los efectos de la dana en valència

Todos con la hostelería 

Es hora de agradecerle al sector todo lo que está haciendo por los afectados de la DANA. Es momento de volver a llenar las mesas y levantar las copas. 

| 08/11/2024 | 3 min, 16 seg

Es imposible abstraerse estos días de la tragedia. Hables con quien hables, mires donde mires, las heridas que ha dejado el agua son imborrables.  La estampa es estremecedora en los pueblos del sur de València –todavía más en persona– , pero a solo unos pocos kilómetros de allí, al otro lado del nuevo cauce, en los barrios donde no cayó una gota las consecuencias de la tragedia, sin ser tan evidentes,  son también visibles. O invisibles, como ese silencio que se palpaba en las calles las horas posteriores y que nos devolvió a los peores días de la pandemia. Aquí no hay barro, pero diez días después, la ciudad todavía suena diferente.  

Ya no están los parques vacíos y la mayoría de comercios que la semana pasada no levantaron la persiana, han vuelto a abrir. Se respira "cierta normalidad" en la parte de la ciudad que no ha sido golpeada por la DANA y esas comillas adquieren todo el  sentido porque ya nada es normal. Cada día que pasa es un día menos que nos queda para volver a recuperar lo que teníamos antes del 29 de octubre. Cada día nos duele un poquito menos a los que estamos a este lado del río. Sin embargo, parece que el agua se ha llevado también la alegría y ha dejado a todo un sector, el de la hostelería, magullado.


Solo hay que echar un vistazo estos días a los bares y restaurantes cercanos. Locales vacíos, reservas canceladas –hasta 25 en dos días me comentaba un cocinero–, mesas libres en los restaurantes en los que nunca hay sitio, el teléfono no suena, la bandeja de entrada está limpia.  El turismo se tambalea y no parece que vaya a mejorar en el corto plazo. Según las primeras estimaciones, la DANA ha afectado a más de 34.000 empresas de manera directa, esto es el 17% de las empresas de toda la provincia y al 20% de los trabajadores, alrededor de 218.000 personas, 400.000 si hablamos de los indirectos.  Y podrían ser muchas más si todo sigue así.

Ellos, los hosteleros y hosteleras, no se quejan. Están a lo que están, arrimando el hombro como ya han demostrado tantas veces. En la última semana muchos entran al restaurante a las 6 de la mañana para cocinar y dar de comer a miles de personas afectadas; continúan al pie del cañón durante el servicio y al terminar, siguen pendientes de lo que se necesita en Paiporta, Sedaví, Algemesí o Picanya por si hay que pedir producto, comprar u organizar lo necesario para preparar las raciones del día siguiente.  Entienden que es normal tener el local a medio gas, que no hay ánimos, que tenemos el corazón hecho añicos para sentarnos y compartir. 

Pero la vida, por mucho que nos pese, tiene que seguir. Si dejamos que esta tragedia nos paralice, las empresas y pequeños comercios que no han sido afectados directamente por el lodo, acabarán también tocados, y quién sabe, si hundidos. Puede parecer frívolo volver a chocar las copas, reunirse de nuevo alrededor de una paella para celebrar, pero el sector nos necesita y la única forma de agradecerles todo lo que están haciendo en estos momentos es volver a llenar las mesas y ocupar las barras. Los aplausos, en esta ocasión, tienen que ser en persona y cuanto antes, mejor. Ahora, más que nunca, debemos estar todos con la hostelería.   De lo contrario, la hecatombe será mucho mayor. 

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