VALÈNCIA. El sol reposa sobre un amplio jardín de palmeras y eucalipto. Las esculturas allí instaladas conviven con una cabra y un perro que se pasean a sus anchas por la villa, una casa de la Belle Époque situada en las alturas de la ciudad de Cannes. Las vistas privilegiadas a Golfe-Juan y la luz del mediterráneo marcan el ritmo de la bautizada como La Californie, la penúltima residencia de Pablo Picasso, que compartió con su esposa Jacqueline Roque, con quien se instaló en 1955, poco después de que se conocieran en un taller de cerámica. Desde las alturas y con vistas al mar comenzó el malagueño a enfrentarse a la última etapa de su vida, dos décadas de incesante producción que, más adelante, a causa de la agitada vida social de Cannes y el foco constante sobre su figura, trasladaría a la localidad francesa de Mougins, donde falleció en 1973.
Fue en esos años donde la figura de Roque se volvió clave tanto en la vida como en la obra del malagueño, convirtiéndose no solo en su musa –fue retratada en centenares de ocasiones- sino también en una pieza importantísima para el desarrollo de sus últimas obras. La implicación de esta relación en la producción artística del pintor es el pilar que centra la exposición Picasso y la modelo. El perfil de Jacqueline, una muestra comisariada por Fernando Castro y Laura Campos que ha abierto sus puertas este jueves en Fundación Bancaja, donde se podrá ver hasta el próximo mes de marzo.
Ciertamente, el apellido de Picasso no es extraño para el centro cultural, cuya colección suma una importante representación de obra del autor. No en vano, la entidad suma en sus fondos unas 2.000 obras, lo que la convierte en la institución privada con el mayor conjunto de obra gráfica de Pablo Picasso a nivel internacional. Esto se ha traducido en los últimos años en numerosas aproximaciones expositivas, un trabajo constante en torno al pintor sobre el que, ahora, la entidad quiere dar un paso más, un camino que tiene un destino claro: "València, ciudad picassiana".
Esta fue la declaración de intenciones del presidente de la Fundación Bancaja, Rafael Alcón, durante la presentación a medios de la exposición, la de convertir a València en una de las ciudades clave para completar el relato del pintor, junto a Barcelona, París y Málaga. “No hemos venido a hacer una exposición más”, subrayó. En este sentido, el presidente de la entidad incidió en que no se trata de una muestra aislada sino de una parte de un "proyecto" mayor que pasará por la generación de una batería de investigaciones y propuestas constantes en torno al pintor, una ambición que se asienta sobre los años de trabajo de Fundación Bancaja, pero que arranca esta nueva etapa con Picasso y la modelo. El perfil de Jacqueline, una exposición “nueva” que se espera llevar por el “corredor mediterráneo picassiano”.
Esta ambición de futuro -próximo- de Fundación Bancaja va de la mano de la presentación de una extensa exposición que despliega más de 250 obras para acercarse a esa última etapa de producción del pintor, un periodo “más feliz”, sin la “angustia o violencia” de otras épocas, que está marcado profundamente por la presencia de su última esposa. “Fue muy criticada. Hay que reivindicarla porque ha sido muy maltratada por la historiografía […] pero lo que intentó fue evitar que llegaran una cantidad de moscones y aduladores, intentó preservar su tiempo de trabajo”, relata Castro, quien destaca ese rol como “musa” al tiempo que la labor que llevó a cabo en el taller del pintor, trabajando a su lado con los grabados u organizando el espacio, algo que queda reflejado en algunas de las fotografías de Edward Quinn y David Douglas Duncan que presenta la muestra.
Si bien la fotografía nos permite observar algo de esa cotidianidad de sus residencias en Cannes y Mougins, una suerte de mirilla a través de la que observar su día a día, la muestra que presenta Fundación Bancaja no se marca como objetivo reconstruir la relación sentimental entre ambos, en un primer momento muy cuestionada por su diferencia de edad –Picasso ya superaba los 70 años cuando la conoció- y por los conflictos familiares en torno al patrimonio del artista tras su muerte. El proyecto, más bien, pone el foco en cómo la figura de la francesa Jacqueline Roque afecta de manera directa la obra que produce el malagueño durante esas dos últimas décadas de vida.
“Para Picasso, Delacroix ya había pintado a Jacqueline. De hecho, hemos encontrado un grabado de antes de que la conociera que ‘es’ Jacqueline. Para él era un icono que se convierte en un arquetipo […] la ve a través de toda la Historia del Arte”, refleja el comisario. Desde el primitivismo, el post-cubismo o con un acercamiento al clasicismo se presenta a una Jacqueline a la que también representa en las recreaciones que realiza de algunos de los pintores que más le influyeron, como El Greco, Velázquez o Matisse. Precisamente es en los grabados dedicados a las variaciones de Les femmes d’Alger de Delacroix donde, en 1955, aparece por primera vez.
Ese pintor y la modelo, temática más que recurrente en la trayectoria de Picasso, cobra una nueva dimensión en esos últimos años en los que retrata, aproximadamente, en 400 ocasiones a su esposa, unas representaciones que no se limitan a la mera reproducción de la realidad, sino que se sumergen en una profunda reflexión en la que se relacionan conceptos como la identidad, la sexualidad o la propia condición de la mujer en la sociedad. “De todos los temas que Picasso abordó, este del pintura y su modelo es el que más tiempo le tuvo ocupado, hasta sus obras postreras, y no hay ningún otro con tantas variaciones e interpretaciones”, explicaba el historiador francés, Pierre Cabanne. “Fue una temática muy recurrente, hasta casi convertirla en un género pictórico propio”, indicó Alcón durante la presentación de la exposición.
La muestra pone el acento de manera especial en la faceta de Picasso como grabador, presente con obras de la Suite 347 y la Suite 156, de la que existen únicamente tres colecciones completas, siendo una de ellas de la Fundación Bancaja, así como una importante sección de libros ilustrados, de entre los que destacan Le Carmen des Carmen, La Chèvre o Température, esta última una “rareza” en miniatura que no se había expuesto hasta ahora. Entre unas y otras obras, el centro cultural compone un relato en torno al Picasso tardío, aquel que, aunque se creía "inmortal", no lo era, un Picasso que, desde Francia, no olvidó la España de los toros o La Celestina. Todos esos Picassos, ahora, se reúnen en València.