El consejo de ministros de esta semana reguló el popular teletrabajo. Desde que el pasado mes de marzo millones de personas tuvieran que trabajar desde su casa, esta forma de trabajar aún no había sido regulada
El teletrabajo o trabajo en remoto o a distancia es una de esas expresiones que hasta hace unos meses parecían limitadas a ciertos entornos profesionales, especialmente grandes empresas y puestos directivos que iban poniendo en práctica esta fórmula de trabajar desde casa, es decir, eliminando la clásica presencialidad en el puesto de trabajo, muy vinculada a nuestra cultura laboral y todo sea dicho, muy denostada en algunos momentos y quizá añorada en estos. Como se suele decir, no echamos de menos lo que tenemos hasta que lo perdemos.
En cualquier caso, hay realidades difíciles de evitar, la pandemia es una de ellas y el teletrabajo casi forzado derivado de ella es otra. La revolución que en apenas dos semanas supuso confinar a todo un país (y gran parte del mundo, pero en este caso me centro en la experiencia española) y pasar de una vida física, de contacto, de reuniones y comidas a una vida virtual, las 24 horas del día a través de una pantalla se puede considerar que fue un caso de éxito, porque se realizó sin apenas preparación, salvo las corporaciones que llevaban tiempo trabajando esta fórmula de trabajo, y de manera global afectó a todos salvo los sectores esenciales que requieren presencia: sanidad, seguridad, limpieza, alimentación y poco más.
El sistema generó primero una sensación de comodidad e incluso bienestar al poder realizar tus tareas desde tu casa, sin emplear tiempo en desplazarte, ni llegar cada día a una oficina o tener que pasar la jornada fuera del hogar, pero con el paso de los meses y debido al motivo que lo originó, una pandemia que sigue causando muertos y contagiados, pasó a ser algo más molesto para todos. Especialmente para otro de los términos tan populares en los últimos años: la conciliación. Esa palabra que se refiere a que debemos trabajar para vivir y no vivir para trabajar, o sea, que hay que tener horarios y objetivos que nos permitan descansar, desconectar y emplear parte del día a nuestra familia, amigos o aficiones.
El teletrabajo ha funcionado razonablemente bien en muchas empresas españolas, tras la etapa del confinamiento duro y la vuelta a los empleos de manera presencial, la experiencia y los recursos tecnológicos empleados nos han facilitado empezar a combinar lo físico y lo virtual, y aquel anhelo de trabajar algunos días desde casa es ya una realidad. Ahora bien, faltaba algo lógico pero que puede convertirse en el peor enemigo del teletrabajo: la legislación, la normativa, es decir, que metiera la mano el poder político.
Los miembros del ejecutivo han regulado esta forma de trabajar desde la distancia con algunas premisas como que el trabajo en remoto es voluntario y reversible, que será la empresa quien se encargue de los gastos que genera, respecto al horario hay flexibilidad, pero sí una disponibilidad obligatoria y no se aclaran como pueden ser las medidas de vigilancia o control sobre el trabajador. En conclusión, los problemas derivados de esta forma de trabajo serán los mismos, las soluciones las tendrá que poner la empresa y el empleado con una actitud constructiva y empática, y probablemente como en tantos otros aspectos, la ley dificulte más que facilite que se creen puestos de trabajo en una etapa que sin duda va a ser de las más duras para España, por la destrucción de empleos, la complejidad para activar la economía en sectores clave como el turismo y la hostelería (tan relacionados) y la omnipresencia de una clase política que supone un gasto inasumible para nuestras cuentas públicas y que sigue anclada en pensamientos y comportamientos de otro siglo.
El teletrabajo como tantas otras innovaciones de este tiempo requiere de flexibilidad, equilibrio de poder y productividad. Las empresas deben ser rentables y los profesionales deben ser conscientes también del esfuerzo que supone mantener los puestos de trabajo, todos debemos actuar con generosidad, honestidad y voluntad de ayudarnos. La legislación en el mejor de los casos servirá de poco y el peor, creará problemas y obstáculos donde no los había, ojalá me equivoque.