Hoy es 15 de octubre
La editorial Imperdible publica en español un ensayo del activista y filósofo Gabriel Kuhn que repasa de forma exhaustiva la evolución de este movimiento musical, social, pero también político, que surgió a principios de los años ochenta en Estados Unidos y se extendió al resto del mundo
VALÈNCIA. Puede que la etiqueta Straight Edge (sXe) no le suene de nada a mucha gente. Al final y al cabo, hablamos de una vertiente residual dentro del hardcore punk, un subgénero ya de por sí underground. Minoritaria, pero también disruptiva y muy interesante desde el punto de vista cultural y sociológico, esta corriente compaginaba los mensajes de rectitud moral con una música rápida y agresiva. Su símbolo universal es la “X”, que muchos jóvenes se pintaban en el dorso de la mano para expresar su rechazo al consumo de drogas y alcohol.
La editorial Imperdible ha publicado por primera vez en España Una vida sobria para la revolución, un ensayo escrito en 2010 por el activista y filósofo sueco Gabriel Kuhn que recapitula la historia de este movimiento desde su nacimiento en Estados Unidos a principios de los ochenta hasta la actualidad, poniendo el foco en la vinculación del sXe con las políticas radicales de izquierdas, pero sin eludir la crítica a las derivas conservaduristas extremas que ha llegado a tener esta corriente a lo largo de su existencia.
La controversia ha acompañado al sXe prácticamente desde sus inicios. La idea de romper con el cliché “sexo, drogas y rock and roll” no sentó muy bien en determinados sectores de de la escena punk de Washington D.C., a la que pertenecía Ian MacKaye, líder de bandas fundamentales del género como Minor Threat, Embrace o Fugazi, fundador del sello Dischord Records y protagonista imprescindible en esta historia.
Corría el año 1981 cuando MacKaye, que por entonces no era más que un adolescente, escribió la letra de una canción como reacción al maltrato y las bromas de mal gusto que recibía en su entorno por su decisión personal de no beber ni consumir drogas para evadirse o divertirse. “Never want to use a crutch” (No quiero usar muletas nunca”), reza uno de sus versos más conocidos. La canción, titulada “Straight Edge” (camino recto), ha pasado a los anales del punk porque inoculó una nueva perspectiva vital en multitud de jóvenes.
MacKaye, que en la actualidad cuenta 62 años y sigue en activo, ha repetido hasta la saciedad que él jamás quiso iniciar un movimiento -mucho menos una revolución-, pero la realidad es que los artistas pierden el control de su obra una vez la muestran al mundo. Sin duda, Minor Threat encendió sin querer una espita que se expandió rápidamente por otras ciudades norteamericanas, alentando la formación de otros grupos de hardcore autodenominados sXe y el crecimiento de una base de seguidores muy jóvenes y muy entregados a la causa. MacKaye siempre ha lamentado que canciones como “Straight Edge”, “Out of Step” o “In my Eyes” se entendiesen como mandatos (“No fumes”, “No bebas”, “No folles”), cuando en realidad su intención era expresar un posicionamiento personal contra el nihilismo y la autodestrucción asociada tradicionalmente al punk, así como la obsesión masculina por la promiscuidad sexual como valor supremo en una sociedad tóxica que fomenta el ideal del “tipo duro”. También fue importante su crítica contra la política de no dejar entrar a menores de edad a los conciertos. Una medida que a día de hoy sigue generalizada bajo la argumentación de que en las salas se vende alcohol “¿Por qué la música es tratada siempre como una actividad secundaria de la fiesta?”, se pregunta el músico de Washington, cuyos conciertos siempre han sido all ages, para todo el público, sin discriminación de edad.
El veganismo, el anticonsumismo y la cultura del DIY o la autogestión también formaban parte del “camino recto” en aquella primera etapa conocida como “old school”, a la que también pertenecían bandas como 7 Seconds (Reno, Nevada); SSD y Slapshot (Boston); Gorilla Biscuits y Youth of Today (Nueva York); Wide Awake (Connecticut); Chain of Strength y Uniform Choice (California), por citar solo algunas.
Ya desde el inicio, el Straight Edge tuvo su réplica en Europa, con la banda holandesa Lärm como pionera de una escena que en 1989 ya tenía influencia en Brasil y que para principios de los noventa echó raíces en las escenas punk más politizadas de Polonia, Portugal o Israel. Uno de los elementos más interesantes de Una vida sobria para la revolución es, de hecho, su perspectiva global. El libro incluye largas entrevistas a los protagonistas de muchas de estas escenas SXE de la periferia geográfica, eludiendo la visión excesivamente norteamericana que se suele dar a este género. Es especialmente interesante, por ejemplo, la conversación con Jonathan Pollak, miembro de la escena sXe y cofundador de Anarquistas contra el Muro, un grupo israelí de acción directa de apoyo a la resistencia palestina.
Aunque las escenas holandesa y alemana siempre han tenido mucho peso dentro del sXe europeo, a mediados de los años noventa -ya dentro de la etapa denominada “new school”- todas las miradas se dirigían a Suecia y, muy especialmente, a la explosión de bandas veganas con ideario Straight Edge surgidas en la ciudad universitaria de Umea. A ella pertenecían grupos como Refused (cuyo ideario era expresamente socialista-comunista), Abhinanda o Doughtnuts (formada solo por chicas, una cosa bastante excepcional en su momento dentro de esta escena).
A lo largo de su historia, que se prolonga hasta la actualidad, el término Straight Edge ha estado sujeto a multitud de cambios y derivaciones, generando corrientes internas que en algunos casos podían coexistir sin mayor problema, pero que en otros casos llegaron a ser diametralmente opuestas entre sí. Estaba la rama más “espiritual”, con vinculaciones con los Hare Krishna -el principal exponente del “Krishnacore” fue Ray Cappo, líder de Youth of Today y Shelter–, mientras que otras bandas se centraban más en la dimensión política de su mensaje (en España el grupo Manifesto es un claro ejemplo de banda sXe con trasfondo comunista). En otros casos, como el de los norteamericanos Earth Crisis, exponentes de la llamada hardline o línea dura, el discurso gravitaba sobre todo en la defensa de los derechos de los animales y la crítica a la destrucción medioambiental. Sin ser ni mucho menos uno de los pilares de la escena -que siempre ha sido primordialmente masculina, blanca y heterosexual-, el feminismo e incluso la identidad queer también ha llegado a tener su pequeño espacio. Otro de los aciertos de este ensayo es precisamente la inclusión de estas realidades, aunque sean minoritarias.
El viejo problema del sXe -que llevó a muchos de sus precursores a desvincularse del movimiento (aunque ello no significara continuar con su compromiso con la sobriedad)- es que una parte de sus seguidores malinterpretaron y corrompieron sus ideas fundacionales. Muchas bandas imprimieron a sus canciones una pátina de superioridad moral y radicalidad que derivó en una glorificación de la violencia que se hacía patente tanto en los lemas de las camisetas como en la actitud del público en los conciertos, en los que se producían peleas frecuentemente. Aunque son casos muy aislados y no es representativo en absoluto de la filosofía de esta escena, hay que decir que el tema se degradó hasta el punto de aparecer bandas de ideología neo-nazi autodenominadas sXe.
“La superioridad moral no es más que una muleta del ego”, concluye MacKaye, para quien Straight Edge siempre fue sinónimo de cambio social positivo.