27-11-2018. Adam Michnik, director de la Gazeta Wyborcza escribía en El País: "La libertad de prensa es indispensable para la existencia de una democracia real. Si los medios mueren, la democracia se quedará indefensa".
La verdad sufre un ataque permanente. A lo largo de la historia son innumerables los casos en los que se ha manipulado para conseguir otra realidad. Siempre se han creado ficciones para intentar vivir de ellas. Argumentos por invenciones, confianza por confusión, en definitiva, la verdad con la mentira. De eso dependen, de eso viven las noticias falsas.
Hoy y siempre el ser humano ha intentado igualar la verdad con la mentira, como si fueran dos puntos de vista diferentes. Dos destinos donde poder llegar indistintamente. No obstante, hoy es la gran amenaza. Vivimos en tiempos donde los rumores ya no son veloces sino inmediatos. Una noticia verdadera viaja seis veces más lenta que una noticia falsa. Así, existe un 70% de probabilidades de que esa noticia falsa sea compartida en detrimento de la verdadera.
Cuando en 2004 Mark Zuckerberg pensaba Facebook lo hacía para que los alumnos de Harvard pudieran mantener una comunicación fluida y compartir contenidos de forma sencilla. Hoy, solo catorce años después, los EEUU ya cuenta con 156 millones de cuentas en Facebook y estudios recientes afirman que dos tercios de ellos se informan a través de esta red social.
En nuestro país, en 2017, eran 23 millones los perfiles de Facebook registrados. Este crecimiento cumple perfectamente con la Ley de Metcalfe – donde el valor de una red de comunicación aumenta proporcionalmente al cuadrado del número de usuarios del sistema-. Lo cierto es que se han creado unas plataformas sociales, cada vez más, basadas en la economía de la atención. Consumo rápido y fácil. ¿A cambio de qué?. A cambio de nuestros datos personales, de nuestras ansias y deseos, de nuestras necesidades y frustraciones.
Noah Harari dice en "21 lecciones para el siglo XXI" que: “Cuando mil personas creen durante un mes algún cuento inventado, esto es una noticia falsa. Cuando mil millones de personas lo creen durante mil años, es una religión, y se nos advierte que no le llamemos noticia falsa para no herir los sentimientos de los fieles o provocar su ira”.
Hoy estos cuentos inventados deben parecer sobre todo ciertos para poder engañarnos, para poder manipularnos y conseguir sus objetivos, a saber: influenciar nuestras decisiones políticas u obtener ganancias económicas. Para ello se usan datos inexistentes o distorsionados e informaciones infundadas.
Para ello se acude al recurso de escarbar en nuestras emociones más básicas: ansia, rabia, desprecio, frustración. Se simplifican los mensajes. Blanco o negro. Se demoniza al que no esta en nuestro bando, se favorece el conflicto. Y todo ello en la mayoría de ocasiones desde un anonimato cobarde. Y todo ello maquillado adecuadamente para que nos parezca atractivo y aumente su viralidad.
Decía Tristan Harris, diseñador ético en Google y que acabó abandonando la empresa: “Imagina una sala donde hay un centenar de personas encorvadas sobre ordenadores que muestran gráficas. Una sala de control. Desde esta sala se pueden controlar los sentimientos, los pensamientos y las prioridades de 2.000 millones de personas en todo el mundo. Esto no es ciencia ficción… Yo solía estar en una de estas salas”. Y acababa afirmando que: "La tecnología no es neutral y las consecuencias son obvias. Está cambiando el modo en que mantenemos conversaciones, nuestra forma de pensar y está causando estragos en nuestro sistema democrático".
¿Cómo combatir este mal uso de la facultad de comunicar? Cada vez es más complejo poder aplicar criterio ante cada mensaje dudoso. ¿O, al final es que no queremos quitarnos la venda de los ojos, no queremos enfrentarnos a una realidad cada vez más compleja y que nos saca de nuestro espacio de confort?
Dostoyevski escribió algo interesante en este sentido: «Quien se miente a sí mismo y escucha sus propias mentiras, llega al punto de no poder distinguir la verdad, ni dentro de sí mismo ni en torno a sí, y de este modo comienza a perder el respeto a sí mismo y a los demás”.
En Facebook, el algoritmo que selecciona las noticias que se muestran en la red solo te ofrece las informaciones que tu deseas ver. Sean Parker, empresario y gurú de las redes, culminaba una de sus intervenciones con una frase inquietante: “Solo Dios sabe lo que se está haciendo con el cerebro de los niños”.
Sufrimos una auténtica invasión para eliminar el respeto por la verdad. Una verdad que cada vez se encuentra más enferma y más débil.
Stuart Mill, ya explicaba que el interés por la verdad exige de la diversidad de opiniones. Y es, aun hoy, justo ahí, en esa diversidad, donde la libertad de expresión sufre los peores ataques por parte de los populismos. Unos populismos que se erigen como dueños y señores de la verdad única y sobre todo, de una verdad definitiva. Aunque, lo cierto es que las noticias falsas constituyen el veneno al servicio de la estupidez. Una estupidez que considera a la libertad de expresión su principal enemigo.
Era una fake news la existencia de armas de destrucción masiva en Irak en la que se amparaba el discurso de José María Aznar; o el intento de atribuir los atentados del 11M a ETA a escasos días de unas elecciones generales del 2004. ¿Acaso no es una fake news, el autobús de Ciudadanos que hoy está circulando por España con el lema “no a los indultos”?. ¿Indultos?. Pero si los presos catalanes aún no han tenido un juicio justo y ya se está hablando de indultos del gobierno.
La falsificación de la verdad siempre trata de dirigir las emociones. Siembra confusión, desconfianza, y ahí encuentra el camino más corto para destruir la confianza en las instituciones democráticas.
Estemos atentos, porque en este nuevo ciclo electoral vamos a asistir a una campaña plagada de fake news, de manipulación de emociones en las redes, en definitiva, de amenazas a la verdad. Equipos encorvados frente a ordenadores, como los que denunciaba Tristan Harris, que van a procesar todos nuestros datos para influenciar en nuestras emociones y nuestros sentimientos, para dirigir nuestro voto. Y la pregunta que nos podemos hacer es: ¿Son fuertes y libres los medios de comunicación tradicionales para soportar y combatir esta nueva realidad?. ¿Podrá la democracia combatir los algoritmos?.
Alfred Boix es portavoz adjunto del PSPV en Les Corts
El nombre de Alfred Boix no dice mucho entre la opinión pública, pero sí para la publicada, aunque su nombre no aparezca habitualmente en los medios, salvo honrosas excepciones. Y eso que el personaje tiene su relevancia