VALÈNCIA. Desde que rompiera en llanto haciendo la compra en un supermercado mientras escuchaba el quinto episodio del podcast Vidas enterradas, el actor Pepe Zapata revisita esa emoción periódicamente sobre el escenario y al bajarse de él.
Aquella entrega de la serie de reportajes de Conchi Cejudo y Gervasio Sánchez en la Cadena SER sobre la vida y la muerte de quienes un día fueron impunemente asesinados durante la dictadura estaba dedicada a Leoncio Badía. Este republicano que ejerció de enterrador en el cementerio de Paterna entre 1939 y 1945 ha pasado a la historia por la humanidad y el coraje que mostró al arrumbar en las fosas comunes a centenares de víctimas de los fusilamientos en el llamado Paredón de España: el sepulturero por castigo escondía en las prendas de los ajusticiados trozos de ropa, notitas de papel y mechones de pelo para ayudar a su identificación en un futuro.
“Estuvo luchando por la dignidad humana de una manera absolutamente anónima. Es nuestro Primo Levi”, ensalza Zapata, que decidió partir de esta gesta para poner en pie un espectáculo titulado El enterrador, en tributo a los héroes desconocidos que dejaron testimonio de dignidad y sensibilidad en medio del horror y la barbarie de la Guerra Civil y las décadas oscuras que siguieron.
La obra resultante, que está programada este próximo 5 de abril en La Rambleta, bebe de las experiencias de Badía, como también de otras personas que igualmente arriesgaron su vida en este periodo aciago de la historia de nuestro país. Zapata y el director de este montaje, Gerard Vázquez, no querían ceñirse a unos hechos específicos, sino darle un alcance lo más universal posible. Ahí se amalgamaron testimonios recogidos por el intérprete y vivencias de la familia materna del director de escena, procedentes de València.
Dos líneas temporales
“No queríamos hacer simplemente un retrato de un personaje ni una hagiografía. Necesitamos traer esa historia al ahora, porque por desgracia es un tema más candente y más actual de lo que parece, con las situaciones que, por ejemplo, se están viviendo en Gaza y en Ucrania”, lamenta el actor.
De hecho, la propuesta se desarrolla en dos líneas temporales: el franquismo y el presente. Esto es posible gracias a un juego metateatral, ya que al público le espera lo que parece ser un ensayo de un monólogo a cargo de un actor. Pepe Zapata interpreta en ciertos momentos de la representación una versión de sí mismo.
Hacía tiempo que el intérprete le daba vueltas a la memoria histórica, y esa preocupación encontró en la historia real de Badía una plataforma para poder plantear a la audiencia una disyuntiva sobre el futuro: si los españoles enterramos definitivamente el dolor de entonces o lo desenterramos y lo revivimos para restañar la herida compartida.
La pieza se ha visto en salas pequeñísimas -donde tan solo caben 40 personas-, en teatros de gran capacidad -como el Arriaga Antzokia de Bilbao-, en cementerios, monasterios, parques públicos y ermitas. Ha conmocionado tanto en España como en Chile, donde se programó con motivo del 50 aniversario del golpe de Estado de Augusto Pinochet.

Poemas en Chile y en Picanya
En su visita a Santiago, tras cada función, a Zapata le esperaba una cola de gente formada por familiares de desaparecidos. Los congregados le leían poemas, le mostraban fotos y recuerdos. Spon un botón de muestra, en estos dos años y medio de funciones, a Zapata se le agolpan los recuerdos que le han conmovido hasta las lágrimas.
Son tantas, tantas las historias humanas que le han detallado desconocidos y desconocidas. Tan conmovedoras e íntimas… En Picanya, donde el montaje formó parte del Festival dels Horts, un hombre de unos 70 años, compungido, le recitó unos versos frente a su hija y su mujer. Tras terminar, se giró sin mediar palabra y se marchó. Era uno de los hijos de Las Trece Rosas, el grupo de jóvenes represaliadas en 1939, cuatro meses después de finalizar la contienda. Aquel espectador abía venido expresamente de Madrid a reencontrarse con su pasado.
Pero si ha habido una función que a Zapata le ha impuesto fue la programada en La Nau en 2022, ya que entre la audiencia se hallaba la hija de Pepe Zapata, Maruja. Ese fin de semana, la compañía había acabado durmiendo en Paterna, porque los hoteles en València les resultaban muy caros. La coincidencia de estar alojados en el pueblo que había sido su principal fuente de inspiración les animó a visitar el camposanto.
“Allí vimos las fosas, cómo estaban clasificados los fusilados por oficios, el terrer donde se encontraba el paredón. Cuando nos íbamos, pregunté si León estaba enterrado en aquel cementerio y a 50 metros, como si estuviera esperándonos, había una viejecita deliciosa, su hija. Cuando nos presentamos, rompió a llorar, empezó a explicarnos cosas que ratificaban lo que habíamos previsto, y terminamos llorando nosotros e invitándola al teatro”, rememora el actor.
Aquella representación le provocó una sensación “esquizofrénica”. La sala estaba llena, pero él estaba actuando para una sola persona. Al término, Maruja les dijo una frase que lo acompaña después de dos años y medio de representaciones: “Ojalá sirva para que los jóvenes generaciones sean conscientes de lo que pasó y que no vuelva a ocurrir”. Esta temporada, para su satisfacción compartida, El enterrador se está programando para institutos.
La carga simbólica de unos zapatos
El escenario es sencillo, minimalista. En cada función piden a los responsables de producción algo de mobiliario: una mesa, unas sillas. A estos muebles básicos les suma objetos que tienen una carga simbólica. Los más destacados son prendas de calzado. En un principio pensaron en servirse de maniquíes o sacos de arena para representar a los fusilados, pero se les hizo la luz cuando descubrieron el poder evocador de los zapatos.
“Con las botas de uno de los fusilados en las manos pensé: “Es esto”. De la otra manera hubiéramos estado pendientes de que resultase veraz, si juegas al realismo se ve mucho la trampa. En este caso, no, los elementos se los imagina el público”, adelanta el impulsor de la obra de teatro.
A esa montaña de zapatos, Pepe Zapata les dedica unas palabras parafraseadas de la hija de Leoncio Badía: “Primero lavo los cuerpos. No lo hago para borrar huellas del crimen. No me lo han mandado, los lavo porque quiero. A ellos les da igual cómo os entierre con tal de que lo haga deprisa. Todos adentro, unos sobre los otros, un saco de cal y vuelta a echar encima la tierra que saqué. Para ellos, en estas fosas se entierran alimañas, pero yo… yo entierro seres humanos”.