VALÈNCIA. Asier Zabaleta ya ha visto su obra Meeting Point un millar de veces. Y se le siguen saltando las lágrimas. No sabe definir qué emoción le embarga, pero apunta a la profunda compenetración entre sus bailarines, los brasileños Thiago Luiz Almeida y Caio Henrique de Souza, como germen de esta pieza. Quizás es ahí donde reside la clave para que una obra intimista se haya alzado con el Premio Max al mejor espectáculo de calle 2018 y el Umore Azoka 2017.
No es una obra al uso para representarse al aire libre. De hecho, su director tenía recelos. “En las obras programadas en el espacio público no suele darse descanso al espectador, porque tienes que atrapar al que pasa. En nuestra propuesta, en cambio, el movimiento de los intérpretes empieza lento y suena un tranquilo solo de piano, Bosques de mi mente. Sin embargo, hasta los niños que están sentados en primera fila no pueden quitar ojo. Tiene algo que atrapa”.
Este montaje sencillo e hipnótico, programado los próximos 21 y 22 de septiembre en el MIM de Sueca, relata los elementos en común entre sus protagonistas. Ambos habían trabajado bajo las órdenes de Zabaleta en los espectáculos de su compañía Ertza El show del espectador, el musical infantil Madifathinka y el espectáculo de danza y marionetas Ariak. Pero ni Thiago ni Enrique habían reparado en sus coincidencias: ambos proceden del mismo país y cruzaron un charco de 8.000 kilómetros para instalarse con sus respectivas madres el mismo mes del mismo año en el País Vasco.
Les diferencian sus lenguajes corporales. Thiago es especialista en break, Enrique, en hip hop. Y Zabaleta se ha servido de esos materiales para construir un diálogo conjunto desde la mirada de la danza contemporánea.
“Estamos acostumbrados a ver hip hop y break en batallas de gallos, pero en Meeting Point subyace la poesía pura. Mi tratamiento de ese material en bruto ha pasado por extraerle la emoción y por evitar que cada disciplina se bailara en compartimentos estanco: he buscado un terreno común entre los tres lenguajes”, resume el coreógrafo.
Baile dislocado
Si le das a elegir a Asier Zabaleta un movimiento, su favorito es el descoyuntado. En Meeting Point no se ha podido resistir y hay un momento en el que Thiago se sirve de esta desarticulación del cuerpo.
No obstante, el creador guipuzcoano no dicta a su elenco ni a sus alumnos ninguno de los bailes, sino que busca que cada uno de sus bailarines extraiga su movimiento natural interno, que sólo lo puedan hacer ellos.
En este caso, el intérprete se sirve de ese baile dislocado para transmitir temas recurrentes en la trayectoria de Zabaleta, que en casi todas sus coreografías explora el miedo, la fragilidad y las contradicciones. Como también el lugar del individuo en la sociedad. Así lo ha hecho en el pasado en propuestas como Next in line, Where is my mind y Ego-tik.
“La psicología me interesa sin más. Soy muy observador, me gusta mirar cómo actúa la gente, así cómo las incoherencias del ser humano. Por mucho que queramos hacer leyes y buscar unas normas en las que funcionemos de manera conjunta, siempre entramos en la contradicción y surgen excepciones”, valora el director.
Una teta es una teta
En su próxima obra, programada a partir del 20 de octubre en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, Zabaleta está de nuevo a vueltas con las antítesis de la sociedad. El montaje se titula La teta de Janet y rememora el episodio en la Superbowl 2004 que supuso el veto a la hermana pequeña de Michael Jackson de los escenarios.
“Janet mostró un pecho y despertó tal controversia que acabó en los tribunales, cuando en la playa ves cientos y no pasa nada. La anécdota nos sirve de excusa para hablar de lo que es y no normal, de cómo las sociedades contemporáneas marcan los limites de lo aceptable con base en parámetros estadísticos, pero muchas veces manipulados e interesados”.
A partir de este ejemplo de hipocresía humana, Ertza revisa aspectos de debate actual como la violencia, el machismo, el género, las creencias y la religión.
Dar la cara
Zabaleta opina que la danza contemporánea lleva demasiados años dándole la espalda al espectador. “Se ha impuesto una tendencia que pasa por darle tanta importancia al concepto o al tema del que queremos hablar que llegamos a un punto ombliguista en el que olvidamos que trabajamos delante de un publico. Y la creación no tiene sentido si no la vas a compartir con los espectadores”, argumenta.
De ahí que tenga tan presente a la audiencia en todos sus procesos de creación, no en términos de condicionar sus piezas, pero sí de salir de la propia auto indulgencia. “Me dan respeto esas actitudes que presuponen que el público es ignorante, esa tendencia a decir: “Me da igual que no me entiendan”. Los espectadores no son tontos, saben lo que quieren, y si no llegas a ellos, tienes un problema”.
La calle, en ese sentido, es crucial. De ahí que el director vasco divida su producción a medias entre sala y espacio público: “Ahí es donde vas a captar espectadores nuevos. El hombre o la mujer que pasa por allí, mientras tú actúas, no pensaba ver ningún espectáculo, así que es básico conseguir llegarle y que tenga un viaje emocional, porque esa persona es la que nos interesa que vaya luego al teatro”.