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mar abierto / OPINIÓN

SOS La Palma

26/10/2021 - 

Estaba dando vueltas a sobre qué escribirles esta semana, repasando una actualidad plagada de dislates, cuando me he topado con imágenes de La Palma encendida y se me ha helado el corazón. Con el Volcán Cumbre Vieja en constante erupción desde el 19 de septiembre; y la lava avanzando, sin dar tregua. Y con una nueva boca abierta en el cono principal, que ha causado su derrumbe.

Así que he decidido que hoy no voy a dedicar este espacio a la dialéctica política. Porque la angustia desarmada que están sufriendo los habitantes ‘palmeros/as’, viviendo esa secuencia de destrucción a cámara lenta y sin final previsible, merece, y exige, que le prestemos atención. Mucha más. Y no solo a lo que mayormente se ve, lo material, sino especialmente al drama humano que, aunque es lo esencial, a veces resulta invisible a los ojos.

No he estado aún en La Palma. Pero me gustaría. Porque si la llaman “La Isla Bonita”, tiene el mayor cráter marino emergido del mundo y ha sido reconocida como “Reserva de la Biosfera” por la UNESCO, por algo será. Y porque acumulo inolvidables recuerdos en las vecinas Tenerife, Lanzarote y La Gomera, grabados para siempre en mi memoria emocional.

En estas cinco semanas, todos hemos tenido algún momento en el pensamiento a sus más de 80.000 habitantes, que están padeciendo esta zozobra inacabada. Es duro imaginarlos abandonando sus hogares con todo lo que tienen; evacuando sus recuerdos; contemplando atónitos el magma de 5 metros de altura que ha sepultado barrios enteros como el de Todoque y amenaza con engullir otros como La Laguna.

Miedo, desesperación, rabia, incertidumbre, soledad. Porque aunque a usted y a mí nos impresione verlo, luego podemos llevar la atención a otra cosa. Pero ellos no. No hay más escenario. Ni otra luz, que la dosis de esperanza que puedan administrar a su impotencia.

Claro que nos conmociona. Por eso estoy escribiendo sobre ello. Sí, lo vemos, lo sentimos y aplaudimos cada vez que se menciona La Palma. Pero vivimos en una sociedad demasiado acostumbrada a digerir el dolor ajeno, a cauterizar las emociones y a biodegradar las tragedias, incluso las que marcan de por vida a sus protagonistas. Como pasa, sin ir más lejos, con el coronavirus que, como el volcán, aún sigue activo haciendo daño, y ha laminado ya tantas vidas.

Sabemos que las leyes de la naturaleza son indómitas. Pero cuesta asimilar que no se pueda hacer nada más, por ninguna institución del mundo, para detener, o al menos paliar, esta catástrofe. Y por cada uno de nosotros para acompañar mejor, y ayudar más, a quienes, perdido el propio techo, no saben siquiera cuándo, ni cómo, va a ser el final.  La atención que necesitan nuestros compatriotas canarios, ha de ir más allá de fugaces visitas de gobernantes o del impacto general, pero pasivo, ante el televisor. 

Porque no es solo la lava negra empujando, y arrollando hogares, comercios o cultivos. Ya más de 9 millones de metros cuadrados y de 2.300 edificaciones arrasadas. Son también decenas de terremotos diarios, cenizas, dióxido de azufre, aire irrespirable…

Y las ‘coladas’. Es sorprendente cómo, de pronto, un concepto irrumpe en nuestras vidas y parece que hubiera estado desde siempre. Como las OPAs, la Prima de Riesgo, la propia Covid y, ahora, estas Coladas de lava. Espadas de Damocles abrasadoras, justo allí donde el cielo cristalino, y la diáfana luz, permiten ver las estrellas como sólo en las islas es posible.

Puede que no seamos aún realmente conscientes de la crueldad de esta congoja. Que nos haya sacudido la situación, pero quizá no lo suficiente para la enorme aflicción que supone a los damnificados. Y que pudiéramos ayudar más. El Cabildo Insular de La Palma ha establecido cauces oficiales para colaborar con su #MásFuertesQueElVolcán.

Ya que allí tienen paralizadas sus vidas, hoy era justo, y un deber moral, detener la política y dedicarles este recuerdo-llamada. Para atraer la atención, para generar reacción y como homenaje a su sufrimiento. Así que: va por La Palma, que está pidiendo auxilio. Escuchemos su SOS. No les dejemos solos. No les olvidemos.

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