Para el filósofo de origen surcoreano Byung-Chul Han, uno de los más reconocidos y citados de la era del titular capcioso y los artículos escritos sin suficiente planificación —como este—, los fastos, el momento de celebración, es cuando el individuo deja de tener presente su temporalidad: agendas, horarios, reuniones, clases y unidades de tiempo como duelos, cursos y entregas.
Dice en La sociedad del cansancio (Herder, 2022): «El tiempo de la fiesta es el tiempo que no transcurre. Es, en un sentido peculiar, el tiempo sublime. (...) La fiesta es el acontecimiento, el lugar donde se está entre dioses, es más, donde uno mismo se vuelve divino. Los dioses se alegran cuando los hombres juegan. Los hombres juegan para los dioses. Cuando vivimos en unos tiempos sin festividad, en una época sin fiesta, perdemos toda relación con lo divino».
El estatus de abandono del yo supeditado a las dinámicas cotidianas que se da en las celebraciones lima los prejuicios y diferencias. Ante un momento eurovisivo, perfiles heterobásicos y la comunidad LGTBI comparten rituales (delivery, canto desafinado, memes en redes sociales). Cuando España gana los cuartos de los que sea, el abrazo colectivo no distingue entre el operario de fábrica y el habitante de L’Eixample.
Formamos manadas, cardúmenes, colonias.
Por suerte, esta expresión de lo gregario no siempre tiene connotaciones negativas. Y aunque «nosaltres no som d'eixe món», que cantaba Raimon con una voz que juro que se parece a algunas canciones de Fleet Foxes, tenemos, como seres humanos, puntos de contacto con otras culturas. La fiesta aparece aquí como el aceite 3 en 1 que proporciona ocio, une culturas y limpia prejuicios. El día 21 de enero, volvemos a juntarnos para otra celebración: el Año Nuevo Chino.