VALENCIA. La palabra franquicia hace sonar las alarmas de los aficionados a la buena mesa; también huele a chamusquina en el caso de las hornadas. Puestos a caer en el pecado de la gula, mejor hacerlo con cierta garantía de calidad. Pese a lo que pudiera parecer, hay opciones mucho más complacientes que otras, y aspectos que pueden servir de indicador al cliente. Los letreros luminosos, la promesa del fast food, la uniformidad del servicio y las recetas procesadas son razones suficientes para huir; por el contrario, si los ingredientes son de primera calidad y las recetas se reproducen, pero se efectúan a mano, no hay razón para negarle una oportunidad a esa idea de negocio de libre explotación.
Un paseo por Valencia (y sus alrededores) sirve de actividad didáctica sobre las prácticas gastronómicas de alto riesgo. Por supuesto, hablamos de las franquicias, que ni siquiera de las cadenas. A base de prueba y error es posible aprender donde merece la pena detener nuestros pasos y de dónde conviene salir corriendo. El término medio es muy remoto.