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CAVALL DE BASTOS / OPINIÓN

Una RTVV modelo Frankfurt

La situación dramática de RTVV nos permite empezar de cero y ser imaginativos en como queremos construir una nueva radiotelevisión pública: podemos parecernos menos a RTVE, a otras autonómicas y más a lo que se hace en Europa, a modelos del siglo XXI

28/02/2016 - 

Pocas cosas retratan mejor el vacío existencial que es la cultura política española desde 1977 que la foto del miércoles entre Pedro Sánchez y Albert Rivera ante “El Abrazo” de Juan Genovés. Un pacto vacío de contenido y sin opciones de prosperar por sí sólo ante la plasmación gráfica del mito fundacional de la España de la Segunda Restauración: el consenso como valor intrínseco, el significante sin significado. Ante la acelerada descomposición sociodemográfica de este espacio y este mito, la clase dirigente española hace uso de la bolsa de vudú del consenso y el Pacto de Estado: antes de las elecciones fue Mariano Rajoy llamando a los dirigentes a capítulo en Moncloa; ahora se han limitado a pagarle con su moneda.

El bi/tripartito apela al retorno del consenso en cuestiones como la Ley de Señas de Identidad o el cierre de RTVV

A casa nostra, el vudú consensual tiene un papel simbólico igual y distinto, de ruptura con los largos años de mayoría absoluta del PP y el relato de su propia descomposición. El bi/tripartito apela al retorno del consenso -o al menos el máximo posible- en la elaboración de las grandes líneas de la legislatura, en supuesta a contraposición a la actuación unilateral del PPCV, en cuestiones como la Ley de Señas de Identidad o el cierre de RTVV. Una interpretación que omite al Jorge Alartecien por cien a favor de la Fórmula 1”, que la LRAU era una ley socialista o que el PSPV se abstuvo ante la LOTUP hace sólo año y medio, entre otras cuestiones clave que hacen pensar que quizá el modelo que algunos pretenden identificar con el PPCV tenía más de consensual -al menos tácitamente- de lo que se quiere reconocer en público. 

En este sentido, la elaboración de la ley para la nueva Ràdio-televisió Valenciana, con la comisión parlamentaria donde participan todos los grupos parlamentarios pretende ser el escaparate de la nueva manera de hacer las cosas del tiempo post-PP; y de hecho los debates en dicha comisión son un buen espejo de en qué disyuntiva nos encontramos. Por primera vez se está abriendo cierto debate civilizado de cómo diseñar un servicio público.

 El plan del antiguo comité de empresa y los ex-trabajadores, que más o menos parece compartir Podemos enmarca la cuestión de RTVV en términos de “reapertura”: abordar el conflicto laboral, debatir el número de trabajadores asumibles económicamente por la Generalitat -alrededor de 700- y diseñar un ente muy parecido al anterior con una mayoría de dos tercios para elegir al consejo de administración. A las preguntas sobre qué controles podrían establecerse para evitar los errores del pasado, la mayoría de expertos en esa línea han esgrimido mayoritariamente que se trata de una “cuestión cultural” y han planteado la creación de consejos de carácter consultivo en el ámbito audiovisual y periodístico que no impiden en absoluto el control político de la institución, su línea editorial o del uso del espacio radioeléctrico. Siempre, eso sí, que sea consensual. De hecho, varios de ellos se propusieron a sí mismos sin rubor alguno para dichos consejos consultivos. 

Entre los alumnos aventajados, el más refinado puede que sea TV3, modelo indisimulado de la intelligentsia valenciana

Este es, en esencia, el modelo tradicional de las televisiones públicas españolas, casos todos ellos de éxito, como bien sabemos. De casta le viene al galgo: ya Adolfo Suárez, procedente de la dirección de RTVE, captó perfectamente el papel y el protagonismo de la televisión en la configuración de la opinión pública y en términos de construcción de relato nacional y social. La llamada “Cultura de la Transición” española, edificada sobre este papel de la cultura -la escrita y la audiovisual- como elemento no de debate sino de creación de consensos como valor intrínseco, encontró pronto alumnos aventajados. El más refinado de ellos sea seguramente la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals, en particular TV3, modelo indisimulado de la intelligentsia valenciana.

Muchos creen que a fin de que el País Valenciano contemporáneo pueda ser “cosido” -en términos del propio Ximo Puig- la Generalitat necesita una política cultural y de medios que diseñe un marco propio, cohesivo y más o menos coherente de elementos identitarios de lo que es el país -y también de lo que no es. El modelo TV3. En realidad, TV3 proyecta un horizonte de consenso muy estrecho, que aunque tiene un cierto sesgo gubernamental exhibe más finezza que Telemadrid, puesto que no es un consenso puramente partidista sino algo más amplio identificado con cierto establishment: barcelonés, catalanófono de origen, bussiness friendly, independentista pero abierto al pacto y culturalmente autorreferente. 

Su línea editorial es pétrea y monolítica, ante lo que su establishment considera amenazas sistémicas -Aturem el Parlament, las huelgas ante el Mobile World Congress. TV3 y Catalunya Ràdio muestran los límites de dejar la radiotelevisión pública plegada a los intereses de la clase política -aunque esta se defina como vanguardista, moderna y europea: el control así entendido ha generado una cultura basada en marcos autorreferentes y que se relaciona con el exterior como mucho en términos de ventas y atracción de capitales. Un conjunto que dista mucho de ser un instrumento para el debate plural y la conciencia crítica: no por ningún elemento genético de fracaso cultural del sur de Europa, sino porque no cuenta con los incentivos institucionales adecuados. Puede que el consenso partidista, “per se”, no obre milagros. Menudo anatema.

Hacia un modelo alemán

A veces hay momentos que cambian el foco del debate. La intervención el martes pasado del profesor Andrés Boix en la comisión de RTVV de les Corts fue una de ellas. Planteó una línea crítica con el modelo experimentado hasta ahora y esbozó algunas líneas que -con matices- tanto PSPV y Compromís como Ciudadanos y PP aseguraron compartir en el turno de preguntas a la hora de explorar un nuevo modelo, y ofrecen perspectivas muy interesantes de cómo se puede innovar.

El primer elemento que se esbozó fue el de buscar como referentes, no otros modelos de televisiones españolas sino a televisiones europeas de escala homologable, como podrían ser las regionales alemanas: citó en particular -por modelo y población- a la Hessischer Rundfunk -o HR-, del estado de Hesse y con sede en Frankfurt del Main: posee un canal de televisión, seis emisoras de radio y genera contenidos para la ARD, el consorcio de radiotelevisiones regionales alemanas. Una de las claves que apuntaba Boix para aproximarse al modelo alemán es la de ponderar mucho  el peso de los partidos en los nombramientos de directivos de la radiotelevisión pública, para que otros agentes de la sociedad civil -como asociaciones profesionales- tengan un peso decisivo en dicha elección. Otra, entregar a un Consejo del Audiovisual independiente y profesional las competencias sobre el espacio radioeléctrico, incluida la concesión de licencias de TDT y la potestad sancionadora, para que nunca más sean objeto de mercadeo y regalo a grupos de comunicación amigos del gobierno de turno. O blindar la autonomía de los consejos de redacción y de informativos para que la línea editorial de los medios responda exclusivamente a criterios periodísticos. 

El segundo elemento se refiere al peso específico de las industrias culturales: especialmente del sector audiovisual, pero también de los otros sectores culturales -como la música, las artes escénicas o la literatura- que necesitan de los medios para su promoción fuera del duopolio mediático español. Aquí también surge un interesante debate, sobre qué significa libre mercado y proteccionismo en el ámbito cultural entre empresas valencianas y de fuera; qué parte del trabajo de creación debe hacerse directamente desde el ente público y cuál debe externalizarse, y en qué condiciones de libre concurrencia, respetando la normativa europea y al mismo tiempo estimulando la producción local. Como en otros campos de la economía y especialmente de la industria cultural, se trata de hallar el correcto equilibrio entre políticas de oferta y demanda. Y aquí brilla la importancia de las economías de escala, una vez más el modelo alemán: colaborar, co-producir y exportar contenidos para otras televisiones puede ser la clave para hacer sostenible el servicio público y ayudar a crecer a las industrias culturales. Colaborar, además de competir.

Seguramente el modelo de promoción cultural -y esto ya es una apreciación personal- debiera estar más cercano al de la música en valenciano-catalán, un pequeño pero creciente circuito a cargo de ayuntamientos y entidades que es capaz de generar demanda, hacer crecer a los grupos e incluso “exportar” a otros territorios y a escala internacional, con creciente peso de festivales, productoras y estudios de grabación autóctonos; una política modesta de promoción pero que incluye elementos de mercado. Por contra, la política de oferta o subvención a productores de la literatura -en valenciano y en castellano, funciona igual- es justo el modelo contrario: grandes premios literarios a productos concretos y subvención a ediciones que distorsionan el mercado, al lado de índices de lectura raquíticos y una industria en coma que se limita a sobrevivir.  Hay que pensarlo bien.

Frankfurt en Burjassot 

Diseñar en 2016 un servicio público con los mismos criterios de 1989 no parece muy inteligente: a diferencia de entonces ya sabemos en qué se han convertido TVE, TV3, Telemadrid o Canal Sur. Por una vez contamos con una ventaja comparativa: aprovechémosla. Ahora mismo el Consell tiene incentivos para ofrecer algo diferente y poner su sello en un servicio público de trazos distintos al que tenía la televisión del PP; la oposición de diseñar un instrumento que el gobierno no pueda controlar a su antojo y pueda ejercer en alguna medida de contrapoder y altavoz de su actividad y propuestas. 

Diseñar un servicio público distinto, que responda a incentivos distintos y con unos objetivos claros puede romper la espiral negativa respecto a la imagen -y autoimagen- de los valencianos, y no es necesariamente caro. Se trata de ser imaginativos e imaginar un Burjassot que se parezca más a la sobria pero funcional sede de la HR en Frankfurt que al escenario de las correrías de Pedro García y Vicente Sanz.

Quizá hasta podríamos lograr que por primera vez en muchos años, en el Reino de España un consenso esté dotado de contenido y no se quede en un vacío sortilegio vudú como los abrazos ante los cuadros del Congreso. Sonrían: para variar, puede que hasta tengamos motivos fundados para ello. 

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