VALÈNCIA. La película que se alzó el año pasado con el Premio del Público en el Festival de Toronto acaba de llegar a nuestra cartelera, se titula La vida de Chuck (Mike Flanagan), y en sus tres partes incide en un verso de Walt Whitman, extraído de su poema Canto a mí mismo: “Soy inmenso, contengo multitudes". Esa frase es aplicable a cualquier vida. La bailarina y coreógrafa Cristina Gómez no es una excepción y en su nueva obra, Ballar o morir, programada en Carme Teatre el 30 y 31 de octubre y el 1 y 2 de noviembre próximos, celebra esa convivencia en su interior de múltiples ideas, contradicciones y personalidades, pero en su caso, poniendo el foco en la danza.
El disparadero de la pieza fue una canción de Paloma San Basilio que se titula Bailando. “El estribillo viene a decir que bailando no existe el tiempo. A partir de ahí me planteé si el tiempo es circular, si no existe o existe todo el tiempo. También aspectos como las realidades paralelas, realidades en las que tus decisiones pueden ser otras”, desarrolla sobre un proyecto apoyado por el IVC, el Ayuntamiento de Valencia, y Espai LaGranja donde conviven, como en el mismo ser de su artífice, una profusión de estímulos.
En Ballar o morir subyace el concepto de hauntología de Jacques Derrida, como también la reflexión sobre la mortalidad del replicante Roy Batty en Blade Runner y la narrativa surrealista y fragmentada de Carretera perdida, de David Lynch. Hay una reflexión escénica sobre la trayectoria del coreógrafo Jerome Bel, la fiebre del sábado noche de John Travolta, el ballet zoom de Valerio Lazarov y la cultura trap con Bad Gyal al frente.
Se trata de una pieza unipersonal, como ya lo fueron Babaol, de 2012, NADAdora, de 2016, y Dance is my heroine, de 2020. De hecho, enlaza con este último solo. Si aquella pieza multidisciplinar era un tributo a tres mujeres que han marcado la historia de la danza: Yvonne Rainer, Pina Bausch y Deborah Hay, en esta ocasión, la creadora de Albacete repite patrón, pero reflexiona sobre la desaparición propia.
“Uno de los puntos de arranque de esta pieza es la idea de que al morir no lo hagas del todo, sino que quede una conciencia de una misma, volando siempre. Si ese alma es inmortal, ¿podría meterse en tu cuerpo de 12 años o en el de 40 y revivir un momento específico que tú eligieras?”, elucubra la coreógrafa, que ha desarrollado la pieza en residencias artísticas en Mutis Espazioa (Bilbao), el Theatherhaus Berlín, Refugi Centre de Dansa y Arts del Moviment y la misma Carme Teatre.
Rómpete, cuarta pared

Como en sus anteriores trabajos en solitario, vuelve a arropar su interpretación con texto y video. “No es solo que piense en la audiencia, enfrentada a una persona bailando, sola, durante 60 minutos, y en darme un respiro, sino que a veces, el movimiento se me queda corto para explicar ciertas cosas, y además, tengo una naturaleza muy comunicativa. De hecho, estudié periodismo. Necesito usar la palabra”, concluye. Para la dramaturgia ha contado con el asesoramiento de Eva Zapico.
En Ballar o morir se tratan diversidad de temas. En ocasiones, el texto es abstracto y en otras, habla de la propia creación escénica, de la fugacidad de la vida, de la posibilidad de que la muerte total no exista, del cuerpo y su finitud, “y sobre todo, vuelvo a reivindicar la danza como posiblemente la única salida y la mejor forma de emplear este tiempo entregado de vida y del cuerpo que tenemos cada uno”.
Por un lado, está el tictac del reloj y la posibilidad de viajar en el tiempo; por otro, la conjugación de materiales en el proceso creativo; y finalmente, una nostalgia del pasado. Cristina Gómez rompe la cuarta pared en varias ocasiones para comentarlos con el público.
El espectáculo tiene dos niveles de lectura, una reflexión existencialista, sobre el fin físico, y otro profesional, ligada a la fecha de caducidad de su propio cuerpo en el arte al que se dedica.
“En uno de los textos me explayo en que el cuerpo es un objeto más y por tanto, también va a dejar de funcionar en algún momento. Tengo 46 años y estoy en un momento profesional en el que quizás estoy estrenando mi último solo”, medita.
Los sinsabores de las audiciones y el júbilo del escenario

En lo que respecta a las imágenes de apoyo, hay un video editado y otro que se proyecta en directo y juega con la idea de infinito. Cristina multiplicada por 1.000. Las multitudes que contiene.
Entre las muchas yoes que habitan a la artista se encuentra el momento en que le llegó la noticia de que la habían seleccionado en la London Contemporary Dance School y cuando con 10 años se subió por primera vez a un escenario. Pero no todo es júbilo. En el montaje también trata la vulnerabilidad con la que una bailarina se enfrenta a las audiciones, de los sinsabores de la exposición.
“Cualquiera se puede sentir interpelado. Espero que a la gente le haga conectar con aquellos momentos en los que han tenido que ser elegidos para algo y les han rechazado, tanto en circunstancias laborales como sentimentales. Así mismo, independientemente de si te dedicas a la danza, todas sentimos el paso del tiempo en el cuerpo de una y en el cuerpo de otros, el miedo que te puede dar ponerte enferma, las pocas ganas que tienes de irte, porque te encanta la vida… La pieza, en realidad, es súpervital. Expone las ganas de seguir disfrutando todo lo que quede y de tener mucha fe en el presente”, advierte.