VALÈNCIA. La interpretación es una carrera plagada de incertidumbre y obstáculos, donde el encadenado de proyectos se alterna con parones angustiosos por involuntarios. El actor Fernando Guallar (Córdoba, 1989) es una rara avis dentro de su oficio. Austero y ahorrador, la vorágine de trabajo reciente le ha permitido parar para repensarse y solo acceder a trabajar en proyectos que le motiven. Tras un tiempo de reflexión y descanso, el galán atípico de la serie Velvet Colección, el joven castrado emocionalmente en Explota Explota (Nacho Álvarez, 2020), el agente de Luis Miguel, el actor fracasado que tantea el poliamor en El juego de las llaves (Vicente Villanueva, 2022), acaba de retomar la actuación en el remake para Netflix de la comedia romántica francesa Cita a ciegas (Clovis Cornillac, 2014), que supone el debut en el cine de la cantante Aitana.
— ¿Qué compone el apego que sientes por València?
— Evidentemente mi experiencia vivida aquí, que fue muy linda y muy ingenua. Era muy feliz con muy poquito y no tenía las preocupaciones de ahora. También es una ciudad muy amable, pegada al mar. Soy anticoche y València me permite caminar e ir en bici. Estoy más tranquilo, soy más feliz. Siento Madrid como mi casa, pero de repente hay veces que necesito irme unos días. Madrid se ha convertido en una vorágine de consumismo, de turismo horroroso. El centro está completamente prostituido. Así que cuando me ofrecen curro fuera, ya es un aliciente.
— Tu vínculo con la ciudad se forjó cuando cursaste aquí la carrera de Arquitectura. ¿Llegaste a ejercerla?
— Un mes como becario en un despacho, pero me di cuenta de que no era para mí. Me sentía un farsante. Cada vez valoro más haberme comprometido con una carrera como la de Arquitectura, porque me ha dado más de lo que pensaba: un sentido de la responsabilidad, un compromiso, una madurez que en otras circunstancias hubiera sido diferente. Me vine solo a una ciudad desconocida e hice un montón de amigos que siguen siendo un pilar.
— Periodismo fue otra carrera que barajaste.
— Era mi tercera opción. Creo que se me habría dado bastante bien. Con nueve años decía que quería ser diplomático. Ya ves qué niño más repelente… Pero con el tiempo también lo estuve pensando porque hablo cuatro idiomas: inglés, alemán, francés y español, me encanta viajar y la interacción social.