Mujeres ministras, mujeres directoras de periódicos, mujeres protagonistas de series a las que se le iguala el sueldo con respecto a sus homólogos masculinos. El all-female ha invadido el 2018 (y yo con estos pelos). Y si las mujeres están por todas partes, también su diversidad. Las series, más cerca de la realidad que nunca, son un buen reflejo de ello. Como ‘The Good Fight’, que nos muestra unos esquemas familiares nada clásicos elegidos por sus tres protagonistas femeninas
VALÈNCIA. “Las mujeres no son una sola cosa, y usted no puede determinar lo que somos cada una”. La frase, de Diane Lockhart, pertenece al episodio 11 de la recién finalizada segunda temporada de The Good Fight (en España disponible en Movistar+). Resume a los personajes femeninos de esta ficción de un plumazo. Porque más allá de los grandes aciertos de esta serie; de que la crítica haya caído rendida a sus pies, y con razón; de lo pegada que está a la actualidad política de los Estados Unidos; de sus divertidas alusiones a Donald Trump; de sus ingeniosas tramas procedimentales; y de la excelente química entre sus actores, el spin-off de The Good Wife es una serie de televisión sobre diversidad femenina y, en consecuencia, sobre la normalización de los nuevos modelos de familia.
Si en The Good Wife, su protagonista, Alicia Florrick, era la perfecta esposa y madre de puertas para afuera, para ser de puertas para dentro una profesional realizada con una vida sentimental oculta, en The Good Fight se da el salto definitivo con tres mujeres que rompen estereotipos: una protagonista mayor de 60, casada pero que ejerce de forma ocasional; una joven afroamericana, soltera y embarazada, que va camino de la custodia compartida; y la primera lesbiana en la historia de la televisión que no muere en la serie (perdonen la broma no tan broma). Ellas son Diane Lockhart (Christine Baranski), Lucca Quinn (Cush Jumbo) y la joven Maia Rindell (Rose Leslie).
Pertenecen a tres generaciones diferentes: la primera, al borde de la jubilación pero que su edad no le frena. La segunda, una profesional competente en el mejor momento de su carrera. Y por último, una joven que empieza como abogada. Ninguna quiere ser la perfecta esposa y madre combinándolo con su carrera profesional. Porque como dice Diane, las mujeres no son solo una cosa.
No encontrarán ninguna serie donde su protagonista sea una mujer de más de 60 años. La experta abogada pertenece a esa generación de féminas que para llegar lejos en su carrera profesional, dejaron de lado la vida personal. No se le conoció marido hasta hace muy poco. Y, por supuesto, no ha sido madre.
Una vez casada con su polo opuesto ideológicamente hablando (él republicano, ella demócrata; él amante de las armas, ella no), Diane no ejerce en su matrimonio a la vieja usanza. Ella y su marido Gary ni siquiera viven juntos, con el tiempo él le fue infiel, y después ella hizo lo mismo. Pero pese a los vaivenes, siguen casados y quieren estarlo. Eso sí, solo para verse de vez en cuando. Porque sí. Y punto.
Para Lucca, una abogada volcada en su profesión, los hombres solo eran aquellos individuos con los que pasar un buen rato en la cama. Pero un descuido la deja embarazada de su último ligue, Colin Morello (Justin Barth). La pareja decide tener el bebé pero manteniendo su estatus de solteros. Consensuan todas las cuestiones relacionadas con el embarazo, aunque no se establecen como pareja, porque Lucca no quiere perder su independencia.
Es muy significativa la ultima escena de la temporada: el parto. Lucca se sobrepone a sus primeras contracciones con ayuda de sus amigas y compañeras, Maia y Marissa Gold (Sarah Steele), un momento premonitorio en relación al futuro de Lucca. Su personaje en la tercera temporada deberá elegir entre custodia compartida, y llevar la maternidad en solitario (más bien, como diría la canción de Joe Cocker, with a little help from my friends), o dejar el despacho de abogados para acompañar a Colin en su carrera política en otra ciudad, es decir, repetir el modelo de Alicia Florrick sí hizo. La escena, que fuerza a reflexionar al personaje y al espectador, representa el apoyo entre las mujeres más cercanas en su vida, incluyendo, unas horas después, a su madre y a su suegra. Uno de los temas del momento tras Big Little Lies: la sororidad.
La joven y atractiva Maia Rindell representa la total normalización del colectivo LGTB. La abogada comparte vida con su novia Amy (Heléne Yorke), sin ocultar su elección sexual y estando perfectamente integrada socialmente. Aunque su personaje ha perdido algo de peso en esta segunda temporada, completa el cartel de la serie con ese toque que marca la diferencia en los personajes y nos confirma que cada mujer es un mundo y monta su modelo familiar como prefiere.
Fue una serie británica de humor corrosivo y sin tabúes, se hablaba de sexo abiertamente y presentaba a unos personajes que no podían con la vida en plena crisis de los cuarenta. Lo gracioso es que diez años después sigue siendo perfectamente válida, porque las cosas no es que no hayan cambiado mucho, es que seguramente han empeorado