de Rajoy.
Por todo ello, cuando -contra pronóstico- Sánchez logró recuperar la secretaría general del PSOE, aupó a José Luis Ábalos como secretario de Organización del partido, y después, ya en el Gobierno, como ministro de Fomento. Ábalos fue uno de los hombres fuertes del sanchismo en su periplo inicial, pero fue defenestrado súbitamente en la primera remodelación importante del Gobierno, en el verano de 2021: pasó de ministro y secretario de Organización a diputado raso. Una caída inexplicada entonces, pero que, sin duda, por su profundidad y carácter abrupto, no vino motivada únicamente por la pérdida de confianza de Sánchez en él.
Parece obvio que el presidente ya sabría por entonces algunas de las cosas que están aflorando ahora (y quizás también algunas que aún no lo han hecho), y decidió soltar lastre, pues en eso se había convertido Ábalos, y eso es ahora para el PSOE y particularmente para Sánchez. Algo que al propio Ábalos le resulta, incluso a estas alturas, muy difícil de entender teniendo en cuenta su conceptualización de la política como una dinámica de pactos y lealtades que han de cumplirse a toda costa. De manera que, así como Ábalos aportó fidelidad y lealtad sin sombra de duda a Sánchez en sus peores momentos, el presidente debería haber hecho lo mismo ahora.
Una forma de funcionar que está también en el eje de su cuota de poder en el PSPV y sobre todo en la agrupación de Valencia ciudad, en donde Ábalos habría incrementado paulatinamente la cuota de militantes de su cuerda desde hace años e incluso décadas, según unos parámetros de lealtad incondicional (premiada con puestos de trabajo, cargos y prebendas varias, que la lealtad, obviamente, no es a cambio de nada) que llevan ya un tiempo disolviéndose cual azucarillo. En concreto, desde que Ábalos descendió abruptamente de las alturas.
Sin duda, el personaje habrá tenido tiempo de arrepentirse de su apuesta por Sánchez. No tanto por sentirse traicionado por el presidente, sino, sobre todo, por el éxito de su apuesta, que ha sido lo que le colocó simultáneamente bajo el escrutinio público y en una posición de poder sin parangón con lo que Ábalos estaba acostumbrado. El resultado, a la vista está. Otro "problemilla sin importancia" en el accidentado devenir de este Gobierno.