VALÈNCIA. En 2002 la terminal de Manises apenas veía pasar a 2,2 millones de viajeros; en 2023 se rozaron los diez millones. Es solo un ejemplo de cómo, en estos últimos años, ciudades que apenas habían chupado de las ubres turísticas pasaban a amamantarse principalmente de ellas, tal y como explica nuestro compañero Vicent Molins. Y en ello han tenido mucho que ver las líneas low cost como Ryanair y el modelo de alojamiento de Airbnb. Unas ciudades que tienen que hacer frente al desafío de no equivocar su misión con la de un centro vacacional y seguir siendo un espacio útil, con servicios y prestaciones pensadas para sus ciudadanos.

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