Los libros de historia han reducido a la esposa del precursor de la pintura abstracta Pierre Bonnard como musa, cuando también fue creadora
VALÈNCIA. Un cuerpo desnudo sumergido en una bañera, una mujer jugueteando con dos gatos sobre una cama deshecha, una silueta en el quicio de una puerta, un sombrero entre el gentío... Marthe de Meligny (Saint-Amand-Montrond, Francia, 1869-Le Cannet, Francia, 1942) fue inspiración y estímulo en un tercio de las creaciones de Pierre Bonnard, integrante del grupo postimpresionista de finales del siglo XIX Les Nabis.
De hecho, este exaltador de la luz y del color no hubiera alcanzado las cimas de su arte de no haber mantenido a su vera durante medio siglo a su misteriosa compañera. Este próximo 31 de agosto, la película Bonnard, el pintor y su musa, repasa las largas décadas de vida artística y conyugal compartidas, con énfasis en la complejidad de su relación, marcada por la dependencia mutua, y la fobia social de Marthe, espoleada por el bochorno que le provocaba su pasado.
Hasta sus nupcias en 1925, Pierre no fue consciente de que aquella huérfana de la que se enamoró al verla bajar de un tranvía, no era descendiente de una familia aristocrática de origen italiano, sino que procedía, en realidad, de una humilde familia de provincias. Su verdadero nombre era Maria Boursin, identidad que cambió al llegar a París, con el objetivo de dejar enterrado su pasado.
"Ella inventó una identidad propia y a partir del momento en el que se enamoró de Pierre fue una gran victoria, porque supuso su renacimiento, acceder a un ideal social -expone la actriz que le da vida en el drama biográfico, Cécile de France-. El problema es que a partir de entonces se convirtió en prisionera de su mundo interior. No controlaba los códigos de este estrato de clase. Temía ser desenmascarada. De ahí el elemento indescifrable en las representaciones de su rostro en los frescos de Pierre: ella está ausente, ensimismada, con los pensamientos en otro lugar".
El director que ha decidido detallar su historia es un abanderado de la reivindicación de creadoras olvidadas por la historia. Ya lo hizo en Séraphine (2008), con Séraphine de Senlis, una mujer de la limpieza que también fue pintora autodidacta, y en Violette, donde reivindicó a la escritora Violette Leduc, una autora sulfurosa y brutalmente honesta, que ganó el Premio Goncourt con su libro de memorias, La bastarda, fundamentales para las primeras militantes del Movimiento Feminista de Liberación.
"Hay un misterio en torno a Bonnard, ilustrado en la representación obsesiva del cuerpo de Marthe, su compañera y musa. Desde el principio, Marthe se muestra omnipresente, enigmática y descarada. Y luego, lentamente, mientras enfermaba, empezó a recluirse, a menudo en su bañera, eternamente joven y esquiva. La obra de Bonnard está totalmente ligada a su presencia; no sería lo mismo sin ella. Este vínculo indisoluble despertó en mí la necesidad de una comprensión más profunda", se justifica Provost.
De niño, el cineasta se había quedado prendado de un cartel que su madre le había traído de una exposición de París, donde Marthe aparecía sentada a una mesa frente a un paisaje exuberante, vibrante de luz y color. Durante años estuvo fijado en la pared de su dormitorio, para mirar a aquella sensual y extraña ventana a otro mundo mientras se quedaba dormido. De ahí que no se resistiera cuando la sobrina nieta de Marthe lo contactó para proponerle realizar una película en la que hacerle justicia a su tía abuela.
"La gente la ha tildado de manipuladora y problemática, de haber cerrado un acuerdo fáustico con Pierre, pero toda esa crudeza y salvajismo que la caracterizaban era compartidas por su amante y después marido, al que le gustaba estar en contacto con la naturaleza, con la única compañía de su amor, distanciados ambos de la vida social. Eran inseparables, unos insociables", profundiza de France.
En su interpretación, a la actriz belga la guiaron dos frases escritas por Annette Vaillant, la sobrina del coleccionista de arte y fundador de la revista literaria y artística La revue blanche, Thadée Natanson. La primera atribuye a Marthe "unos ojos ácidos de materia vegetal". En la segunda, se la describe "con el aire salvaje de un pájaro, el gusto por el agua y por el baño y un caminar etéreo, como si tuviera alas".
Hay un momento en la película, en la que Marthe ha de escuchar que una musa solo existe en los ojos del artista. A Cécile de France no es una afirmación que le irrite. Ella misma asegura sentirse "libre", aunque concluye que debería sentir lo contrario: "Ahora hablamos de desequilibrio de poder, pero para mí ser musa de un director es convertirme en un utensilio para alguien que tiene una visión. Soy mi piel, mi alma, mi cuerpo y mi energía y eso es suficiente. Me gusta estar al servicio del universo de un artista. No sufro, es lo opuesto: me siento importante, afortunada, viva...".
Para Marthe Bonnard fue una relación tortuosa, marcada por la tensión entre la pareja y la misantropía. Con el tiempo, entre 1921 y 1926, la que fuera inspiración se convirtió en artista. Pero no anhelaba el reconocimiento. Firmaba sus obras como Marthe Solange. En 1924 se le dedicó una pequeña exposición personal en París y el pasado, con casi un siglo de diferencia, otra. En coincidencia con el estreno de la película en Cannes, el museo Bonnard de Le Cannet compiló 40 obras en papel que son "un canto absoluto al color y a las vibraciones de la luz", según su comisario.
"Marthe no se metió en la pintura para ser una artista profesional. Para nada. Lo hizo para trascender su dolor, fue una manera de expresar su sufrimiento", asegura la actriz que le da vida.