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LOS DADOS DE HIERRO  / OPINIÓN

Una agenda para 2030

27/12/2020 - 

En la era cristiana, no existe el año cero. Por eso el segundo milenio no empezó hasta 2001, y por eso la década de los años 20 no empezará realmente hasta el 1 de enero de 2021. ¿Qué puede traer esa década? ¿Dónde estaremos el 31 de diciembre de 2030? Hagamos un poco de política ficción para el decenio que nos aguarda.

Para empezar, no veo razón para que el actual gobierno de coalición no pueda seguir ahí en el año 2030, y con los mismos protagonistas. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ya llevan cuatro elecciones generales cada uno, ¿qué son dos más? Con las derechas divididas en tres partidos, y unos regionalistas que obviamente se van a resistir a cualquier iniciativa recentralizadora (que es lo único en lo que podrían ponerse de acuerdo PP, Cs y VOX), no habrá partido hasta que salga un vencedor del juego de la silla de las derechas. ¿Cuál será? En principio el favorito es el PP, pero parte con la desventaja de que su mayor caladero de votos –jubilados socializados durante el franquismo- se va a ver muy disminuido en los próximos 10 años. Esto no tiene que ser un problema si logra captar a votantes jóvenes, pero implica que estos esfuerzos solo servirán para mantener una precaria ventaja. Y son precisamente los jóvenes (entiéndase menores de 50 años) antaño votantes del PP los que propiciaron el crecimiento de Cs y VOX, hartos de la corrupción y el abismo entre la retórica y la realidad. Hacer que vuelvan es el reto del partido. No es casualidad que los dirigentes del PP en alza sean precisamente quienes mejor imitan los modos políticos más agresivos de la nueva política (Isabel Díaz Ayuso), o los que han optado por esconder la “marca PP” detrás de una imagen más personal y centrada en asuntos regionales (Alberto Núñez Feijóo).

Isabel Díaz Ayuso y Pedro Sánchez. Foto: Foto: EUROPA PRESS/J. Hellín

Parte esencial de este pulso van a ser los medios de comunicación. Y ahí sí vamos a ver cambios. Hace 35 años, si los cuatro principales medios de comunicación de derechas apoyaban a un mismo candidato interno, este lo tenía hecho. Eso ha cambiado: aunque Pablo Casado parece haber obtenido la bendición unánime de los grandes medios tras el NO a Abascal, los de VOX pueden apoyarse en todo un biotopo de pequeños medios online, bots en Twitter, y redes de difusión vía WhatsApp. Esto les da una cierta independencia y capacidad de resistencia, pero también propicia la creación de burbujas donde los militantes se encuentran muy cómodos, pero en las que cuesta cada vez más entrar desde fuera. ¿Y entonces? Hay partidos que aguantaron muchos años así, hasta que alguna gran crisis/guerra/depresión hizo que sonara la flauta; otros se fueron apagando lentamente. Todo partido nuevo y con un fuerte crecimiento recibe un influjo de gente que busca aprovecharse de lo que percibe como una vía para llegar al poder sin tener que tragar con los años de servidumbre requeridos en un partido tradicional. Los mandos medios del PP llevan muchos años de militancia a la espalda, y siempre pueden esperar unos cuantos más, pero está por ver que los cuadros de VOX aguanten un lustro y pico calentando sillas en plenos municipales, en espera de algo que no termina de llegar.

Eso la oposición. ¿Y qué haría este gobierno durante la siguiente década? Pues una política socialdemócrata reformista bastante modosita, guerritas culturales con la derecha española, y poco más. Nada de quebrar el “consenso de Bruselas” (otra cosa es que lo rompa otro país, como Francia o Italia, y se pueda saltar por la brecha abierta, pero si el euro no se ha roto con todo lo ocurrido en los últimos 12 años, no parece probable que vaya a romperse en los próximos 10). Con el consabido reparto de tareas: Podemos intentando captar todos los votos posibles hacia la izquierda, y el PSOE intentando abarcar todo el centro político. Y mucha finezza con el talón de Aquiles del gobierno: Cataluña. Ahí la clave serán las elecciones del 14 de febrero: si es viable un tripartito de izquierdas ERC-PSC-UP que otorgue la Generalitat a ERC, ese problema quedará apartado al menos unos cuantos años más. Y aunque las nuevas generaciones de españoles parecen más receptivas a la idea de un referéndum en Cataluña, no creo que lo haya de aquí a 2030.

Gabriel Rufían. Foto: R.RUBIO/EP

Un gobierno así constreñido podrá poner parches, pero difícilmente resolver los principales problemas socioeconómicos de España. Fundamentalmente, la precariedad laboral y el desigual acceso a la vivienda. Dos factores, además, que le dan un fuerte sesgo generacional a la creciente desigualdad y pobreza. En las últimas elecciones votaron jóvenes nacidos después del 11-S; jóvenes que probablemente empezaron a tomar conciencia política allá por el 2008, y que desde entonces no han conocido nada más que un estado de crisis permanente. Una generación entera cuya mejor opción es heredar algo (un piso, un negocio, una plaza…), pero sin perspectiva de poder crear nada propio.

Estas pocas perspectivas de futuro ya se han plasmado en una de las tasas de natalidad más bajas del mundo. Aunque desde posiciones conservadoras se prefiera explicar esto acusando a los jóvenes de vagos, egoístas, hedonistas, de tener miedo al compromiso, y lindezas similares, esta “huelga de natalidad” es simplemente la forma en que se manifiesta su precariedad: si crees que vas a vivir peor que tus padres y no ves ningún futuro mejor, ¿para qué vas a forzar a un niño a vivirlo también? Por suerte, aún hay mucha gente fuera que prefiere lo que hay en España a lo que tiene en sus países de origen, y nuestra economía podrá tirar de inmigrantes. 400.000 netos vinieron a España en el último año “normal”, 2019. Lo deseable es que todos ellos adquieran tarde o temprano la nacionalidad, y muchos lo harán. Pero aun así habrá una bolsa creciente de millones de residentes sin derecho al voto. Y la política, como la naturaleza, aborrece el vacío: si hay un recurso fácilmente accesible, alguien encontrará como usarlo. Con los extranjeros, eso puede ir desde la xenofobia abierta, hasta una simple resistencia a regular los alquileres: si quienes los cobran son mayormente ciudadanos españoles que votan, y quienes los pagan mayormente inmigrantes sin voto, la lógica electoral hará muy difícil meterles mano. El PSOE, sin ir más lejos, ya se posiciona sin complejos en el lado rentista. Y todas estas poblaciones y problemas no pararán de crecer hasta el 2030. Como la tensión entre dos placas tectónicas.

Pedro Sánchez. Foto: EFE/Juan Carlos Hidalgo POOL

Finalmente, el 31 de diciembre de 2030 estaremos a apenas 108 días del centenario de la proclamación de la Segunda República. ¿Qué habrá pasado con la monarquía? Repúblicas y revoluciones tienen en común que son imprevisibles: históricamente, nadie las ve venir. En 1788, 1847, 1867 o 1913 las cosas podían estar mejor o peor, pero una Casandra capaz de ver y narrar los diez años siguientes hubiese sido tachada de loca. Lo más aproximado que podemos decir es que las revoluciones son una prerrogativa real: casi ninguna se hubiese producido si el monarca de turno no hubiese metido la pata hasta el corvejón.

 ¿Puede algo desviar esta previsión? Por supuesto: siempre hay crisis económicas y otros imprevisibles, como la covidia. La política, como la vida, avanza a saltos, saltos que llegan de sopetón y sin avisar. El destino de todas las previsiones políticas es envolver pescado a los tres días, pero por alguna razón no podemos dejar de hacerlas. Que tengan una muy feliz década.

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