Hoy es 9 de octubre
La Filmoteca Nacional ha compartido en su cuenta de vimeo un documental que recogía imágenes de los barrios madrileños de Malasaña y Lavapiés, procesiones de Semana Santa y las Fiestas del PCE, entre los años 95 y 97. El documental dio la vuelta al mundo, pero no se proyectó en España. Cree el autor, francés, que porque aquí costaba digerir nuestro pasado inmediato cuando había ansias por pertenecer al futuro. Sin embargo, ahora esas imágenes son impagables
VALÈNCIA. El primer contraste lo sentí en la primera década del siglo XXI. Dejé de salir por Malasaña cuando cerró el No Fun. Estuve unos años conformándome con mi zona, alrededor de Prosperidad, donde había ya más bares de rock que en el centro. Un día, por lo que fuera, pasé por Malasaña y me quedé de piedra. En un par de años eso ya no tenía absolutamente nada que ver con lo que había conocido. No me pareció mal ni me sumé a los que lo criticaban llamándolo "parque temático", pero comprendí con cierta amargura que un tiempo había pasado. En Chueca no fue muy distinto.
Hace poco, viendo películas españolas divertidas con una amiga que estaba aprendiendo español, pusimos Crimen Ferpecto. La obra de Álex de la Iglesia no solo era una buena comedia, también, no sé si voluntaria o involuntariamente, retrataba con profundidad a nuestro pueblo. Lo sorprendente fue ver el Madrid de finales de los 90. Lo recordaba como un espacio lleno de lucecitas, pero en la película se refleja una oscuridad y una suciedad de la que solo hoy, cuando todo ha cambiado por completo, somos conscientes. Aunque en la actualidad haya problemas para recoger la basura y demás consecuencias de la corrupción encubierta de externalizarlo todo, aquel gris llegaba a todos los rincones, traspasaba la piedra, era otra cosa.
La misma sensación, ni más ni menos, he sentido al ver la película que ha puesto a disposición del público la Filmoteca Nacional en su cuenta de vimeo, Souvenirs de Madrid, de Jacques Duron.
Viendo un calendario que se ve al fondo en un bar y que una persona aparece con unas Air Max, las imágenes tienen que ser de 1995 o 1996, aunque fueron publicadas en 2008. Yo pateé las calles que salen sin descanso y no recordaba las paredes tan mugrientas. Ahora, no veo tanta distancia con los años ochenta como yo pensaba que había por esas fechas. El paisaje humano, sin embargo, no me sorprende. El centro de Madrid en aquel entonces era un lugar con alquileres baratos, casas casi en estado de ruina, donde la población estaba muy envejecida y sobrevivían negocios artesanos o pequeñas tiendas muy singulares. Por no mencionar cómo eran los bares diurnos.
El viejo truco de tomar imágenes, meterlas en un cajón para que envejezcan y luego sacarlas, como todos sabemos, siempre tiene valor. Es el paso del tiempo, lo enriquece todo. Yo me paso horas en flickr viendo fotos personales de otras personas buscando por fechas, 1978, 1981... Me vale cualquier país, solo observar los objetos domésticos, la ropa, las caras, los looks... ya me fascina. No debo ser el único, no hay mercadillo en Europa que no tenga fotos de otras personas a disposición del cliente. En Berlín, en el mercadillo de Mauerpark, casi me da un infarto una vez. Había toneladas. Todo alemanes con mullet, bigote y anoraks de fantasía.
La mera existencia de Souvenirs de Madrid ya es una buena noticia, sin embargo, hay algo que no me gusta. En los retratos que Duron obtiene de los naturales hay un malentendido. Se creen que están posando para una fotografía, pero en realidad es un vídeo. Los planos, de esta manera, lo que transmiten es tensión y verdadera incomodidad que, a mi juicio, y es una opinión personal, es innecesaria. El protagonista parece una especie de animal exótico en lugar de una persona. El autor declaró en una entrevista en la documentación que preparó la filmoteca para el pase que no fue deliberado, sin embargo, al final le cogió el gusto.
En sus palabras: "Les decíamos: «No es una foto, es vídeo», pero ellos permanecían quietos. El hecho de que la cámara estuviese sobre un trípode probablemente les confundía un poco. Quizás algunos no habían visto nunca una cámara de vídeo y pensaban realmente que se trataba de una fotografía o quizás estaban demasiado acostumbrados a la forma de encuadre de esos periodistas de televisión que dan vueltas alrededor de la gente con la cámara al hombro. Poco a poco, la idea de la fotografía me pareció interesante, y en el proceso de montaje, con Fabienne, desarrollamos y potenciamos esta idea. Nos parecía que iba en la misma dirección que el proyecto y que simbolizaba este mundo a punto de desaparecer y ser olvidado".
Hay interés por las verbenas y las procesiones. Salen varias y el ambiente es el imaginable hace casi treinta años. Podría haber tenido incluso tintes tétricos si saca a los penitentes de la Hermandad de Jesús de Medinaceli arrastrando las cadenas o, en las calles de Malasaña que recorre, a los sacerdotes o presuntos sacerdotes que iban con una cruz de dos metros diciéndole a los jóvenes que pecaban y entregándoles un flyer con un teléfono para recibir ayuda cristiana.
Aunque eso eran excentricidades y aquí lo que se ve es la vida cotidiana. Bares que si algunos han llegado hasta nuestros días es por la labor que ha realizado la comunidad china de coger los traspasos y no tocar el atrezzo. La mayoría del resto ya han sido reformados para que entren en este aséptico siglo XXI y conformen el material con el que sentirán nostalgia o se quedarán alucinados los contemporáneos que lleguen a 2050, si hay planeta Tierra por esas fechas.
Las declaraciones de la gente son también impagables. Hay una explicación al por qué de las plazas duras tan odiosas con las que se reformó media ciudad. Dice una señora que al principio pusieron hierba y flores, pero que se montaban picnics y se quedaba todo hecho un bardal, entonces volvieron a reformar con cementaco que te crió. Mi favorito, de todos modos, es el señor que dice ser valenciano. Está en la fiesta del PCE y manifiesta: "Soy español, soy valenciano, militante del PP y de Izquierda Unida, porque esta es la fiesta del PCE y vengo todos los años que puedo para contribuir y debatir los temas que a nivel mundial nos atañen".
Casi al final, en el Rastro, una mujer pide que le manden la foto que cree que le están sacando porque muchos extranjeros que la han fotografiado antes lo han hecho. Ahora esos aventureros encontrarían unos madrileños mucho más parecidos a los de su país. Sin embargo, tratándose de un francés, los españoles de los 90 que aparecieron aquí no eran muy distintos de los parisinos de aquella genialidad de Agnes Varda, Daguerréotypes, solo que en los 70. Aun así, el origen del documental es loable. Duron vivía en Madrid y desayunaba todos los días en el mismo bar donde los parroquianos le llamaban la atención. Un día, despareció.
Decía en la citada entrevista: "La idea del proyecto nació una mañana de diciembre de 1995, cuando bajé al bar El Oriental de la Plaza del Dos de Mayo de Madrid, como todos los días, a tomarme un café con leche. Me encantaba ese lugar con esa decoración sin cambios desde 1960, el viejo propietario gruñón, la pintoresca y colorida clientela: la viuda con rulos y bata, el ciego de la ONCE, el pescadero, el franquista nostálgico, el joven sin trabajo, la chica sin amor. Pero esa mañana el bar había cerrado, definitivamente: el dueño había vuelto a su Galicia natal y el hijo no quería hacerse cargo del negocio. Comenzaron las obras, se desmontó la antigua barra de bar, y el yeso blanco y las luces halógenas invadieron el espacio. Mi bar pasó a llamarse El Rock Café. Esta desaparición me causó una sensación de extrema fatalidad. Desde entonces, rastreaba la ciudad como si fuera una tierra por redescubrir, como si estuviera viendo por última vez la colada tendida en el patio, a los ancianos jugando a las cartas, al que vendía cigarrillos de uno en uno, y al limpiabotas".
Duron también llamó la atención sobre que ningún festival de cine español había querido proyectar esta película. Pensaba que no se quería dar esa imagen de un país que, precisamente durante esos años, estaba recibiendo una importante inyección económica de la Unión Europea que transformó notablemente todo. Creía que eran imágenes de difícil digestión para un español, que además se mostraban aspectos "reaccionarios". Ahora es unánime entre todos los que vivimos la época. Cuesta creer que anduviéramos por ahí con total naturalidad, sencillamente, porque se nos ha olvidado.