VALÈNCIA. Un enorme y estridente coro canino nos recibe. Ladridos que llegan por todas partes se solapan mientras Vicente Ferré espera a que salga su hijo Marcos, el heredero del negocio y de la tradición, a que realice una pequeña exhibición de adiestramiento con 'Junior de Jardines del Real'. Dan las órdenes con palabras cortas y claras en alemán. El perro obedece de inmediato. Aunque parece un chiste, pues se dirigen al pastor alemán en alemán, no lo es. La explicación es que Vicente, que tiene 61 años, aprendió de los mejores expertos, los teutones, cuando apenas era un veinteañero.
Luego sale 'Galax de Jardines del Real' y exhibe sus virtudes. Su obediencia, su agilidad, su fuerza y su serenidad. Lo mismo camina pegado a la pierna de su amo que salta un obstáculo, que sale disparado a por una especie de mancuerna de madera y se la deja en la mano. De vez en cuando, fuera del repertorio, levanta la pata y orina sobre el césped.
Vicente Ferré tiene una gran planta y desprende una energía que inunda todo el campo de entrenamiento, del tamaño de un campo de fútbol. Luego se lleva al pastor alemán con pasos marciales, y una cojera casi imperceptible, y lo encierra tras darle de beber. Después avanza por debajo de unas tipuanas -un árbol tropical- y entra en su oficina, que, más que oficina, parece un museo repleto de trofeos, retratos de todos los perros que ha tenido en cuarenta años, imágenes con el rey emérito y felicitaciones de Navidad de los Reyes ilustradas con fotografías de la Princesa Leonor y la Infanta Sofía con cara de muñeca Nancy.
En casa de los Ferré siempre hubo un perro. El padre era cazador y no faltaba su 'socio', con quien congenió Vicente de niño. "Siempre sentí una atracción muy fuerte hacia el mundo animal y encima me crié con Félix Rodríguez de la Fuente. Tenía facilidad para comunicarme con el perro, pero esto (vivir del adiestramiento) entonces no se podía ni soñar".
Sus padres tenían un pastor alemán negro -no abundan-, luego un setter irlandés y también alguno para cazar. A Vicente le cautivó el primero. "Es el mejor perro y por eso es el que más me gusta. Es el más completo para las funciones sociales y el perro de trabajo por excelencia".
'Junior' y 'Galax' comparten apellido, Jardines del Real, en un sistema universal para conocer la 'trazabilidad' del animal. El apellido determina el lugar donde ha sido criado, y la primera inicial del nombre, la camada. Porque todos los hermanos tienen un nombre que empieza por la misma letra, que avanza por orden alfabético.
Todo esto lo explica Vicente Ferré a gritos. Así habla mientras mueve unos brazos fuertes y unas manos como hogazas de pan. Hay arañazos por todas partes, pero el laureado adiestrador valenciano asegura que un perro nunca le ha mordido de gravedad. Solo un par de agujeros "por culpa de sus dueños". Siempre ha sido capaz de imponer su experiencia y ahí lo fundamental es saber leer las señales que va emitiendo el perro. "Yo tengo miedo a lo desconocido. He trabajado con perros muy peligrosos con los que un error, lo pagas. Pero yo le tengo más miedo a las personas que a los perros. Siempre me he llevado mejor con ellos. El perro siempre se muestra como es; si es peligroso, lo manifiesta. Tú eres experto porque eres capaz de prever lo que va a pasar. Los accidentes son producto de la falta de concentración y a mí no me han mordido en 40 años, solo tengo dos o tres señales de chicha y nabo".
Este año se ha tenido que enfrentar a un par de fieras. Una de ellas, un mastín tibetano de 80 kilos del tamaño y el aspecto de un león que acabó trabajando "como si fuera un labrador retrievier" de tan dócil que era. El otro era un animal muy agresivo e inexpresivo al que sus dueños no podían ni sacar de la piscina el día que se cayó porque les atacaba desde el agua. "Ahí tienes que ser tú el dominante; no puedes mostrar una fisura porque un perro de esos te muerde y no te lo sueltas".
Vicente se formó en una época, hace cuarenta años, en la que España era un país irrelevante en el adiestramiento de pastores alemanes. Nada que ver con Alemania y los países de su entorno. Ahora ha mejorado la situación. "El CEPPA, un club de ámbito nacional de criadores y adiestradores de pastores alemanes, tiene entre dos mil y 2.500 socios, y el de Alemania tiene 40.000, pero, aún así, España es un país puntero en el adiestramiento".
Su padre era fresador, pero acabó cogiéndose la baja permanente por unos problemas en la espalda. Eran ocho hermanos y el dinero escaseaba. Por eso Vicente ahorraba lo que podía y se marchaba a Alemania a aprender el tiempo que daba su exigua fortuna. Luego volvía a València a trabajar, separaba un dinero de sus ganancias y regresaba a Alemania. Allí aprendió de los mejores. "Me formé con lo mejor que había. El más destacado, el doctor Helmut Raiser. También con Gunter von Washausen".
Su determinación le permitió abrirse camino en el inexistente oficio de adiestrador en España. Aquel joven con querencia a las artes -"fui tallista de madera y tenía condiciones para la música", asegura- lo dejó todo por los perros, por los que tuvo "adicción" desde niño. "Empecé con menos que nada y no tenía ni idea de alemán, pero era una persona que creía en sí misma y con una dosis de atrevimiento o locura importantes".
A los 20 años, Vicente ahorraba todo lo que se podía en una familia de ocho hermanos con muy pocos recursos. Así que aspirar a vivir de los pastores alemanes era poco menos que una utopía. Por eso ahora se sienta en esa silla de oficina rodeado de trofeos y reconocimientos y se siente como un rey en su trono. Su currículo está repleto de títulos de campeón de España y cinco Mundiales acabados entre los diez mejores con cinco perros diferentes. Algo inaudito. También es el único español que es juez internacional y el primero que dio seminarios por España y Latinoamérica. Y un éxito más del que presumir: "Somos la única familia que compite a la vez en los campeonatos del mundo. Mi mujer, Angeles Real, es la más premiada de este país en competición, y mi hijo, de su generación, es el que tiene el mejor palmarés. Somos el único caso de padre e hijo compitiendo en el mismo Mundial". Pero le ha costado lo suyo, partiendo de donde partía. "He sido un luchador por mis sueños casi esquizofrénico", admite.
Hace tres décadas, cuando el mundo no estaba tan a mano como ahora, era muy difícil criar perros para competir. "Se compraba lo que desechaban los alemanes y, entonces, solo podían comprar los pudientes". Hasta que Vicente Ferré se hartó y decidió que era el momento de mejorar el producto nacional. Y que iba a ser él quien lo criara. Así nació la estirpe de los Jardines del Real -"elegí este nombre porque representa a mi ciudad y lleva el apellido de mi mujer, Real"- y ya en 1999, por primera vez, un español acudió al Mundial con un perro llamado 'Karo de Jardines del Real' y logró acabar entre los quince mejores. "Ahí empezó mi segundo objetivo: demostrar a España que se puede y se debe potenciar lo nuestro".
Su primer centro de adiestramiento lo abrió enfrente de Kinépolis. Un negocio pequeño y modesto que nada tiene que ver con Deport-Can, hoy gestionado por su hijo y su hija, asentado desde hace tres décadas sobre un terreno considerable en Alcublas y que incluye, para entender su dimensión, residencia canina, centro de acogida y hasta una funeraria para animales.
'Alex' fue el primer perro con el que compitió. Luego vino 'Iris', traído de la antigua Checoslovaquia. Era un momento en el que no había ni campeonatos nacionales. El primero se celebró en València en 1989 y lo ganó con 'Barry von Rassestandard', un pastor alemán de cinco años. Porque esta raza empieza a criarla cuando tienen cuatro meses. El adiestramiento se prolonga hasta los cuatro años, momento en el que puede empezar a competir. Y su vida deportiva acaba a los siete. "En ese momento se convierte en el perro de casa. Vivo en una zona boscosa en el corazón de la Calderona y entonces pasa a disfrutar de ese entorno".
Vicente solo tiene dos perros de competición. Una que sería como el titular y un segundo, más joven, al que prepara hasta que llega su momento. "Solo tengo los que puedo atender adecuadamente. Soy de los que menos cría y solo tengo dos hembras que voy sustituyendo cuando mueren. Yo no soy criador de perros sino seleccionador de esta raza. Tengo un centro con muchos perros que no son míos".
Dice que son como hijos porque convive estrechamente con ellos desde que cumplen tres meses hasta que los retira y se los lleva a su hogar. Pero los canes no viven tanto tiempo como los hijos y eso puede producir un gran dolor cada década. "Es duro, sí, pero la diferencia es que ya cuentas con ello", reconoce. Por eso jamás ha vendido uno de sus virtuosos pastores alemanes. Ni siquiera cuando vinieron de China o Tailandia y le ofrecieron cientos de miles de euros. "Mis perros no están en venta", afirma en tono tajante.
Son su vida. Y hace un esfuerzo por explicar el momento tan especial que se vive en las competiciones, cuando esperan durante quince minutos en el túnel de un estadio. "Ahí te enfrentas a algo que no depende de ti. Tú has entrenado durante meses al perro, pero no sabes lo que está pensando. Tienes que tener una relación muy estrecha con él y eso no se puede traducir a la mentalidad humana. Y cuando saboreas una competición, tanto lo bueno como lo malo, se produce una sensación que es muy especial".
Él solo ha encontrado algo que se le asemeje: cruzar la meta de un maratón o un triatlón. El deporte llegó tarde a su vida. De joven tuvo que trabajar mucho porque en su familia no había dinero. Al final se decantó por correr porque era lo más barato y porque un cliente se lo recomendó. Otro, tiempo después, le habló del taekwondo y entonces empezó a practicarlo. Un día, en una competición, sacó a un rival del tatami y cuando iba a pegarle una patada, al ver que estaba fuera, se frenó y ahí se quebró su rodilla. Rotura del ligamento cruzado. Una lesión terrible hace treinta años. "Me operaron dos veces, pero quedé tocado". Entonces empezó a fortalecer la pierna y a hacer deporte. Hasta que un año, a su hermana más querida, Juani, con la que más congeniaba, le detectaron un tumor en el cerebro. "Se fue en unos días. Era muy vital y muy luchadora, pero se fue casi sin despedirse. Se quedó en la camilla del quirófano", explica con un nudo en la garganta sin casi poder mirar el retrato, amplio y algo descolorido, que hay en una esquina de su mesa.
Aquella muerte impuntual le empujó a animar a sus hermanos a correr el Maratón de Valencia para dedicárselo a Juani. "Lo acabamos tres hermanos y un cuñado. Y a partir de entonces corríamos uno cada año". Hasta que les dio por probar con la bicicleta. Un día, subiendo por alguna de los alrededores de Bétera, se encontraron a un ciclista parlanchín. Este les contó que era triatleta, y Vicente, ignorante, le respondió: "¿Y eso qué es?". Aquel joven les explicó lo que era un Ironman -3.860 metros de natación, 180 kilómetros en bicicleta y 42,195 kilómetros, un maratón, a pie- y que en España se celebraba en Lanzarote. "Yo veía a un tío esmirriado y no entendía cómo podía hacer todos esos kilómetros. Solo sabía que quedaba casi un año para el siguiente Ironman y que yo quería estar ahí. Me compré una bici que me venía pequeña y comencé a pegarme contra el agua en la piscina de Bétera. Era un desastre".
Vicente tenía 43 años cuando fundó, con otros, el CEA Bétera, uno de los clubes de triatlón más reputados de España. Al año siguiente, en primavera, un 21 de mayo, estaba en Lanzarote con una bici pequeña, un neopreno pequeño, sin haber nadado en su vida en el mar, pero la misma ilusión que el mejor triatleta del mundo. "Fue una experiencia muy bonita porque iba a lo desconocido. Solo éramos dos valencianos: yo y un chico negro y muy simpático llamado Julio Cortina, que no paraba de hacerse fotos con todas las chicas y que había hecho una preparación mucho más metódica y completa que yo".
Después de ese vinieron trece Ironman más por distintos lugares del mundo. El año pasado, en México, disputó el último. La rodilla ha empezado a quejarse y no conviene forzar más de la cuenta. Pero cuando un competidor suelta aquello de "en principio es el último", es que esa puerta no está cerrada del todo. Y que es más probable que vuelva a abrirse a que se cierre para siempre.
El deporte y los perros no dejaron hueco para mucho más. Solo unas copas de vino y una cerveza alemana los sábados. No hay más vicios en su vida. "Yo me crié en Xirivella y de todos mis amigos de la adolescencia solo hemos sobrevivido el 5%. La droga hizo estragos en mi generación", cuenta con lástima. Él, en cambio, considera que ha disfrutado de una vida plena. Con un gran reconocimiento internacional en su ámbito canino, con clientes ilustres dispuestos a pagar lo que haga falta -él solo les cobrará lo que toca- para que eduque a sus mascotas y con visitas a la Zarzuela para trabajar con el golden retriever, un gos de atura y los pastores alemanes del rey Juan Carlos I. O cómo logró que la camada de la Guardia Real lograra acabar con la supremacía de los perros de la Guardia Civil. Porque a Vicente Ferré, no hay perro que se le resista.