Espero que València crezca. Deseo que lo haga. No tengo nostalgia alguna por el desarrollismo de los sesenta ni por la monumental burbuja que nos llevó a la crisis. Tampoco pretendo elogiar el crecimiento económico como un objetivo en sí. No creo que haya que elegir entre empleos o bosques y menos aún entre empleos y huerta. De hecho, la apuesta por la sostenibilidad medioambiental es una estrategia también de sostenibilidad económica. Pienso, aún así, que València tiene que crecer. La cuestión es cómo debería hacerlo.
Las ciudades, las unidades geográficas de la vida diaria, el trabajo y la producción, son la invención más importante que hemos hecho los humanos. Las ciudades hacen a las personas más productivas, tolerantes y ricas. Se espera que el 68% de la población mundial viva en ciudades en 2050.
Las ciudades no son ya aquello opuesto al campo por estar amuralladas. La estructura urbana se expande e inserta en lo rural, abraza el campo y es imprescindible impedir que destruya los ecosistemas naturales y sociales.
Nuestro activo económico más importante es la red de ciudades, grandes y pequeñas, bien conectadas por densas infraestructuras; dicha red es además el garante de la supervivencia de un necesario mundo rural al que no hay que despojar de opciones.
En España, según datos de la OCDE, la población del área metropolitana de Madrid pasó de los 5,4 millones de habitantes en el año 2000 a los 7 millones en 2014. Barcelona creció de los 3,3 millones a los 3,8. València tenía 1,4 millones de habitantes en el 2000 y 1,7 en 2014 y la población de Sevilla se incrementó de los 1,3 a los 1,5 millones en el mismo periodo. Es decir, el crecimiento del área metropolitana de Madrid fue superior a la suma del de las tres áreas metropolitanas siguientes en función de su tamaño.
Un crecimiento (no exponencial) de la población urbana es deseable por razones económicas, sociales y medioambientales. Además, la llegada de personas migrantes a las ciudades las ha enriquecido durante siglos; la diversidad y la mezcla de culturas ha impulsado las sociedades más prósperas.
Hoy en día, en una Europa densa, las ciudades no capitales pueden aprovechar las ventajas relacionadas con su calidad de vida, su accesibilidad o su relativo bajo coste para atraer a personas y negocios. También pueden mostrarse abiertas y acogedoras ante aquellos que vengan y ver crecer a los allí nacidos. Un mayor peso poblacional es también un mayor peso político. No será provechoso para València que siga la tendencia de la hipertrofia de Madrid alimentada por los esteroides de una política de infraestructuras estatal que solo entiende de centro y periferia.
El PAI del Grau, la zona de crecimiento más importante que proyecta la ciudad, ha despertado un callado pero interesante debate. El nuevo diseño, desvelado recientemente por los medios planteaba una gran dotación de zona verde, junto a varias torres de gran altura y la segregación de usos de oficinas, residencial y equipamientos. El planteamiento ha sido fuertemente criticado por el profesor Josep Sorribes que afirma que no se diferencia del urbanismo especulativo anterior a la burbuja.
Creo que es un debate saludable. Más allá de cerrarnos en banda defendiendo el decrecimiento poblacional de la ciudad es el momento de establecer nuevas premisas para poder acoger a más personas. Sobre todo para no cometer errores del pasado y ante la evidencia de que el ‘nuevo urbanismo’ no ha sabido en general crear barrios y plazas a la altura del dinamismo y la calidez de los cascos históricos y los ensanches.
El (moderado) esperado y deseable crecimiento de València en los próximos años debería cumplir al menos las siguientes premisas.
En primer lugar, la sostenibilidad radical, priorizando siempre la rehabilitación antes que la nueva construcción y la construcción en vacíos urbanos en lugar de transformar espacios agrícolas. Los edificios deberían cumplir unos estándares de eficiencia medioambiental y gestión de residuos muy superiores a los alcanzados en las promociones de los últimos años.
En segundo lugar, la protección de la trama urbana mediterránea: ciudades como València, Alacant, Palma o Barcelona, con sus ensanches como estandarte; que son muy densas pero a la vez libres de rascacielos y tienen una gran dotación de espacio público; donde conviven comercio y residencia, son un gran patrimonio estudiado e imitado alrededor del mundo. Sería absurdo intentar implantar ahora modelos funcionalistas que se han demostrado fallidos desde los años 50.
En tercer lugar, la defensa de la diversidad y la democracia ya que las ciudades son lo que son gracias a ellas. Las ciudades como refugio, sujeto político, lugares de libertad, se construyen a través de la calidad del espacio público y de la convivencia y la interacción entre gente distinta. Es necesario no separar las viviendas públicas de las de libre mercado y los colegios de los lugares de trabajo. El derecho a la ciudad, el derecho de transformar los entornos urbanos en los que vivimos según nuestros deseos, está ya reconocido en la Nueva Agenda Urbana de las Naciones Unidas.
En cuarto lugar, la promoción de la vivienda pública. Parece evidente que dicho derecho a la ciudad solo será posible con una fuerte política de vivienda capitaneada por una apuesta por la vivienda pública. La nueva ley de la función social de la vivienda abre el camino y debemos felicitarnos por el nombramiento de la profesional valenciana Helena Beunza como Secretaria General de Vivienda del Ministerio de Fomento.
En quinto lugar, la garantía de la inclusión. Ciudades para niños de 8 años y mayores de 80, el urbanismo con perspectiva de género: introducir estas perspectivas en los nuevos desarrollos urbanos ha demostrado incrementar el bienestar para todos. Otra vez aquí, el espacio público tiene un rol clave.
Y, en sexto lugar, la apuesta por la producción. Las ciudades no son barrios dormitorio, son espacios vivos donde se entrelaza la compra, la convivencia, la creación artística, el comercio, la innovación e incluso la fabricación. La actividad económica se desarrolla cada vez más cerca de los lugares donde se duerme y se disfruta. Las ciudades son los polígonos industriales del mañana, como lo fueron en el pasado.
Las ciudades deben saber mirarse en el espejo, entender de donde vienen para dibujar a donde van. Las premisas que he propuesto son difícilmente inseparables de la gestión de la ciudad ya construida pero me parece imprescindible tenerlas en cuenta para la nueva, que no puede nacer dando la espalda a lo que ya existe.