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NOTICIAS DE ORIENTE / OPINIÓN

Un regalo ligeramente envenenado para el mundo

17/01/2021 - 

VALÈNCIA. En el penúltimo día del año 2020 tan tremendo (por la pandemia, por la crisis económica subsiguiente, porque nos cambió la vida a traición y cruelmente; si, ya nada será lo mismo, ¡aunque saldremos como toros desbocados!), la Unión Europea y China firmaron a marchas forzadas el muy controvertido acuerdo de inversiones. Fue una firma deslucida, como mandan los tiempos, por insípida videoconferencia aunque con primeros actores internacionales: el amo del juego y primer ministro chino Xi Xingping, la nueva estrella ascendente y muy capaz (que va a resultar necesaria en los próximos capítulos de la serie europea) Ursula von der Leyen, la indispensable Angela Merkel (que está como en la ranchera de José Alfredo, “se va, se va, se va y no se ha ido”), el Presidente del Consejo Europeo, Charles Michel (con su intranquilizador look de psiquiatra lacaniano, jersey negro y cuello vuelto incluidos) y nuestro irrepetible, estendhaliano, glamoroso y literario Presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron (necesario en todas las grandes fiestas como el Champagne que tanto ha hecho por Francia). Fue algo que se tenía que firmar pero medio inconfesable. Lo que explica que no se celebrase ni siquiera la habitual rueda de prensa ulterior en este tipo de eventos relevantes. Y eso que los ciudadanos europeos alguna explicación sí se merecían. En todo caso, los medios chinos han calificado el acuerdo como de magnífica noticia y como “regalo conjunto de fin de año al mundo” cortesía de China y la Unión Europea (ya se acabaron los Reyes Magos). Y la UE en un críptico y escueto excusatio non petita acusatio manifesta ha dejado caer que se han obtenido excelentes resultados sin renunciar a los intereses y valores de la UE (cualesquiera que sean). 

Nos vamos a referir a este tratado previo con sus siglas en inglés que es como todo el mundo lo conoce: el EU-China Comprehensive Investment Agreement o CAI. Y menciono su naturaleza preliminar porque es un primer paso de muchos más. Es el punto de partida de un proceso que puede resultar tortuoso para conseguir no solamente la ratificación del Parlamento Europeo (esperable, pero no está claro) y posiblemente de los muy variopintos parlamentos nacionales. Además la efectiva aplicación del CAI está claramente condicionada a que China cumpla sí o sí sus compromisos (evitando la hábil y difusa retórica a la que nos tiene acostumbrados).

Ursula von der Leyen. Foto: Lukasz Kobus / EU Commission / Dpa

En todo caso, el CAI es un acuerdo importante. Probablemente el acuerdo es el más ambicioso que China haya firmado jamás con un tercer país. ¿Por qué? El comercio entre la UE y China supone cerca de 500.000 millones de Euros al año. Por lo tanto son socios comerciales que se necesitan mutuamente. Facilitar el acceso para los europeos a un mercado de 1.400 millones de potenciales consumidores no está exento de un gran atractivo. Además, son relevantes los datos de inversión extranjera directa recíproca de los últimos años. Por lo que respecta a la UE, han invertido cerca de 140.000 millones de euros (de los cuales cerca de la mitad lo copa el sector manufacturero siendo, curiosamente, la industria automovilística alemana el mayor inversor). La inversión china en la UE es algo inferior, 120.000 millones de Euros y se concentra en los sectores de infraestructuras, alta tecnología y está empezando a interesarse (esto es del beneficio de España) en la agroindustria. 

Y, este acuerdo no se ha hecho, como Roma, en un día. Recuerdo con nitidez mis reuniones con funcionarios europeos en el Pekín salvajemente contaminado (resultaba imposible ver los edificios de enfrente de la calle, inmersos en un smog inquietante) de finales de 2014 en las que el escepticismo sobre la los avances y eventual firma del mismo era la actitud dominante. De hecho, en fechas tan recientes como diciembre 2019 el Ministro de Exteriores chino, Wang Yi, declaró que era altamente improbable que China firmara un acuerdo de inversión con la UE argumentando, con buen criterio, que China era todavía una economía en desarrollo. Sin embargo, tras siete años de negociaciones y más de 30 rondas de discusión, por fin se ha alcanzado un pacto. La percepción generalizada es que al fin se han alineado los astros para que en pocos meses, y sobre todo a raíz de la cambiante e inestable situación internacional, tanto la EU como China tuviesen un interés real en concluirlo. 

Procede en este punto detenernos brevemente en su contenido y lo que supone para la UE y para China respectivamente. 

Antes de nada hay que aclarar que el CAI es un pacto esencialmente de acceso a mercado. La parte de protección de inversiones que inicialmente también estuvo encima de la mesa, será objeto de negociación en el futuro y ha resultado excluida del CAI. 

Por lo que respecta a la UE, hay que reconocer que los beneficios parecen evidentes. En primer lugar, la economía china abre su mercado a las empresas europeas en algunos sectores en los que hasta el momento existían límites a la inversión extranjera a través de exigencias de constitución de joint ventures o restricciones cuantitativas. De esta forma, por  ejemplo en el sector sanitario, China se ha comprometido a la eliminación de la necesidad de recurrir a una joint venture con empresas locales para la puesta en marcha de hospitales privados. Asimismo el CAI contribuirá a que las empresas europeas puedan participar con más facilidad en un número creciente de sectores hasta ahora inaccesibles. Se trata de las telecomunicaciones y servicios de la nube y transporte tanto en sus vertientes marítimas como aéreas. Por otro lado, también se permite una apertura en materia de servicios financieros. Otra de las medidas que ha resultado acogida con especial optimismo, es la supresión de la obligación de la transferencia de tecnología a empresas chinas que se imponía a las empresas europeas con el riego consiguiente que implicaba. Al final se trata, en general, de medidas de liberalización de la economía china para permitir que las empresas de la UE puedan desarrollar su actividad de una forma normal. Conociendo a China (que es decir poco, porque China como el misterio nadie, y menos los occidentales, sabe por dónde va) me preocupa que lo acordado en el CAI tenga serios problemas de ejecución. Esta misma mañana en Aquarium, gran templo del burguesía valenciana, lo comentaba con un amigo que hizo grandes negocios con China representando a una entidad financiera española  durante muchos años. Insisto, nadie sabe nada. Es como el arte abstracto sin Dry Martinis. Algo entre inescrutable y esotérico. Pero a China le queda un recorrido todavía en solvencia institucional y en tranquilidad a la hora de resolver las controversias económicas. Cuando este objetivo se consiga, las cosas serán muy diferentes. Y los inversores, esos cobardes necesarios y con un apetito insaciable en la creación de riqueza que podemos ser todos en algún momento, podrán dormir tranquilos. 

Charles Michel. Foto: EU Council / Dpa

¿Y que consigue China con esto? Como he dicho antes, como la banca, China siempre gana. Parece que ha claudicado en temas relevantes pero no es cierto. En el ámbito estricto del derecho positivo, China ha conseguido algunas facilidades para la inversión en Europa. Es verdad que en poco tiempo se ha establecido un ecosistema normativo que va a hacer algo más gravosa la inversión en Europa de las empresas chinas. Pero el mundo empresarial chino está acostumbrado a estas restricciones (es lo primero que preguntan al hacer una inversión en España, ¿cuál es la limitación en el ámbito autorizatorio en España para hacerla?). Por lo pronto podrán invertir en el ámbito industrial y manufacturero con cierto control pero sobre todo tendrán acceso a las energías renovables que es el gran pastel económico al que quieren llegar. El tema del 5G se ha dejado en una interesada nebulosa. Pero China, en mi opinión, y de acuerdo con  lo mantenido por Theresa Fallon en un revelador  artículo en  The Diplomat, sale ganando por mucho. ¿Porqué? Porque para China, el mayor beneficio está en que el CAI va a permitir que la inversión europea en China en los sectores tecnológicos y en la economía china en general sea un catalizador para un mayor crecimiento interno y conseguir que las empresas y el mercado chino se beneficien de este esfuerzo inversor. Además, y vamos ahora a la fascinante filosofía de la “fortune cookie” (que en realidad es un invento de los chinos americanos en los Estados Unidos), que al abrirla esperando que nos desvele, sin mucho drama, qué nos depara el destino, está diciendo una verdad como un templo o como un cocido de Lhardy, que el mensaje real es un nítido “divide y vencerás”. De forma previa lo ha hecho con el tratado suscrito en noviembre (el RCEP o  Regional Comprehensive Econcomic Partnership) en virtud del cual, consolidados aliados de los Estados Unidos (como Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda) vienen a reconocer  que China puede ser un socio comercial al que no se debe ni se puede obviar. Y ahora con el CAI está recordando que el amor y la amistad deben construirse día a día. En este sentido, es cierto que la UE va  a velar por sus intereses y por los de todos los ciudadanos europeos (a partir del concepto muy atractivo de soberanía estratégica que está, afortunadamente, implantándose por las propias necesidades de la UE que no son siempre las de los Estados Unidos). Porque para ser amigos hay que demostrarlo. Y la administración Trump ha evidenciado, con sus movimientos hostiles, cortoplacistas, erráticos y sus desplantes,  que la UE  no puede fiarse, como hasta ahora, del amigo americano. Lo que nos deja algo huérfanos pero lo suficientemente maduros para enfrentarnos a los grandes retos geoestratégicos que nos depara el futuro. Solo espero que la nueva administración americana nos permitirá cambiar esta tendencia y aunar esfuerzos para contribuir a que China sea un jugador fiable en el escenario internacional.

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