Desde que tengo uso de razón periodística, hace más de tres décadas, llevo escuchando hablar del soterramiento de las vías del tren a su paso por Valencia y de la nueva estación central. Se repiten los discursos y las promesas, pero también se multiplican los convenios sin avances visibles.
Fue como si se tratara de una película de Billy Wilder. Así lo recuerda de vez en cuando un amigo que me acompañaba en aquel idílico e inesperado viaje. De repente, nos vimos subidos en un tren-cama rumbo a Suiza. Estrenábamos el convoy Pau Casals que enlazaba Barcelona-Zurich, nosotros que de trenes sólo sabíamos lo que eran. Pero era una forma de convencernos de nuestra utilidad empresarial. Un regalo a gastos pagados para que reflexionáramos durante el trayecto sobre nuestro futuro inmediato y nos sintiéramos queridos; una bicoca en toda regla y sin añadidas responsabilidades profesionales inmediatas.
Montados en el tren y divinamente alojados entre algodones descubrimos que el viaje había sido fletado por el entonces Presidente de Renfe y después Ministro de Sanidad socialista Julián García Valverde, absuelto años más tarde del delito de cohecho en el llamado caso AVE (supuesto cobro de comisiones ilícitas en las obras del tren de alta velocidad Madrid-Sevilla). Más tarde se supo que todo aquel asunto que le costó el cargo y su exilio británico había sido, como sucede en política generalmente, una maniobra, aunque existieran unos terrenos poco claros. Por aquel entonces, comienzos de la década de los noventa, ya estaba en pleno debate el soterramiento de las vías del tren a su paso por la Estación del Norte, la reconversión de la estación en un complejo comercial y social y el desarrollo del AVE a Valencia que tardó lo que no está escrito y aún se encuentra en fase provisional parte de sus ramales, megalómana estación definitiva incluida.
Ya de madrugada, en la cantina del coqueto vagón-bar y quizás llevados por la alegría de la noche, el presidente de los ferrocarriles españoles fue tajante. Se liberó entre “amigotes” nocturnos para explicarnos con todo detalle que el soterramiento de las vías era un tema tan complejo que él ni nadie lo veía claro en todos los sentidos y, sobre todo, que su coste era tal que los presupuestos del Estado lo consideraban algo inalcanzable si no fuera a muy, muy, muy largo plazo y con tanta paciencia como albergar la esperanza de encontrar a Job o la perfección. La misma que llevamos teniendo desde entonces.
Aquella madrugada estimó el coste, aún en pesetas, en 30.000 millones, algo así como 200 millones de euros de los de hoy. Eso sí, sin atender a los habituales sobrecostes. Nos quedamos de piedra con sabor a gin tonic pero nos dio para mandar un titular al día siguiente -como los que nos informa ahora de manera tan contundente en VPZ Dani Valero- nosotros que íbamos de viaje turístico para que nos enseñaran unos trenes que el Gobierno había adquirido para las cercanías de Madrid y Barcelona y terminamos encerrados en las alturas de los Alpes.
Pasados más de 25 años el asunto continúa casi igual. Con la diferencia de que aquel proyecto casi simbólico ha pasado con el tiempo de los 200 millones de euros a los más de mil actuales sin atender al soterramiento, lo que nos llevaría a los 3.000. Casi nada sabiendo cómo está el tema económico, las prioridades del Estado y la de estudios y proyectos relacionados con el patrimonio y la estabilidad arquitectónica y constructiva de la propia ciudad a realizar y los líos que podrían aparecer por el camino: un marrón tras otro. Pero en eso Iñigo de la Serna, el ministro que cualquier día se monta piso en Valencia al estilo Sáenz de Santamaría en Barcelona, ha estado hábil en cuestión de gestos y hasta el BOE ha publicado recientemente la licitación de dos contratos por un importe global de 1,2 millones de euros. Ojala avance con seriedad. Pero no deja de ser otro estudio más.
Aún así, somos una ciudad inacabada desde hace lustros. Sin peso. Lo somos por cualquier punto que se entré a la ciudad: el nuevo Mestalla, la conclusión del ajardinamiento y urbanización del Turia, la Marina, el paseo al mar, la propia avenida del Puerto… Más aún, inacabada por parte del Gobierno central que ha dejado de lado toda iniciativa que beneficie a la ciudad pese a la pleitesía rendida durante muchos lustros. Decir, como he escuchado recientemente, que no pagar hasta ahora los 600.000 euros de la convención del PP en Feria Valencia de 2008 había sido un cambio de cromos ya que aquel acto lo que significaba era promoción a la institución ferial y a la ciudad resulta una provocación con ritmo de chirigota.
Todos los días paso un par de veces por el elevado de Giorgeta y muchas veces me acuerdo de la anécdota antes narrada. Nos hablan ahora de otros muchos años de proyectos y negociaciones para un hipotético comienzo de obras y la transformación civil y urbanística de la zona. A mí, a estas alturas, con que construyan un buen pulmón en una zona deteriorada y necesitada de vida casi me conformo. Al menos hasta hoy. Sé que del resto sólo recibiré gestos, palabras, buenas intenciones y fotos protocolarias. Gestos como esa estación del AVE que dijeron en su momento era provisional -menuda le regalaron a Zaragoza- y quedará para nuestra historia con el nombre de Joaquín Sorolla per ofrenar…
No hay tensión política suficiente para reivindicar en Madrid un auténtico progreso de ciudad, salvo la labor que están realizando los empresarios, y menos para obtener verdaderos avances porque unos no tienen bastante fuerza y otros rinden fidelidad. Demasiados años plegándonos a intereses particulares pero llenando el cazo de votos y presuntas comisiones a cambio del puesto y la tonta pleitesía de partido.
En plena conmemoración del centenario de la construcción de la estación del Norte, esa misma que ni guerras ni modernidad ni falso progreso consiguieron derrumbar, las imágenes de modernidad que adornan la magnífica construcción de Demetrio Ribes nos recuerdan la piel de nuestra sociedad: paciencia, labor, disciplina y costumbrismo. Continuamos en ello. Buena imagen de nuestra sociedad al visitante. ¡Qué poco hemos cambiado!
El alcalde Joan Ribo comentó que todo este asunto de la estación y el túnel pasante lo veía muy verde. Yo hace tiempo que tengo cita para operarme de cataratas y al menos poder ver algo más. Con suerte.