VALÈNCIA. En las artes, el orden de los factores sí que afecta al producto. No se puede barnizar una cerámica que no está creada. Tampoco es habitual montar un teatro sin programadores ni comenzar a construir los cimientos de un cine sin saber si cabrá dentro la pantalla. Aunque hay disciplinas en las que la alteración del orden lógico lleva a resultados únicos: escribir el final de un libro antes que el principio, dibujar la última viñeta de un cómic antes que la primera, ver un tráiler antes de comenzar la película… y ahí reside la magia de la libre elección.
Sin este “albedrío” València nunca habría podido imaginar -ni contar- la historia de la compañía Arden, que este año celebra su treinta aniversario gracias a darle la vuelta a las cosas. Un “cumpleaños” muy especial que se celebrará en la Sala Russafa el próximo 9 de abril a las 20 horas, con un espectáculo en el que Chema Cardeña, actor, director y socio fundador, repasará la historia de la compañía a través de una gala teatralizada que repasa los treinta años de vida de la compañía.
Pero antes de llegar a la celebración final cabe remontarse a los inicios. En el año 1995 Chema Cardeña se juntó con su amigo Juan Carlos Garés motivado por una idea aparentemente simple: crear una obra de teatro en la que homenajear a Shakespeare. Con esta idea nace La estancia, una pieza que refleja al autor sobre el misterioso escritor Christophe Marlowe con la Inglaterra isabelina como telón de fondo.

- La estancia, 1995 -
- Imágenes cedidas por Arden
Una pieza que les hizo empezar la casa por el tejado y crear una compañía para abrazar su texto que se llamaría Arden, “por el bosque de Arden de William Shakespeare”. Tras esta idea alocada nace una función única que enamoró al público, y que les llevó a generar su trilogía de la memoria que se ha podido ver entre salas de toda España en los últimos años.
“De esta idea nace la trilogía y desde ahí comienza a formarse Arden como compañía. Nacemos de un espectáculo y de la idea de querer contarlo a todo el mundo, y para eso teníamos que dotarlo de una compañía”, rememora Cardeña. Echando la vista atrás, esta idea alocada les llevó a generar, cada vez más, piezas con una visión política, única y uqe se atrevieran a contar lo que otras no hacían. Un manifiesto que les ha llevado a resistir sobre el escenario, siempre hablando de la fuerza de las compañías, sus ideales y los cambios que han ido superando gracias al teatro y que les llevó también a conformar la Sala Russafa.
“A lo largo de treinta años hemos vivido todo tipo de idas y venidas, pero siempre subsistimos. Esto demuestra que el teatro es imprescindible y que en una época en la que prima lo digital y estamos saturados de pantallas, tablets y dispositivos, la gente quiere volver a ver un ser humano en escena contándole una historia”.

- La puta enamorada, 1997 -
- Imágenes cedidas por Arden
Sin embargo, a pesar de esta labor social que llevan años llevando a cabo Cardeña considera que a lo largo de estas tres décadas no han hecho más que ir perdiendo beneficios, es por ello que ve que la cultura parece que cada vez importa “menos para los políticos” aunque cada vez revierte más a nivel social.
“Hemos ido sobreviviendo como sala y como compañía adaptándonos a los cambios. Los teatreros tenemos la mala costumbre de anteponer nuestro oficio y vocación a nuestra propia vida y somos capaces de pasar todo tipo de penurias para seguir manteniendo el arte en nuestra vida.
Por suerte, en Arden, siempre han apostado por nosotros y nosotros siempre hemos querido seguir innovando, aunque tengamos que hacer malabares para sobrevivir”. Entre estos malabares, lejos del espectáculo, Cardeña critica que los artistas tienen que aprender a la fuerza sobre burocracia y tener una “vocación administrativa” para tirar hacia delante con sus gestiones.

- Foto: MARC ESPERT -
Eso sí, entre gestiones de todo tipo desde Arden se han avenido para plantar los cimientos de la Sala Russafa y también para aventurarse a todo tipo de formatos, como hicieran con su pieza La invasión de los bárbaros el año pasado, dando el salto del escenario a la gran pantalla junto a Vicent Monsonís. “Un creador no tiene que estar al servicio de nadie y tiene que atreverse a hacer cosas nuevas constantemente. Tenemos que saber evolucionar hacia los nuevos lenguajes y atrevernos a cumplir retos que parecen imposibles como lo era este, dar el salto al cine. Caminamos hacia diferentes lugares constantemente, es la magia de la cultura”.
Respecto a su crítica social y política a lo largo de los años, y preguntado por su pieza Arcángeles que a finales de enero pudo verse en La Rambleta, considera que las piezas teatrales tienen que ser capaces de generar debate y de irritar al espectador si es necesario: “No tenemos que estar al servicio de nadie, el teatro no es ocio, es cultura y la cultura tiene que remover las conciencias. Además, el teatro no se puede quedar haciendo arqueología, no podemos seguir haciendo obras como se hacía en el Siglo del Oro, tenemos que adaptarnos a la sociedad que nos pide siempre que demos un paso adelante”.

- Las rameras de Shakespeare, 2012 -
- Imágenes cedidas por Arden
Contemplando sus orígenes desde ese homenaje a Shakespeare hasta el presente, considera que sí que hay algo que nunca ha cambiado en su forma de trabajar: la forma de compartir el teatro y las artes. “En treinta años he aprendido muchísimo como creador, persona, personaje y hasta empresario, pero lo más importante es comprender que el teatro siempre tiene que ser compartido, que si no no sirve para nada”.
Al igual que pasa en las artes, el orden de factores no es siempre lógico, y el final de esta historia se construyó sin su principio, aunque conociendo la historia de Cardeña, su relato sobre la construcción de su compañía Arden, la Sala Russafa y sus anécdotas. En ese caso… ¿Existe realmente un punto de partida para hablar de las artes?... ¿O se le puede dar la vuelta a todo desde lo creativo?

- Socios actuales de Arden, 2025 -
- Imágenes cedidas por Arden