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'Terenci, la fabulación infinita': un ejercicio biográfico extraordinario

En el noreste de España, debajo de los turistas, hay una ciudad que se llama Barcelona con una cultura apasionante. Uno de los personajes que dio forma y vida al lugar, Terenci Moix, murió prematuramente por tabaquismo. Un documental relata su vida y lo hace sin ningún tipo de pudor por mostrar el lado oscuro de un hombre tan reconocido y consagrado. Porque si hay algo oscuro en esta vida es tratar de ocultar nuestras sombras

1/06/2024 - 

VALÈNCIA. Cuando era niño, Terenci Moix estaba por todas partes, pero yo no sabía muy bien por qué. Solo tenía tres cosas claras: a mi madre le encantaba ese hombre, a ese hombre le gustaba Egipto y ese hombre era homosexual. Fue posiblemente el primer homosexual del que tuve conocimiento. Había mucha gente a la que se la llamaba “maricón”, pero Moix estaba en otro lugar más respetado. Eso me llamaba la atención de pequeño, aunque no lo entendiese. 

Y tampoco entendía su pasión por Egipto ni por qué eso tenía que saberse. Aunque en los 70 y 80 había mucho interés por las antigüedades y las antiguas civilizaciones. No era extraño que en el hogar de clase media hubiese una enciclopedia sobre las grandes civilizaciones o, directamente, sobre las pirámides y toda esa parafernalia.

Luego, en unos años fassbinderianos, le cogí el gusto a su Mundo macho y me fue más fácil entender una expresión que parecía desencadenarse por la claustrofobia de la dictadura, la sociedad de la época o, por qué no, la propia personalidad del escritor. Pero sin lugar a dudas, se me quedó mucho más grabado su artículo sobre el tabaco publicado un par de años antes de morir, en el que caía en otro vicio de los drogadictos, culpar a otro, Tabacalera en este caso, pero hacía algo mucho más escalofriante, contar los cigarrillos que fumaba y multiplicarlos por años de adicción. Daba cifras terroríficas, mareantes. 

Esas también son, quizá, las imágenes más difíciles de borrar de la memoria de Terenci: la fabulación infinita, la serie documental de cuatro capítulos sobre su vida que hay en Filmin. Cuando sale al final de su vida, en vídeos caseros, fumando como un carretero, ya sin resuello, riéndose de los que corren por la calle porque él tendrá un enfisema, pero a ellos se les va a congelar un pulmón, sobrecoge.

La docu-serie, obra de Marta Lallana –co-directora de Ojos negros, una película notable- está llena de impactos de ese tipo, chirriantes en un género en el que lo habitual suele ser la hagiografía que busca complacer a un espectador poco crítico o idólatra. Aquí los entrevistados hablan sin tapujos de las luces y sombras del protagonista y el resultado produce lástima y, a la vez, despierta el interés por el autor y su obra. 

Tenemos una infancia complicada en la posguerra, aunque eso no era exclusivo de Moix, sino una experiencia compartida con toda su generación; un padre capaz de detalles como llevarlo al burdel a que le diera de merendar la madame mientras él accedía a las habitaciones, y una madre harta de su situación y de pelearse con su marido. Todo escenas en el Barrio Chino, donde vivía, y sabemos también que para huir de un entorno asfixiante se refugió en el cine y que de nacimiento se llamaba Ramón.

La fascinación por el imaginario de Hollywood de aquellos años -romanos, egipcios e historias bíblicas-, se le quedó grabada para siempre, además de toda la constelación de estrellas a las que luego pudo entrevistar en su programa Más estrellas que en el cielo, entre otras personalidades españolas del momento –podían coincidir en el plató Peter O’ Toole y Espartaco

Hasta ahí, cualquiera de nosotros. No hay generación donde uno no pueda refugiarse en mundos de ficción, llamados cultura, y abstraerse de realidades más mediocres o encontrar ahí lo que no se es capaz de conseguir en el mundo real. Porque la cara B de Moix era una personalidad controvertida. 

Los entrevistados, que le conocieron bien, hablan de alguien genial, elocuente, divertido y generoso, pero ninguna de esas cualidades maravillosas son incompatibles con ser también narcisista y caprichoso. No obstante, el rasgo de personalidad que más problemas parece ser que le trajo fue el de idealizar a los demás. Lo hacía con las relaciones y, como dice su primera pareja, Vicente Molina Foix, llegaba a ahogar con tanto amor y tan exagerado. Tanto que él decidió dejarlo. (años después en El joven sin alma, de Anagrama, relató aquellos días)

Más profundo es el análisis que se hace de su segunda pareja, la más duradera, el actor Enric Majó. Aquí Ramón es Terenci y se ha convertido también en un personaje más megalómano. Escribe obras para que las represente su pareja, una especie de musa, pero rápidamente pierde el interés sexual, aunque siga aferrado a él. Una personalidad complicada que le amargó la vida al actor, hasta que también decidió dejarlo. 


En ese momento se produce un sainete épico. Moix finge un intento de suicidio y todos sus amigos le siguen la corriente, cualquier cosa antes de que vea que se lo están tomando a coña. Aunque lo que no fue nada gracioso fue la vendetta, llamó a todos los productores de teatro de Barcelona para que no volvieran a contratar a Majó. Parece ser que algunos le hicieron caso, la víctima dice que le hundieron la vida. 

Todo esto podría ser la historia convencional de un desamor, pero donde Moix queda completamente desarmado es cuando se expone su penúltimo romance con Pablo Parellada. La relación duró siete años y la diferencia de edad era de treinta. Los amigos de Terenci lo recuerdan de forma despiadada, como un intento de encontrar el amor en otra musa, pero esta vez de forma patética. 

La relación se inició por unas cartas, como las que puede recibir cualquier escritor, pero Parellada era demasiado joven. Igual no tanto para Moix, que vivía en sus mundos y se los creaba de forma acomodaticia, pero sí para él, que era un elemento de distorsión entre los cultos y maduros amigos del escritor. Duelen las imágenes y lo que se cuenta. La fotógrafa Colita especialmente, cuando comenta que se lo “encasquetaba” y tenía que aguantar las imitaciones de Martes y 13 del chaval. 


El brillo y la miseria de Terenci Moix queda perfectamente expuesto, como el de cualquier persona sobre la que se aporten tantos testimonios. Se echa en falta que se hable de su obra, quizá un capítulo más sobre sus libros habría redondeado el conjunto de forma perfecta. Aún así, esta obra rompe la pauta. 

En el aluvión de repaso a trayectorias de personajes del siglo XX que tenemos encima, lo normal es que se retoque hasta el último detalle sobre los protagonistas, que muchas veces son ellos mismos los que hablan de su vida, para que todo encaje, todo sea coherente y todo tenga un sentido perfectamente diseñado para el paladar actual. Aquí no, aquí el objetivo viene en bruto. Todo son aristas y superficies ásperas. Tienes para tomar y para dejar y esa debería ser la norma, porque todos somos así. No hay seres humanos sin sombras y los más sombríos son, precisamente, los que se esfuerzan tanto en ocultarlas. 

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