VALÈNCIA.- No es fácil entrevistar a Arturo Valls. No porque sea una persona inaccesible o distante, todo lo contrario. Dispuesto desde el primer momento a conversar con Plaza —«si te ha pasado el contacto Pepón, te hago un hueco mañana sin problemas»—, sus compromisos profesionales obligaban a retrasar la cita una y otra vez.
«¿Para cuándo queréis publicar esto? Creo que no te voy a poder dar fecha hasta dentro de dos o tres semanas. Se tiene que ir a València a la gala de los Goya e, inmediatamente después, comienza la grabación de Mask Singer: Adivina quién canta. A ver si encontramos un hueco en algún momento de la semana que viene, porque, si no, se nos va a juntar con la promoción de Camera Café», explica su agente que, junto a su departamento de prensa, son los mejores aliados de Valls a la hora de organizar su trepidante día a día.
«Quiero tener más tiempo para mí, jugar al tenis, hacer paellas, coger la bici… pero siguen saliendo proyectos y, si no salen, los genero yo mismo», reconoce Valls que, a su faceta de presentador y actor, ha sumado recientemente la de productor cinematográfico, algo que no deja de ser llamativo en un país en el que, a la hora de invertir, se acostumbra a optar por el ladrillo, los latifundios, una ganadería o las criptomonedas. Cualquier cosa, menos la cultura.
«Ya invertí en inmuebles en su momento. Pero es algo muy frío, muy resultadista, nada romántico. Prefiero hacer otras cosas en las que tengan más peso los buenos momentos. No siempre se consigue, pero es algo que suelo poner como objetivo más allá de los resultados económicos porque, si lo que se quiere es ganar dinero, no le recomendaría a nadie que se metiera en esto», explica Arturo Valls, que sintetiza en dos los principios rectores de su labor como productor: «Objetivo número uno: no palmar pasta, porque tampoco soy idiota. Objetivo número dos: que el proceso sea nutritivo, que aporte y sea divertido».
Fruto de esta personal filosofía empresarial son cintas como Los del túnel (2017) —«me dio la oportunidad de volver a trabajar con Pepón Montero, el director, y Juan Maidagán, a los que ya conocía de la serie Camera Café»— y Tiempo después (2018), de José Luis Cuerda. «Te puedes imaginar… Cualquier reunión, cualquier cena, todas las charlas con él eran un placer», recuerda Arturo Valls quien, a diferencia de otros productores que limitan su participación a la cuestión financiera, se implica en los tratamientos del guion y es especialmente receptivo a las necesidades de los realizadores.