VALÈNCIA. En estos tiempos de convulsión independentista en toda España, me vino el otro día a la mente un fragmento del libro Memorias de un turista de Henri Beyle, el que más tarde fue conocido como Stendhal. Este fragmento, recogido por Arcadi Espada en su Diario de la Peste en diciembre de 2013 decía así:
"Cabe señalar que en Barcelona predican la virtud más pura, el beneficio general y que a la vez quieren tener un privilegio: una contradicción divertida. El caso de los catalanes me parece el caso de los maestro de forja franceses. Estos señores quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que se debe hacer a su gusto. Los catalanes piden que todo español que hace uso de telas de algodón pague cuatro francos al año, por el solo hecho de existir Cataluña. (…) Dicen amar lo que es útil y odiar la injusticia que beneficia a unos pocos. Es decir, están hartos de los privilegios de una clase noble que no tienen, pero quieren seguir disfrutando de los privilegios comerciales que con su influencia lograron extorsionar hace tiempo a la monarquía absoluta. Los catalanes son liberales como el poeta Alfieri, que era conde y detestaba los reyes, pero consideraba sagrados los privilegios de la nobleza."
Alguien podría advertir en este fragmento de Stendhal una cierta animadversión hacia la sociedad catalana. Alguien podría también pensar que estas palabras siguen teniendo una cierta vigencia y podrían ser lanzadas como arma arrojadiza en estos tiempos agitados. Sin embargo, la escritura de este autor significaba más bien lo contrario: una mirada reflexiva y brillante a propósito de cualquier asunto, descargada de odio.
La naturalidad en la escritura de Stendhal -una de sus principales virtudes- se despliega en la mayoría de sus obras pero es en los diarios, donde mejor se desenvuelve su estilo espontáneo. El diario de Stendhal es considerado el primer gran diario de un escritor. Beyle comenzó a escribir su diario a los 18 años. Beyle nació en Grenoble y en su juventud viajó a París para estudiar matemáticas en la Escuela Politécnica. Sin embargo, sus planes cambiaron pronto. Gracias a un contacto familiar consiguió un puesto de trabajo en el Ministerio de Defensa. A él, en verdad, lo que le gustaba era la vida, la “escuela de vida”. La editorial KRK publicó los diarios de los cinco primeros años de escritura diarística: 1801 y 1805. Aquí todavía no era Stendhal, sino un joven que escribía sus deudas económicas, su timidez, su frustración por convertirse en poeta, sus amores, sus sueños… Stendhal escribía por vicio, casi como un modo más de respirar. Y escribía de todo: de música, de ópera, de las mujeres, del arte. Además, para cualquier asunto empleaba unas palabras sencillas, despojadas de artificio. En agosto de 1806, Stendhal escribía:
"He aquí la razón por la que tener algún talento: observo mejor que nadie, veo más detalles, veo con más justeza, incluso sin necesidad de fijar la atención..."
Este mismo fragmento es recordado por Ricardo Piglia en su libro póstumo, Los diarios de Emilio Renzi. Un día en la vida, publicado este mes por la editorial Anagrama. Piglia señala y define este virtud como la “visión instantánea”. El argentino cuenta además la emoción que le supuso visitar la biblioteca de Grenoble donde Stendhal había nacido. Tuvo que ponerse un par de guantes para poder tocar los manuscritos del diario original de Stendhal. Así cuenta Piglia aquel hallazgo:
"Stendhal acompaña con dibujos y bocetos las escenas que narra en su diario. Cuenta una cena con amigos y luego hace un croquis minucioso de la sala y de la disposición de los comensales sentados a la mesa. Tenía una imaginación espacial, cartográfica".
Stendhal visitaba los salones y los teatros de París pero la llegada a Milán le cautivó como más tarde sucedería con toda Italia:
"Yo estaba absolutamente borracho, loco de felicidad y alegría. En Milán mi vida se renovó, y el malestar que traía de París desapareció para siempre".
Para aquella fecha, Beyle ya era teniente de dragones y formaba parte del ejército liderado por Napoleón. Italia le cautivó de tal manera que un año después de su estancia en Milán, en 1800, escribió su obra italianas más célebre: Roma, Nápoles y Florencia. En esos años, Stendhal entra en contacto con los intelectuales italianos. Tras sus múltiples amoríos italianos, enferma de sífilis y en 1802 le conceden un permiso por convalecencia, y debe regresar a París. A su vuelta, no podrá olvidar a su prima Adèle Rebuffel, una adolescente de apenas 15 años que se le acerca durante un espectáculo de fuegos artificiales. En su diario, Stendhal escribirá:“Desde hace dos años, cada vez que estaba abrumado por el dolor, este recuerdo me devolvía el coraje y me hacía olvidar todos los males”. En París se reencuentran pero pronto descubre Beyle que a quien desea es a la madre de Adèle. Después de estas vinieron Victorine y Mélanie Guilbert. Stendhal la ama pero Mélanie no quiere tener relaciones sexuales con él, solo tímidos acercamientos amorosos. Beyle, entonces, dedica buena parte de su diario a contar estas cuitas y lo cuidadoso que es llevándose siempre preservativos a cada cita. Cuando por fin consigue acostarse con ella, Mélanie lo logra alcanzar el placer. Stendhal se turba tanto que en su siguiente novela, Lamiel, rescata esta pregunta: ¿es posible que una joven mujer apasionada y bella sea también frígida?
Stendhal es conocido, sobre todo, por su famoso síndrome. Uno que describe en sus diarios de este modo:
"Había llegado a ese punto de emoción en el que se combinan las sensaciones celestiales dadas por las bellas artes y los sentimientos apasionados. Estaba yo saliendo de Santa Croce cuando noté que me latía el corazón, la vida estaba agotada para mí, andaba con miedo a caerme".
Fue Graziella Magherini, una psiquiatra florentina la que en el año 1989 escribió y describió este famoso síndrome como una “dolencia psicosomática cuyos síntomas consisten en una brusca elevación del ritmo cardíaco, vértigo, confusión, angustia, depresiones, todo ello causado por una excesiva exposición a la belleza”.
En sus diarios, Stendhal apenas habla de política. Le seduce mucho más la cultura, la música y la pintura principalmente. Sus diarios son un grupo de sensaciones, un registro a vuelapluma de lo que observaba. Lo más curioso de esta obra en su extraordinaria modernidad. No sólo por el fragmento que encabeza este articulo. La actualidad de lo que escribe es absoluta. Dos siglos de diferencia temporal que no significan diferencia literaria.
La vida de Stendhal se dividió entre Francia e Italia. En 1839 viajó a Nápoles con Prosper Mérimée, el famoso autor de la novela Carmen que fue adaptada a ópera por Bizet. Dos años después Stendhal tuvo su primer ataque cerebrovascular. Volvió a París y solo un año después y en plena calle, sufre un nuevo ataque que le hace perder el conocimeinto. Es llevado a su domicilio y allí muere. Al día siguiente, es enterrado en el cementerio de Montmarte.