Una investigación desde Colorado, Santiago y California toma como punto de partida la evolución urbana de València para medir la edad de las ciudades españolas
VALÈNCIA. En 2021 el investigador Dominic Royé publicó un mapa sobre València en el que la ciudad, además de verse bien claramente atravesada por la silueta del Túria, recordaba a unas vidrieras góticas. En realidad, más allá de su visión artística, era el resultado de una maraña de datos que suponía tomar miles de registros del catastro y datar la superficie según la construcción de sus edificios, desde antes de 1890 hasta después de 1999. La aplicación de los sistemas de información geográfica convertía a la ciudad en un rosetón y con el que recibía cerca de 5.000 adhesiones. Cuando el tratado de datos y la estética se alían.
De manera sintetizada se podía ver claramente qué ‘edad’ tenía cada fragmento de València: una sucesión de asentamientos que estallaba de colores cálidos alrededor de Ciutat Vella y cuyos tonos van enfriándose conforme se alejan del núcleo original; el esquema del ensanchamiento de una sociedad sobre el espacio físico. “Lo esencial fue contar una historia de forma simple”, explica el investigador.
La interpretación del catastro de la Comunitat Valenciana les ha permitido medir la superficie autonómica construida hay en 2020 respecto a 1900: un 10,4% frente al 6,3%.
Esa interpretación de la evolución urbana de València supuso un espaldarazo. “Su forma morfológica, la división provocada por los jardines del Túria”, destaca Royé, les permitió visualizar la potencia de su tratamiento: con un vistazo, un acercamiento ágil a cómo se ha configurado una ciudad. Permite -comenta el investigador- percibir el efecto de “la industrialización que supuso la llegada de muchos inmigrantes y crecimiento de la vivienda, además del factor de capitalidad autonómica, y las infraestructuras que la comunican en el corredor mediterráneo”.
Aquella prueba piloto fue el detonante de una investigación bien amplia sobre el desarrollo constructivo de España.
Un equipo internacional de la Universidad de Colorado Boulder, la Fundación para la Investigación del Clima, la Universidad de Santiago de Compostela y la Universidad de Southern California, han resumido por primera vez datos de 12 millones de registros de edificios a partir de una superficie continua de 100x100 metros, diferenciados por usos y por períodos de cinco años, desde 1900 a 2020.
Supone, según sus autores, un trabajo con millones de huellas de edificios que, con “sus mediciones multitemporales que cuantifican los cambios en la superficie” permiten comprender mejor “muchos procesos naturales, antropogénicos y sociales”. También es un instrumento útil para la adaptación al cambio climático: la aplicación masiva de datos permite estudiar “la exposición del entorno construido ante los peligros naturales, las interacciones entre los espacios construidos y el medio ambiente, así como la vulnerabilidad de las infraestructuras construidas”.
Para prepararlo descargaron los datos del catastro -actualizados cada seis meses- incluyendo la edad de los edificios de València. Una vez importaron los datos, los sometieron a su distribución sobre el plano, aportando variables de densidad, para finalmente cruzarlos con el propio mapeo de la ciudad.
Más allá del juego curioso para datar la urbe, como quien baja en el ADN de un organismo, la síntesis del proyecto aporta una imagen de la importancia de la diversidad en una ciudad. La construcción siglo tras siglo de un lugar como València ha estado marcada por la superposición de capas, no por el aislamiento de las mismas. Una manera ágil de entender la máxima del sociólogo Richard Sennett sobre cómo “las formas rígidas y excesivamente definidas están asfixiando a la ciudad contemporánea”.
Si el Sennett escribía que “compartir genera vitalidad urbana” mientras que “marcar límites la destruye”, asomar el crecimiento de tonos fríos -los edificios más recientes- sobre bordes aislados, asumiendo los propios límites de la ciudad, es razonable por la necesidad de crecimiento de la propia población pero demuestra un desarrollo a la contra de la propia historia loca. Frente a la mezcla, separación. “Compartir genera vitalidad urbana y marcar límites la destruye”.
Bastaría pasar por Turianova -la nueva expansión inmobiliaria de València-, cuyo color en el mapa correspondería al azul hematoma, para percatarse del avance urbano a través de confinamientos, en lugar de un urbanismo barreja.