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plaza de salida / OPINIÓN

Tonto vs imbécil

24/06/2019 - 

VALÈNCIA.-Algunos desajustados consideran que soy una persona creativa y con talento. Lo intento, y para no defraudarlos y considerando que es una actitud que me atrae, pierdo tiempo en analizar lo que me rodea, aunque pocas veces entienda su funcionamiento. Soy observador, sí, y disfruto de una memoria visual excelente que me permite acumular imágenes que forman mi base de datos particular. Alguna vez leí que para ser creativo es importante tener buena memoria y saber almacenar conocimientos, pues así se cocina lo que los pepsicólogos llaman pensamiento creativo.

Me doy cuenta de que lo mejor que hago es vestirme de listo con ropa de los demás y otorgarme logros ajenos. De esta forma muchos me consideran preparado y bondadoso, características que emparejo con la inteligencia, pero que evidentemente son solo un disfraz. Para colmo, uno de los libros de cabecera que tengo junto al retrete tiene un titulazo: Si copias de uno, plagias. Si copias de dos, versioneas. Y si copias de tres, creas. Lo recomiendo.

¿Y cómo sé con tanta claridad que soy tan tonto? Pues muy sencillo. Soy muy tonto, sé que lo soy y lo sé porque si no ¿qué razón tengo para fingir no serlo?

Hablar con quien sabe de lo que se está hablando no es diálogo, es una mezcla de aprender y entrevistar. Disfruto hablando aunque no tenga algo que decir. He estado en reuniones, tertulias, conferencias, presentaciones, etc. y pocas veces sé cuándo callar porque siento la necesidad de contribuir constantemente. Siempre es mi turno. Pocas cosas me incomodan tanto como el silencio en un grupo y nada hay que me moleste más que el que hablen cuando interrumpo. Si es de tontos hablar cuando no tienes nada que decir se es más tonto si tampoco sabes escuchar. ¡¡¡A freír puñetas todo eso de la reciprocidad en una conversación!!!

Y por si hubiera alguna duda, cuando hablo lo hago con confianza, claro y fuerte, como si supiera, y a volumen apropiado para que me escuchen, sin estridencias y con dudoso respeto. Esto me hace sentir seguro, pues da la sensación de que domino la materia. Siempre es mejor hablar primero y pensar después, sin duda, abriendo puertas y ventanas al resto de interlocutores, que lo agradecen. Luego ya si eso, buscaré la forma de cómo salir del embrollo en el que me he metido, por tonto.

También está la forma de mostrarte. El rictus correcto debe ser erguido, hombros hacia atrás, mentón elevado, mirada directa, sonrisa Dentiflor y apariencia agradable. Pero no, como buen tonto camino encorvado con ganas de estar en otra parte, manos a la espalda, mirada esquiva y aspecto desaliñado. 

Esa es mi realidad. Cuando recapacito, me veo tonto y los tontos no son buenos, causan tristeza.

No tengo ni idea de por qué los otros intentan ser buenos. Imagino que buscan un placer superior, algo sofisticado y elaborado que no se alcanza siendo malo. Ser bueno y que la vida venga sonriendo tiene que ser gratificante. Yo he decidido ser malo, de boquilla, se entiende, porque necesito llenar un vacío tremendo, una carencia o simplemente unas palmaditas en la espalda. Tengo que inventar un comportamiento que no tengo y recurro compulsivamente a lo fácil, lo inmediato y lo placentero. Pero ¿y si se es bueno porque se tiene miedo? De estos los conozco a capazos, y no son tontos, son imbéciles. El tonto lo creas, es personal. Al imbécil lo hacen, es colectivo.

Soy lo que se llama un tonto de manual, y consciente de la tristeza que causo.  

* Este artículo se publicó originalmente en el número 51 (enero 2019) de la revista Plaza

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