La adaptación televisiva de la saga de novelas juveniles es un producto prácticamente idéntico a la versión para el cine. Solo la duración de ocho horas, que no va precisamente a favor de obra, y el nuevo elenco de actores ya difieren ostensiblemente. El trabajo de Neil Patrick Harris, el actor que dejó boquiabierto al mundo tras la Gala de los Tony del 2013, es lo mejor de la serie
VALENCIA. De los libros al cine y de ahí al híbrido de Netflix. Considerada por algunos como el Harry Potter norteamericano, la saga juvenil de Daniel Handler (firmada con el seudónimo de Lemony Snicket) se convirtió en película en 2004 con Jim Carrey y Meryl Streep como protagonistas. Este 2017 Una serie de catastróficas desdichas reaparece de nuevo como serie abanderada por el gran actor Neil Patrick Harris. El resultado en su conjunto resulta aceptable, el trabajo interpretativo y la ambientación excelente, aunque no termina de concluir como una obra redonda.
Entre la versión para la gran pantalla y la adaptación para el consumo online apenas hay diferencias. El formato y las caras que la protagonizan son lo más destacable. ¿Su talón de Aquiles?: la duración, uno de los problemas que más veces nos encontramos en las producciones de Netflix. A partir de mitad de temporada algunos de sus títulos se desinflan, como si el famoso algoritmo predictivo todavía no hubiera encontrado la fórmula mágica para despertar del tedio a los espectadores después de cuatro horas de emisión.
No es en absoluto fácil, como no lo es superar el segundo acto con éxito en una historia con una estructura aristotélica. De ahí que en ocasiones los espectadores de series agradezcamos a los creadores plantear argumentos de tan solo seis episodios, sin más aderezos. Netflix, que no depende de las estrecheces de la televisión lineal en ese aspecto, no debería obligarse a estirar sus productos más de lo necesario.
Tampoco debemos olvidar la característica implícita en su ADN: ser el clonador oficial de productos de éxito. En algunos casos con acierto, como parece haber logrado, según considera parte de la crítica, con producciones como The Crown (heredera de la película The Queen), o con su primer producto House of Cards (basado en el homólogo británico). Ambas producciones se alejaron del original, se expandieron y crearon su propio universo. De ahí que para muchos el visionado resultase renovado. En el caso de Una serie de catastróficas desdichas es tan fiel al film que uno tiene la sensación final de “esto ya lo he visto”, eso sí, ahora más largo.
Un plantel de excelentes actores sostuvieron en 2004 el éxito de taquilla. Jim Carrey y Meryl Streep se transformaron en el Conde Olaf y la tía Josephine, y aunque la crítica fue tibia, el film se convirtió en un éxito. Desde entonces lleva coleando la posibilidad de que volviera la saga a la pantalla. Esta vez es el propio Daniel Handler el que lo lleva a cabo desde el guión, y Barry Sonnenfeld, que en su momento abandonó el proyecto de la película por discrepancias, se ocupa de la dirección.
La versión de Netflix repite las principales virtudes del film: un excelente casting, y en consecuencia, gran calidad en las interpretaciones; una ambientación impecable de la mano de Bo Welch, responsable de los decorados de películas como Beetlejuice; y una historia de aventuras con todos los ingredientes de género entremezclado con los guiños góticos característicos de la saga de libros.
Particularmente me parece que lo más destacable de la serie es su protagonista Neil Patrick Harris (How I Met Your Mother), un actor que puede ponerse en cualquier piel porque haga lo que haga borda el papel. Un tipo de actores que domina todo tipo de escenarios y géneros, que canta, baila, hace acrobacias y lo que le pongan por delante. Un perfil con una altísima formación y multitud de buenas experiencias. En el resultado se nota.
Quién no recuerda aquella espectacular actuación introductoria durante los Premios Tony del 2013. Cayeron rendidos el teatro, los espectadores de televisión y los millones de personas que lo visionamos gracias a Youtube. Actores, acróbatas, magia, Mike Tyson, todos cantando y bailando en una dirección escénica de quitarse el hipo. Y de protagonista, sin fallar en ni un solo movimiento de baile, en ninguna carrera entre el escenario y la platea, en ningún cambio de vestuario, en ninguna frase de guión, ni en una sola nota musical o respiración, estaba el gran Neil Patrick Harris.
Dejen de leer. Hagan el favor de darle al play, comprobar de lo que son capaces de hacer en la industria de Broadway porque van a entrar en éxtasis, se lo aseguro. Es imposible no levantarse del asiento y aplaudir eufóricos. La vibrante actuación de aquel año eleva a magia el teatro musical. Una de las expresiones artísticas más emocionantes que se pueden disfrutar como público.
Tal es la huella que nos dejó Neil Patrick Harris, que aquella escena de ocho minutos de duración del año 2013 cambió irremediablemente nuestra mirada como espectadores de galas y entregas de Premios para siempre. Hoy, fecha en la que se va a celebrar la gala de los Goya del 2017, en las redes sociales los espectadores de nuevo afilarán sus cuchillos y destriparan el humilde trabajo de los actores, bailarines y técnicos que se echarán a la espalda la responsabilidad de sacar a adelante la gala mientras en las redes le destrozan.
Lamentablemente el número de baile de la Gala del 2016 despertó las comparaciones con aquel número de los Tony, traducidas en duras críticas. Es cierto que el número no estuvo muy bien. Pero también es cierto que ni de lejos se cuenta con los mismos recursos económicos ni que el origen y formación de los conductores de ambas galas es la misma. El error fue poner a los de aquí en semejante tesitura. Normal que Dani Rovira se pensase bastante volver a repetir la experiencia. Ojalá este año no les obliguen a hacer estas cosas.