Se está dibujando una estrategia para aprovechar la música como palanca de desarrollo socio-económico en la ciudad.
Valencia, capital de una de las regiones con un número mayor de músicos por habitante, es ya una ciudad musical. Exporta una gran cantidad de talento (¡cuántos tubistas del terreno hay repartidos en orquestas de alrededor de Europa!), atrae instituciones internacionales como Berklee, es un espacio idóneo para festivales de todo tipo y tiene una industria musical y varias escenas en positivo crecimiento. El Deleste marcó la pauta a otros festivales pequeños pero únicos como el She’s The Fest, dedicado al talento femenino, o el nuevo Valencia Beach Festival. De los grandes, el Festival de les Arts está ya más que consolidado.
La relación entre música y desarrollo socio-económico es muy potente. La cultura en general, y la música en particular, citando a Pau Rausell, es un antibiótico de amplio espectro. Tiene un impacto positivo en el empleo, en la educación (un proyecto de investigación de Econcult analizaba la relación positiva entre estudios complementarios musicales y rendimiento de los estudiantes de primaria), en la diversidad, el empleo, el uso del espacio público, la recuperación de edificios obsoletos y la calidad de vida. Las bandas, los grupos de música y los interpretes son micro-empresas y las salas y los espacios culturales son sus incubadoras, sus espacios de innovación y de interrelación.
Un número creciente de experiencias satisfactorias en el punto de encuentro entre la industria musical y el desarrollo urbano, está generando una creciente atención desde el mundo de la reflexión, la investigación y la política. La Music Cities Convention, que se celebra por segundo año este mayo en Brighton, es precisamente la primera conferencia mundial centrada en la relación entre música y urbanismo. La conferencia, y la línea de divulgación y lobby internacional asociada, ha sido iniciada por la empresa Sound Diplomacy, con sede en Londres y Barcelona. Precisamente una conferencia TEDx de su fundador, Shain Shapiro, en Berklee Valencia hace exactamente un año, sirvió de pistoletazo de salida.
Valencia destaca por sus bajas barreras sociales, su estilo de vida entre mediterráneo y universitario y por la atracción de estudiantes internacionales. Al mismo tiempo dispone de una base musical muy importante y de numerosos espacios infrautilizados que pueden funcionar como activadores.
Para maximizar los impactos positivos de la música (que está en nuestro ADN) en la calidad de vida y el desarrollo económico, debemos dotarnos de una estrategia que lo facilite. Aquí el camino pasa por articular las escenas y la industria desde abajo: garantizando un ocio familiar, integrado en la ciudad y compatible con el descanso, y fomentando el turismo musical como derivada del disfrute y la creación local.
Una estrategia de políticas para potenciar la musicalidad de Valencia deberá alinear las visiones y las expectativas de los agentes de la industria (músicos, promotores, salas, discográficas, escuelas), sin olvidar que el objeto último de la política cultural es el ciudadano, el usuario final. Hay medidas muy sencillas que tienen un impacto inmediato: agilizar las licencias, facilitar las condiciones para la música en vivo, generar mecanismos transparentes para el uso de los espacios públicos y los centros culturales de propiedad pública, permitir la música en la calle, poner al servicio de una visión global los festivales públicos como el de Fallas o la Feria de Julio. Un buen ejemplo en esa línea es la propuesta de Josep Nadal de abrir las salas de conciertos a menores de 18 años.
Ahora que se habla tanto del relato, pongámosle la banda sonora a ese orgull valencià que se predica. Empecemos a dar la nota.