Estos días en los que han sonado tambores de guerra en Ucrania ha resultado jocoso ver en las redes a chavales, y más de un adulto, sumándose al fervor guerrero. Sin duda alguna, sabemos muchas cosas de la Historia, pero tenemos muy poca cultura si nos sigue excitando la guerra. En cómic, el mejor antídoto contra el belicismo es, sin duda alguna, la obra de Jacques Tardi. El historietista, hijo y nieto de militares, dedicó décadas a retratar la contienda, pero rechazó la Legión de Honor. No aceptaba medallas del poder
VALÈNCIA. A mí es una historia que nunca me abandonará. Un soldado que pasa la noche resguardándose del fuego, cree que tiene las manos metidas en el fango, pero es entre las tripas de un compañero. Por la mañana, intenta limpiarse, pero no encuentra agua, tiene que hacerlo con los pantalones. No es una película, es el testimonio del abuelo de Jacques Tardi, un dibujante incansable, que no sale de su mesa ni para recibir premios. No le interesan los galardones, solo dibujar. Su enorme obra sobre la guerra fue reconocida por el gobierno francés y le quisieron dar la Legión de Honor, pero la rechazó. Sin adornarse, solo dijo que no aceptaba premios del poder, ni del francés ni de ninguno. No buscó pretextos ni historietas para premiarse a sí mismo al rechazar el premio, como hacen tantos.
El abuelo de Tardi era corso. Pisó por primera vez la Europa continental para ir a la guerra del 14. Le gasearon en las trincheras, vivió motines, asaltos y los horrores del conflicto armado. No hablaba mucho, pero algo le contó a su mujer, que era la abuela de Tardí y eso impresionó al crío para siempre. Dedicó su vida a averiguar todos los detalles de aquella tragedia. No hay una sola viñeta que apele a la épica ni al ardor guerrero en sus álbumes, editados en España por Norma, La guerra de las trincheras, Yo, René Tardí, prisionero en Stalag IIB 3 y el imprescindible ¡Puta Guerra!
El pequeño Tardi se preguntaba cómo su dulce abuelo, que había ido a recogerle todos los días a la escuela, había podido estar presente en semejante infierno. Sobre todo, no podía quitarse una idea de la cabeza: su querido abuelo ¿habría matado gente? Con su padre era más o menos lo mismo. En la II Guerra Mundial, había estado prisionero en un campo de concentración en Pomerania. La obra que dedicó a todas estas vivencias, salvando las distancias -su padre era soldado, no judío-, tienen el aroma del clásico por excelencia, Maus.
Antes, se había alistado, combatido y formado parte del maquis francés hasta que los alemanes le atraparon. Por si fuera poco, su padre estuvo destinado en la Alemania de la posguerra. El pequeño Tardi creció con estos antepasados familiares en un país bombardeado y en ruinas, aunque con encantos. Según ha revelado en entrevistas, le fascinaron las máquinas de pinball, desconocidas en Francia, a las que jugaban los soldados estadounidenses.
Viajó por su cuenta a todos los campos de batalla, al Somme, Marne, Craonne... Cuando luego, como dibujante, se interesó por retratar la Gran Guerra le tomaban por chalado. Su primera propuesta a René Goscinny, creador de Astérix y Lucky Luke, para publicarla en Pilote fue rechazada, pensó que se quería "reír de los soldados muertos". Pero perseveró, insistió hasta aportar un verdadero clásico del cómic. Los detalles lo son todo en sus obras sobre esta contienda. Para empezar, porque instaló un maniquí en su casa vestido con el uniforme, con su mochila y sus polainas para ser lo más fiel posible a la realidad. Dijo que, cuando vio cuánto pesaba todo lo que llevaban, entendía por qué siempre salían torcidos en las fotos.
Después, recurrió a Jean-Pierre Verney, un documentalista que, desde niño, se iba a buscar vestigios de guerra a los campos de batalla franceses. No era un experto en armas ni ningún entusiasta de ese tipo, sino alguien que compartía con Tardi el impacto emocional de no llegar a creer realmente que algo así pudiera haber sucedido. Tantas historias anónimas que acabaron de mala manera en la trinchera, tantas vidas sesgadas caprichosamente.
Si la memoria colectiva recuerda un episodio de muerte inútil en la Gran Guerra es el que filmó Kubrick en Senderos de Gloria. Sin embargo, a Tardi le ha enervado esta película, de hecho, el dibujó este episodio, las absurdas ofensivas frontales cuesta arriba del general Nivelle, de forma magistral y más acorde a lo que realmente sucedió. Tardi fue al terreno real de la batalla y pudo llegar a detalles como que los soldados franceses, cuando lanzaban sus granadas, por la pendiente, podían caer detrás o encima de ellos. En la película encontró que las trincheras eran demasiado anchas y le pareció de mofa tanto que los soldados llevaran fusiles rusos como que el consejo de guerra se celebrara en un castillo barroco bávaro. En una entrevista se preguntó: "Me dicen que son cosas de las que solo me doy cuenta yo, pero son importantes. No veo en qué la documentación sería mala para la película".
Otro hito viñetil de este gran autor es su detective Adèle. En el cómic, cierto es, resulta frecuente que las series detectivescas más importantes tengan como protagonistas a mujeres, muy al contrario que en otros medios más populares. El mérito de Tardi, no obstante, es que tomó esta decisión en 1976, justo después del Año de la Mujer.
También destaca su reconstrucción de la Comuna de París. Otra carnicería, hubo veinte mil muertos. Fue uno de los primeros intentos de exigir democracia directa, como ha ocurrido en este siglo. No es ningún secreto, por tanto, que Tardi tenga cierto espíritu anarquistoide. Nunca en su vida lo va a poder demostrar más que el citado día en el que rechazó la Legión de Honor en 2013. También se negó a participar en la conmemoración del inicio de la guerra en 2014. Su odio hacia el nacionalismo es visceral y su pánico hacia los uniformes y las banderas, que convierten en asesinos en potencia a los hombres que los llevan, muy real. Pasan los años y siguen produciendo el mismo efecto sin que la cultura pueda mitigarlo. Más bien al revés.