Sigo mi largo paseo por la ciudad y aunque el enunciado de la columna invite a pensar que es del género literario, dependiente de la ficción, no lo es. La realidad es otra. Desde hace siglos sobre la capital del Turia sobrevuelan ratas penadas; en la ficticia, oscura y corrupta Gotham City, creada por la compañía norteamericana DC Comics, desde el siglo pasado planea con alas un superhéroe de carne y hueso con el alias de Batman. A raíz del Centenario del Valencia CF, las dos sociedades de entretenimiento mundialmente embajadoras de la rata con alas, se han encontrado en la oficina internacional de patentes y marcas para solucionar la disputa por el uso de la imagen del murciélago. Habrá que esperar un tiempo -esperemos sea favorable para los ches- la sentencia que dictamine el tribunal de los logos. Dejo de sobrevolar las alturas para iniciar la ruta del relato desde el sótano del fracaso adentrándonos en el alcantarillado. El recorrido por las cloacas de Gotham es nauseabundo, huele a podrido, en las de València, el hedor de las toallitas atasca la sensibilidad de una comunidad que progresa en el claro compromiso de convertir en sostenible el Cap i Casal.
Regreso a la superficie, a la jungla del asfalto con la triste noticia ofrecida por el Ayuntamiento del alto coste en higienizar el colector dañado por las toneladas de las utilitarias de papel sumergidas en el subsuelo. Al seguir mi camino en la planta baja de la ciudad me enfrento a las marquesinas del mobiliario urbano que gestiona la empresa francesa JC Decaux. Ellas exhiben imágenes publicitarias de todo tipo, en algunas ofreciendo información de bienvenida al nuevo mundo del quinto contenedor, el pequeño de la gran familia. Debo hacer un alto en el camino, para refrescar en mi memoria el galimatías de la tasa Tamer -canon por prestación del servicio metropolitano de tratamiento y eliminación de residuos urbanos- nacida de las cenizas de la crisis financiera que entró vigor en el año 2009, pasando a pagar directamente los ciudadanos de València el nuevo impuesto en la factura del consumo del agua.
El nuevo depósito de color marrón se adhiere al parchís del reciclaje. Se distingue del resto del pantone porque representa al orgánico. Ya son cinco los colores que dividen el control por el almacenamiento de los residuos. Me comentaba un amigo que el pequeño almacén de alimentos aparece en escena porque desde que la histeria colectiva se apoderó de la ciudadanía por el no uso de las bolsas de plástico, los contenedores de color gris recibían los residuos directamente desde el cubo de la basura. No me lo podía creer. Embobados por ser respetuosos con el medio ambiente, hecho que aplaudo, vivimos obsesivamente bombardeados por una continua legión de normas por el uso adecuado de la división y reciclaje de los mismos. Hecho que ha llegado a afear el paisaje arquitectónico de nuestras calles y avenidas. A través de una ordenanza municipal habíamos conseguido embellecer la vía pública parapetando de parabanes los contenedores de obra que se solicitan para poder desescombrar en ellos ladrillos y otros enseres de las obras o reformas de pisos y locales, la llegada del quinto contenedor ha afeado nuestro paisaje urbano y eso que todavía no han desembarcado todos.
Me pregunto si la Concejalía responsable de Residuos a cuyo frente está Pilar Soriano tendrá un plan de choque para la correcta adecuación e instalación de los contendores en la vía pública. Algunos de ellos mal ubicados ocupan aceras, otros restan aparcamiento al espacio público del parque móvil ya mermado por las polémicas obras del carril bici. En fin, entre tantas terrazas, marquesinas, contenedores, el pasear por la ciudad de València se ha convertido en una carrera de obstáculos. Si no lo hace la Concejala tendremos que recurrir a un hechizo de Harry Potter o la fuerza del superhéroe de la rata con alas con el alias de Batman.