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Nostàlgia de futur / OPINIÓN

Sudáfrica en la encrucijada

4/01/2018 - 

Sudáfrica es, junto a Nigeria, la locomotora económica del continente más pobre del planeta. Es también uno de los cuatro países africanos de ingresos medio-altos según la clasificación del Banco Mundial (los otros son Botswana, Gabón y Mauricio) y el único miembro africano del G-20.

Una escapada navideña me ha permitido recorrer los diversos climas y paisajes del país en un larguísimo road-trip, recuperar viejos vínculos con compañeros de estudios y discutir-aprender-leer mucho sobre la encrucijada social y política en la que se encuentra.

Como tantas otras naciones de nuestro sur su historia está bañada en sangre, basada en una estructura económica extractiva al servicio de las metrópolis y consagrada en un desarrollo desigual que se prolonga hasta el momento. Sudáfrica, como tantas otras naciones de nuestro sur, construyó sus instituciones sobre los prejuicios raciales, pero llevó el fascismo tardío a un grado de sofisticación sin precedentes.

Las batallas seculares entre los afrikaners, de origen neerlandés, y los británicos, culminaron con una alianza para la formación de la Unión Sudafricana en 1910. Una alianza inestable constituida sobre la marginación de los nativos de ese territorio. La ascensión del Partido Nacional en 1948 supuso la institucionalización del Apartheid -Separación-, un sistema estructurado de discriminación racial que se prolongó hasta 1991 y que marginó a un país al que la comunidad internacional dio la espalda. 

El ANC (Congreso Nacional Africano) fue fundado en 1912. Fue un movimiento revolucionario que unió a las distintas tribus nativas en reacción a las políticas de discriminación racial. Prohibido en 1960 y con sus líderes encerrados en prisión (Nelson Mandela pasó allí 27 años) se consolidó en la ilegalidad y el exilio. El referéndum de 1992 puso fin a las políticas del Apartheid y abrió la puerta para que el ANC concurriera en las siguientes elecciones. Desde 1994 ha sido el único partido de gobierno de la Sudáfrica democrática obteniendo siempre más del 60% de los votos. 

A pesar de su intachable reputación moral y su protagonismo indiscutible en la transición pacífica a la plena democracia, el ANC llegó al gobierno en 1994 sin estar preparado para gobernar. Tal como afirman Prince Mashele y Mzukisi Qobo en su llibro The Fall of ANC: What Next? (La Caída del ANC: ¿qué viene después?) una cosa es ser un exitoso movimiento de liberación nacional y otra cosa muy distinta estar preparado para el pragmatismo de la gestión gubernamental.

El ANC venció en 1994 liderado por un reputado Mandela, pero con una limitada reflexión previa sobre el tipo de políticas y el modelo de estado al que se aspiraba. Una lucha interna entre aquellos que buscaban primero la redistribución y la facción que ponía el énfasis en el equilibrio macroeconómico ante el miedo al sobre-endeudamiento para redistribuir después, liderada por el que sería el sucesor de Mandela, Thabo Mbeki, se saldó con el triunfo de la segunda postura en 1996.

Los dos años anteriores supusieron un ajuste de expectativas al comprender de repente que la estructura gubernamental que heredaban estaba en bancarrota. El último gobierno del Apartheid liderado por F. W. de Klerk (Premio Nobel de la Paz junto a Mandela por el desmantelamiento del sistema racista) multiplicó el déficit público por dos veces y media entre 1989 y 1994. 

El gobierno de Mandela, liderado de manera mesiánica, se centró con un éxito indiscutible en la reconciliación entre los sudafricanos de distintas razas. Su sucesor Thabo Mbeki, formado como economista en Inglaterra, tuvo como principal objetivo la inclusión económica de los más pobres dejados atrás por el sistema extractivo de acumulación de capital y por la minoría blanca todavía dominante en los negocios. El balance posterior fue de una clase media negra creciente y una mejora de los servicios vitales para los pobres sin una reducción estructural de la pobreza. Aún así el PIB se triplicó entre1996 y 2011 mientras que el PIB per capita ‘sólo’ crecía un 50%.

Una mayoría dentro del ANC maniobró en 2007, en una actuación similar al impeachment de Dilma Rousseff en Brasil, para echar a Mbeki y encumbrar a Jacob Zuma que había estado apartado en 2005 de su cargo de vice-presidente acusado de corrupción.

Jacob Zuma, jefe del estado desde 2009 y abiertamente polígamo, ha ido encadenando polémica tras polémica. En 2015 salió absuelto de un caso de abusos sexuales y hoy en día se le acusa en más de 700 casos de corrupción. En Sudáfrica se ha popularizado el término de State Capture (Captura del Estado) para definir una sistema de corrupción donde los intereses privados (y particularmente los de la poderosa familia de negocios de origen indio Gupta) influyen en los procesos de toma de decisiones públicas para capturarlos. 

La máquina electoral del ANC parece imbatible pero ha ido perdiendo fuelle poco a poco. La Alianza Democrática, un partido socio-liberal e interracial, gobierna ya las tres ciudades más importantes del país y consiguió en las últimas elecciones locales de 2016 un 27% de los votos.

El último congreso del ANC celebrado este pasado diciembre, supuso la derrota de la candidata preferida de Zuma, que también era su ex-mujer, la ex ministra Nkosazana Dlamini-Zuma frente al vice-presidente del país Cyril Ramaphosa que previsiblemente será nombrado, antes o después de elecciones, presidente de Sudáfrica. Mientras tanto, Jacob Zuma se enfrentará inevitablemente a las acusaciones de corrupción.

Ramaphosa, apoyado por una coalición anómala entre el ala radical de izquierdas del partido, la más liberal y los agentes empresariales, se enfrenta a la tarea de reconducir las políticas públicas y reducir la corrupción. No obstante, parece difícil que un partido que ha gobernado de manera casi absoluta durante 24 años pueda curarse solo desde dentro. La oposición crece así como la presión desde la sociedad civil. Es posible que acabemos viendo una erosión continuada pero moderada de los resultados electorales del ANC. Por otra parte, debido a los numerosos casos de corrupción, no es descabellado que el partido implosione a la manera que lo hizo la democracia cristiana en Italia después de décadas en el gobierno. 

El ANC y la historia reciente de Sudáfrica nos enseñan valiosas lecciones: la primera es el poder de la reconciliación y el éxito social de las transiciones pacíficas; la segunda es la esperanzadora capacidad de crecimiento de un país rico en recursos sin discriminación racial. Pero hay otras conclusiones mucho menos positivas: en primer lugar, el crecimiento de una economía extractiva puede perpetuarse sin significativas reducciones de las desigualdades; en segundo lugar, la legitimidad de los movimientos de liberación no tiene porqué ir aparejada de una buena gestión cuando estos están en el gobierno y, finalmente, lo más evidente: la perpetuación de un partido en el poder, aún por vías democráticas, acaba perjudicando al conjunto de la sociedad. 

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