BRUSELAS. Leo la prensa local en una tediosa tarde de domingo y sólo una Add (publicidad) en medio de la página web me advierte de dónde estoy. El centro de arte Saint Michel me anuncia en el centro de la noticia, sobre el pronóstico de una holgada mayoría de la izquierda en el Ayuntamiento de Valencia, que el próximo domingo se representa la Grand Ballet Gala en Bruselas. Eso y el locutor de la radio, que habla en francés. Tarde gloriosa, la del próximo domingo, porque de nuevo los ciudadanos europeos tendremos la oportunidad de elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo, el órgano soberano de la ciudadanía europea.
Lo he estado recordando desde hace dos meses, en todas y cada una de las tediosas tardes de domingo que, afortunadamente, dedico a mis lectores y no a planchar la pila de ropa de la semana. Las tardes de los domingos no se han hecho para planchar. Podría ser el título de una novela o bien una reivindicación feminista para la próxima pancarta. Vamos a reivindicar las tardes de los domingos lejos de los deberes del “cole”, la agenda de la semana, el armario de primavera o, de nuevo, la pila de la plancha.
Aquí y en Bruselas, vamos a reivindicar las tardes de cine de los domingos, cuando en los cines daban dos sesiones con descanso incluido y luego aún había tiempo para comentar hasta los títulos de crédito. También podemos reivindicar la tarde indolente en la terraza de un café, con un trocito de “tatin” de limón y chocolate en una mano, y un libro en la otra. Reivindicamos el derecho a no aburrirse en la tarde del domingo para adolescentes y babyboomers. Dando ideas, se puede intentar incluso un encuentro en la tercera fase, sin móviles ni redes de por medio…, como en la prehistoria del siglo XX.
Algunos analógicos aún recordamos con nostalgia la ilusión de reencontrar al chico de la discoteca con el que habíais quedado a la puerta del cine o a la vuelta de la esquina. Durante toda una semana se iba tejiendo una red invisible, sin ningún tipo de contacto verbal, virtual o visual, sólo en el pensamiento. Hasta llegar ese momento, la emoción iba creciendo a la par que la incertidumbre. ¿Vendrá? ¿Y si se ha olvidado? ¿Y si ha quedado con otra? ¿Y si se ha roto un pie? -por este orden-. Durante la adolescencia, la noción del tiempo no es real. Una semana puede parecer un siglo. Y el pueblo de al lado puede estar en Sebastopol. Y estaba. No en Sebastopol, el chico, a la vuelta de la esquina, esperando con la misma incerteza. Porque las mismas dudas nos asaltan a ambos géneros a la vez. Y acudimos a la cita. Sin móvil y a la par. Sin avisar, sin toques, sin whatsapp, sin llamada, sin recordatorios, sin agenda…
No obstante, yo seguiré recordando nuestra cita. El próximo domingo podría estar en la Gala del Grand Ballet en Bruselas. O a la puerta del cine. Me han recomendado La carga (The load), de Ognjen Glavonic. Cuenta el viaje de Vlada, conductor de un camión durante el bombardeo de Serbia por las fuerzas de la OTAN en 1999. Su último encargo consiste en transportar una misteriosa carga desde Kosovo hasta Belgrado, en un país devastado por la guerra. Daniel Jiménez, en cinemaldito.com, habla de cómo “una nueva generación permanece atrapada, condenada a repetir una y otra vez los mismos errores del pasado. La gris y triste historia de toda una generación”.
Parte de esa generación se dio cita en Milán, en una tarde de domingo. Representantes de partidos de ultraderecha de media Europa acudieron a la llamada del ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, en una ofensiva para conquistar las instituciones europeas. Junto a él, la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, representantes de Alternativa para Alemania, el FPÖ austríaco y ultras venidos de Bulgaria, Eslovaquia, República Checa, Estonia, Flandes, Dinamarca y Finlandia. Relean el artículo de ayer de mi compañero Eugenio Viñas, en esta plaza, '¿A unos días de que la ultraderecha irrumpa en el parlamento europeo?'. Tenemos otra cita en el cine. Vlada no quería saber qué es lo que llevaba en el camión, pero al final este viaje se convirtió en una carga. Tampoco nosotros queremos saberlo…
La historia de Vlada podría ser la nuestra, la de toda una generación atrapada en la tarde del domingo, del próximo domingo, si la dedicamos a las tediosas labores que nos hacen olvidar las ilusiones y las incertidumbres de la adolescencia. Pero no, no es ése el encuentro esperado. La cita la tenemos en las urnas, en una especialmente, la de Europa. Porque, por primera vez, de todos los rincones van a llegar los partidos populistas y antieuropeos para destruirla, al asalto de las instituciones europeas. De nosotros depende que Europa nos espere a la vuelta de la esquina, en una gris y triste tarde de domingo, con la ilusión de un adolescente…