Más de ocho décadas de lucidez, gastronomía y tesón. Esto es un adiós (emocionado) a Loles Salvador, la impulsora del grupo La Sucursal, la mentora y madre de los De Andrés.
Hay noticias que por muy sagaz que seas, no ves venir. Te cogen con un bol de cerezas en la mano, buscando un restaurante para el fin de semana, en pijama. «Fallece Loles Salvador, matriarca del grupo La Sucursal». Las cerezas eran del Rincón de Ademuz, de una aldea próxima a Los Santos, donde Loles, con 83 años de energía, vivía. “Vivía” es el pretérito imperfecto del verbo vivir. El uso de este verbo, en lugar de “residir” o “habitar”, es intencional. Loles salía a la existencia desde la más luminosa vitalidad, desde la terraza de su casa bordada con flores moradas y sillas de jardín que imagino frecuentemente agitadas por sus hijos, nietos, amigos, vecinos y desconocidos como Kike Taberner (fotógrafo de esta casa) y yo, que hace un mes la visitamos con motivo de esta entrevista recientemente publicada en la revista Plaza.
Este es un buen momento para sincerarse: la entrevista no fue una entrevista, fue una invitación a pasar el día asomados a una vida repleta de giros argumentales, amor por la gastronomía y superación de todos los puntapiés y bofetadas que le dio el sino y de los que escapó regalando sabiduría.
Conversar con Loles fue como empezar una de esas novelas profundas que no abundan, que no puedes parar de leer y que por nada quieres que se acabe. Ella, la protagonista de la obra coral que ha sido su vida entre el restaurante del Polideportivo de Catarroja, Ma Cuina, La Sal, La Sucursal y su familia, tenía lo que los buenos personajes: atributos relacionados con la generosidad, la bondad y sinceridad, y también, la garra para sobreponerse a las desgracias, que es un combinado en vaso largo de tesón, energía y divertida ironía.
Me ha jodido —si hay que sincerarse, se dice con le mot juste, como diría Flaubert—. Solo hacía cuarenta y cinco días que había titulado el reportaje en Plaza con un «Loles Salvador, 83 años para prepararse para la vida». En aquella conversación primaveral, mientras Loles disfrutaba como una cría comiendo algo tan sencillo e inteligente como un plato de huevos fritos con jamón y patatas, dijo «Me fui a la montaña y lo que no sabía yo es que me iba a enganchar tanto. Ahora lo que no me quiero es ir. No sé qué pasará cuando sea mayor, porque yo mayor no soy».
En nombre del equipo de Guía Hedonista, un gran abrazo para sus hijos, familiares y amigos, los que conozco y los que no. Espero veros pronto y, en lugar de daros el pésame, pediros que me contéis más sobre Loles, porque un fragmento —de bondad, de tenacidad, de honestidad— de ella, está en vosotros.
Todos deberíamos haber conocido a Loles.