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el callejero

El último calafate del Palmar

Foto: KIKE TABERNER
26/02/2023 - 

A un lado de la puerta del taller de Juan Aleixandre es invierno. La mañana es fría y, a cinco o seis grados, el barrendero del Palmar pasa la escoba con la cremallera del forro polar mordiéndole la barbilla. Pero al otro lado, nada más atravesar el umbral, ya es primavera. La temperatura, sin necesidad de calefacción, sube varios grados gracias al sol que entra a chorro por un ventanal que hay al fondo y, sobre todo, por la cantidad de madera que asoma por todas partes y que atempera el ambiente. No es solo el calor que dan la madera de fresno y de pino, es también el aroma que impregna toda la planta baja donde trabaja el último calafate del Palmar.

Juan Aleixandre es el sucesor de Pepe, que ya está jubilado y fue su maestro. De él aprendió un oficio que ya es casi una extravagancia en la Albufera. Pepe, José Sevilla, que fue un calafate "muy fino", como recuerda su aprendiz, le enseñó cómo se fabrican, a mano, las barcas y los barquets, las embarcaciones típicas de la laguna con las que se movían pescadores y cazadores. En los tiempos en los que aún no habían incorporado un motor, de cuando se transportaban a vela o a perxa. Aunque la producción ya es escasa y Juan apenas hace una o dos barcas al año.

Cuando cerró su taller, Pepe le entregó a Juan la 'sària', un capazo de esparto con el que los calafates antiguos transportaban, colgándosela del hombro con una cinta, las herramientas. Y en ese cesto Juan mete la mano y saca un mazo de madera, una caja con brocas, tenazas, limas, un escoplo...

La inspiración le llegó de niño, durante un campamento de verano en el que les llevaron a Cheste y les enseñaron un taller de carpintería. Porque en su familia no había tradición. Su padre es arrocero y su madre trabajaba en el Parador Nacional de El Saler. "Aunque recuerdo que me contaron que el abuelo o el bisabuelo de mi padre hacía algunos apaños a las barcas".

Aquel niño que jugó con la marquetería pasó del instituto para hacer Formación Profesional en un grado relacionado con el trabajo de la madera. Por las mañanas iba a clase a València y por las tardes entraba en el taller de Pepe para aprender este oficio en decadencia. Por aquella época su tío Francisquet le había comprado una barca al veterano calafate y aprovechó para proponerle que aceptara a su sobrino como aprendiz. "Hace más de veinte años y en aquella época se daba por hecho que sus dos hijas no iban a querer continuar con el negocio. Yo tenía 19 años y, cuando aprendí, mis padres me compraron las máquinas y me instalé en una casa antigua de mi abuela, donde monté mi primera carpintería y donde pasé tres años de extranjis haciendo pequeños trabajos".

Pero su madre no paraba de hablar de su hijo carpintero en el Parador y un día el director le encargó una maqueta de una barca de la Albufera para colocarla como decoración en el hotel que hay frente al mar. Así que ese año, en 2003, se vio obligado a presentar una factura y por eso se dio de alta como autónomo. "Aún me acuerdo que le cobré novecientos euros y el IVA. De ahí me enganché a hacer trabajos y poco a poco la gente ya me fue conociendo". Los primeros diez años trabajó en paralelo a José Sevilla, pero luego el maestro se jubiló y Juan se quedó ya como el último calafate del Palmar.

El primer barquet, para él

Las mesas y el suelo están llenas de virutas y serrín. En las paredes se apoyan tablones de varias medidas. Sobre elevados estantes reposan listones larguísimos. De un mueble cuelgan cerca de treinta gatos o sargentos, una herramienta para fijar y apretar materiales. Juan presume de otra herramienta más, un viejo cepillo de carpintero que, dice, es un reliquia y cuesta "un ojo de la cara".

Juan habla de maderas. Del fresno, que se utiliza, sobre todo, para las piezas estructurales porque es resistente y fácil de trabajar, que no cuesta serrarla ni lijarla. Una madera que, además, no deja un polvo demasiado tóxico. Aunque hay clientes que, con más dinero, prefieren el iroco, que es más resistente y duradero, y piden, por ejemplo, que el codaste o el 'peu de roda' sean de esa madera que puede "duplicar o incluso triplicar el precio del fresno". También es muy común el pino Suecia. Cuando la barca ya está casi acabada, cuando lleva el 80% de su fabricación, se saca al exterior, dentro de un vallado que hay a pocos metros de su taller, para cubrir el casco y la cubierta de fibra de vidrio. Para explicarlo sale a la calle y muestra la barca que tiene ahora, una embarcación imponente de doce metros de eslora capaz de navegar con solo cuarenta centímetros de profundidad.

Lo primero que hizo con sus manos fue un barquet para él con el que salía a cazar con un amigo. Luego un primo, Javi, le encargó otro y más tarde llegó un hombre que le propuso un trato: que Juan hiciera dos barcas -una para el cliente y otra para el calafate- y, a cambio, él se haría cargo de la madera. Se ve que le gustó porque tiempo después volvió para encargarle un barquet para pescar. Juan ya no tiene ninguna, pero llegó a tener tres. La última, prácticamente recién hecha, se la vendió a un primo lejano de su madre que llegó con urgencias. Juan hizo cálculos, vio que pagaba lo que le faltaba de la furgoneta y que aún ganaba dinero, así que se desprendió de ella y se quedó sin nada. Desde entonces tiene previsto construirse una, pero nunca encuentra el momento. "Ya me la haré", concluye.

Al lado de Pepe y de los mayores del Palmar fue aprendiendo también de historia, del barquet tradicional, del momento en el que los clientes, a medida que fue cambiando la laguna, empezaron a pedir barquets con motor, y Juan explica que las embarcaciones no se medían en centímetros sino en palmos. "El barquet estándar medía 21 palmos, que eran 5,11 metros. Aquí hablamos de un 'barquet de díhuit pams', para ir a cazar, o de un 'barquet de vint-i-un pams', que ya es el grande. La barca, en cambio, se establecía por capacidad de carga y la unidad de medida era el càrrec. "Los pescadores decían: 'Anem amb la barca de Fulano que és de deu càrrecs'. No sé cuánto era un càrrec pero hacía referencia a la cantidad de gavillas de arroz que era capaz de transportar la embarcación".

De cazador, a corredor

Juan habla de los agricultores que segaban el arroz con la hoz y lo sacaban por los canales más cercanos o 'sequiols' con los barquets, menos anchos y de menor calado, hasta las acequias más grandes donde estaban las barcas para cargar toda la mercancía y transportarla, a vela o a perxa, hasta las trilladoras para separar el grano de la paja. Hasta que se transformó la laguna y la gente empezó a pedir que incorporaran un motor al barquet. "A partir de ese momento, deja de ser simétrico. Ahora es lo que más hay, pero cada vez se usan menos porque cada vez sale menos gente a pescar. Ahí se modificó la morfología original para que la embarcación no se desestabilizase con el peso del motor".

Juan terminó una barca hace unas pocas semanas, pero él no vive exclusivamente de esto. Su trabajo como carpintero convencional es lo que realmente le da de comer. Pero si alguien del Palmar quiere una barca, solo queda él. Juan sospecha que debe haber alguien más en poblaciones ribereñas como Catarroja que sepa fabricar estas embarcaciones. "Aunque no creo que se dediquen ya a esto". Por eso muestra orgulloso la espléndida barca que tiene en el vallado junto a embarcaciones menores y más viejas. Con una parecida de esas pequeñas salió a cazar con su amigo Juanjo durante siete u ocho años. Pero un año decidió que estaba demasiado grueso, comenzó a hacer dieta y a correr, perdió mucha grasa y cada vez que salía al agua a cazar, se congelaba. Así que un día lo dejó.

El cazador se convirtió en corredor. Sus zapatillas Hoka y su reloj multitarea le delatan. En 2016 y 2017 corrió el Maratón de Valencia entrenándose por los caminos del Palmar, rodeado de arrozales y aves acuáticas. Ahora se lo toma con un poco más de calma, pero le sigue gustando salir a trotar. El calafate explica antes de marcharse que, fuera de València, el que hace la embarcación es conocido como carpintero de ribera y que el calafate es el que sella las juntas y las cubre de brea. "Pero en València, o al menos en esta zona, siempre ha tenido el nombre de calafate". Juan nos estruja la mano con sus dedos poderosos de carpintero y se despide a su manera: "¡Au, a esmorzar!".

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