Sento, MacDiego, Cristina Durán y un largo etcétera hablan maravillas de otro largo etcétera. De Paula Bonet. De María Herreros. De Luis Demano. De Paco Roca.
En el asiento trasero de un taxi vuelan Antonio Altarriba, Elena Uriel y Sento Llobell. Bajo la mirada furtiva del conductor, que mira de reojo por el retrovisor, hablan de Venecia, de Sagunto y de Belchite, los lugares por donde han sacado a pasear su imaginación y su creatividad. Prodigan halagos a dibujantes que no les oirán, son generosos con los ilustradores que inician ahora su carrera profesional. Es tarde.
Son más de las nueve de la noche y el salir de la glorieta, el taxi se amontona en una nube de coches al embocar la calle Colón. Enseguida aparecen las luces rojas y azules de la policía rebotando en los edificios y los escaparates. Varios furgones cruzados delimitan un sendero por el que pasaremos mientras observamos las armas y las señales, recordándonos que la realidad ha incrementado su dosis de crueldad los últimos días. “Soy todo lo feliz que puedo ser sin mirar para otro lado”, dirá Elena más tarde parafraseando a Ricardo Darín. Cómo afrontar tanta realidad. Puede que contando. O dibujando.
Porque uno se sobrepone a la fuerza y ellos han sabido sobreponerse con dibujos, colores e historietas. Antonio Altarriba confiesa que tardó unos años en reaccionar a la muerte de su padre; el resorte que lo llevó a escribir la historia de su padre fue el reclamo de unos pocos euros por parte de la residencia donde se había suicidado. Y ocho años después salió El arte de volar, una historieta editada por la alicantina Edicions del Ponent que consiguió el Premio Nacional de Cómic 2010.
En cierto modo fue terapéutico. Antonio habla de su padre y de los recuerdos alegres, de los veranos en Francia y de las risas y bromas de los amigos anarquistas. “Ellos tenían necesidad de contar, pero yo tenía también necesidad de contar”, asegura.
Elena Uriel saca de una maleta el diario de su padre, rumiado día tras día en su encierro en una cárcel de Zaragoza; saca el primer libro de memorias que escribiera el médico Pablo Uriel, editado de manera artesanal por un grupo de estudiantes de Bellas Artes de hace varias décadas; saca No se fusila en domingo (Pretextos, 2005); y saca por último un uniforme y un reloj con una nota escrita por un cura de 1939 en la que hacía entrega de manera clandestina o piadosa de ese reloj parado, propiedad de un muerto, de un fusilado, el hermano del doctor Uriel.
“Tenía la historia y tenía un dibujante extraordinario”, explica junto a Sento Llobell. Ambos, uno con el dibujo, otra con la documentación, los datos y el color, podrían pasar horas hablando de Un médico novato (Salamandra, 2013), Atrapado en Belchite (2015) o del tercer cómic que cerrará la trilogía de las memorias del doctor Uriel y que saldrá a la luz previsiblemente en la primavera de 2016.
Cristina Durán comenta la exposición que la Facultat de Filologia de la Universitat de València ha dedicado a algunos de los cómics firmados por ella, dibujante, y Miguel Ángel Giner, guionista, bajo el título Còmic i acció social. Sobreponerse es la única forma de continuar. Y de esa voluntad surgió Una posibilidad entre mil (Sins Entido 2009, finalista del Premio Nacional de Cómic 2010), que relata el nacimiento de su hija Laia, con parálisis cerebral, y La máquina de Efrén (Sins Entido, 2012), sobre el largo proceso de adopción de su segundo hijo.
A sabiendas de su vocación social, Pablo Rebaque les propuso un viaje a Nicaragua para que a su vuelta contaran a su manera cómo se desarrollan los proyectos de cooperación de Intermón Oxfam. Viñetas de vida (Astiberri, 2014) es un conjunto de relatos y de experiencias dibujados por diez artistas: Sonia Pulido, Isabel Cebrián, Álvaro Ortiz, Miguel Gallardo, Antonia Santolaya, Enrique Flores, Paco Roca y David Rubín, aparte de Cristina y Miguel Ángel.
“Nos habíamos limitado a informar con datos sobre los proyectos que teníamos en marcha y queríamos cambiar la manera de comunicar desde las ONG”, explica Pablo. Y por eso decidió aprovechar el tirón de lectores de cómic y la capacidad expresiva de los dibujos. “Viñetas de vida funciona de forma independiente, es un cómic independiente, pero parte del mundo de la cooperación”. Valor doble.
Las cifras de facturación del cómic son muy volubles. En 2011 las editoriales facturaron un total de 94,4 millones de euros; en 2013, tan solo dos años después, un 43% menos: 53,5 millones. Sin embargo, todos coinciden en la efervescencia del mundillo. “Basta ya de quejarnos. Los abogados están mal, los diseñadores están mal, los autónomos están mal, todos están mal. Hay que sobreponerse a ello”, afirma enérgico MacDiego, quien se ha encargado de coordinar el rescate de Un siglo de tebeos [valencianos] (2015).
Un siglo entero, con la Escuela Valenciana de por medio, con el mundo fallero (al que se han prestado artistas como Sento o como Ortifus) de por medio, con La Traca de Vicent Miquel Carceller (a quien fusilarían los franquistas en Paterna en 1940) anticipándose al humor, la provocación y la sátira de Charlie Hebdo (léase El Papus, El jueves, Orgullo y satisfacción...). Léase también Barbaritats valencianes (2015), uno de los libros más vendidos en la Fira del Llibre de este año junto a Un dinar un dia qualsevol de Ferran Torrent y las novelas juveniles de Albert Espinosa. ¿Tiene límites el humor? Y Lalo Kubala y Xavi Castillo se descojonan. “A cuanta más gente toquemos los huevos, mejor”, explican de manera didáctica.
¿Qué ocurre en Valencia? Sento, MacDiego, Cristina Durán y un largo etcétera hablan maravillas de otro largo etcétera. De Paula Bonet. De María Herreros. De Luis Demano. De Paco Roca. Pablo Rebaque concreta un poco más: “Si tuvierais dinero para compraros solamente dos cómics este año, deberían ser Cuando no sabes qué decir (Salamandra, 2015) de Cristina Durán y Miguel Ángel Giner y Dream team (Reservoir Books, 2015) de Mario Torrecillas y Artur Laperla”.
La efervescencia, no obstante, es un momento concreto dentro de una larga historia de trabajo silencioso. Un instante. Una sensación. Y entre Manuel Benet, que explica el oficio de dibujante desde los años setenta, y Sergio Bleda, incorporado en los años dos mil, completan el panorama lleno de peros, lamentos y réplicas:
-Yo no tengo ningún original de mis trabajos. Estarán en Inglaterra, Escocia, Suecia, Italia.
-Vosotros teníais encargos. Ahora es muy difícil tener una continuidad y una estabilidad.
-Vosotros sois “autores”. Nosotros éramos dibujantes.
¿Tendremos en 2016 la anunciada Feria del Tebeo Valencia? Tras su repentina suspensión hace pocos días y el aplazamiento sine die del evento que se estaba organizando para principios de diciembre, hay que replantearse el alcance de tanto entusiasmo y la solidez de tanta efervescencia. No parece coherente la búsqueda de un público lector, o su consolidación, con la organización de un macroevento de pago donde no hay facilidades en cuanto a ubicación (fuera de la ciudad) ni participación de librerías (por precios desorbitados de los stands).
Si no las instituciones de la ciudad, la universidad, en cambio, parece abrir los ojos ante este fenómeno. ¿Espejismo? Profesores como Álvaro Pons o Adela Cortijo han ido caminando en favor de esta apertura. “El cómic se entendía como una cosa para adolescentes con granos, o para niñas sentimentales a lo Rocío Durcal”, explica Adela. Y luego empieza a enumerar autoras, temas y luchas, como aquel cómic de batalla feminista y de batalla lésbica que alumbró la Francia de los años sesenta y setenta. ¿Qué queda de todo ello? Y Adela teoriza desde lo general hacia lo militante: “Estamos en una generación que se cree que ya está todo conseguido y acabamos siendo nosotras machistas y vosotros machistas”. ¡Qué pocas mujeres dibujan sobre la Guerra Civil!, dice Viviane Alary, quien desde la universidad francesa ha intentado rastrear la importancia de este soporte como manifestación artística.
También Viviane considera que la universidad francesa no cede espacios a la innovación investigadora y a los cambios de currículo. Antonio Altarriba lo explica a punto de coger un taxi para ir a la estación: “Mira, en la universidad no se estudia cómic por desinterés, porque los profesores se reparten contenidos y hacen esquemas convencionales. Pero sobre todo el cómic no se estudia por incompetencia: los profesores no están dispuestos a aprender sobre técnica, sobre dibujo”. Cada frase suya es un titular.
Para hablar de reconocimiento Altarriba cuenta una historieta. Cuando explicaba que estaba escribiendo el guión de un cómic sobre la vida de su padre, alguien extrañado le conminó: “Tu padre no se merece un cómic, se merece una novela”. El resto ya lo sabemos: vimos las zapatillas de estar por casa apoyadas en el alféizar de la ventana de la residencia.
También habrá que sobreponerse a esto.