Nos quitaron las barras, pero no las mesas altas con taburetes
Tampoco se fue el relato de compartir de esto y de lo otro, siempre con un ojo en el origen y en su proceso de elaboración. Agustín Rico es un ultramarinos que sin perder su raigambre, se ha reconvertido en bodega, taberna, tienda de vinos y spot socorrido cuando no sabes adónde ir o no te apetece arriesgar. Necesitamos certezas y una buena carta de vinos.
Va un siglo desde que abriera este negocio ubicado en la esquina de la calle Cádiz y la Gran Vía Germanías. Tres generaciones tras la barra cortando jamón y haciendo una finísima selección de embutidos, quesos, fiambres et al. Actualmente, es Agustín Rico Salvador quien blande el cuchillo, además de ser el responsable del viraje del establecimiento hacia el mundo —un mundo de ensueño— del vino. Almudena Ortuño dejó constancia de ello en su búsqueda del wine bar en València.
¿Qué se come? Se come sans souci —sin preocupaciones ni remilgos— conservas de mejillones del tamaño de una pelota de golf, montaditos de anchoa o sardinas ahumadas, embutido brillante de buena grasa, raciones de queso sin emplatado estrafalario y alguna cosita caliente como bravas. Buen material a precios sensatos.
También me encandila este ultramarinos porque una vez que tenía el día un poco vegano por saturación láctea —me había pasado una semana entera yendo de concejo en concejo y de queso en queso por Asturias—, fui a Agustín y la camarera me echó diez años menos. Después de las risas y enseñarle mi DNI pedimos morro frito. Dos veces.