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¿Es la gastronomía de izquierdas o de derechas?

  • Foto: EVA MÁÑEZ
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VALÈNCIA. No es una regla general, por supuesto, pero según la Encuesta Social Europea (ESS), hay profesiones más de derechas y otras más de izquierdas. Algunas no sorprenderán: los jueces, notarios y abogados tienden a mirar más a la diestra, los artistas, escritores, e intelectuales a la siniestra.

Podríamos decir, a priori, que cuanto más matao, más a la izquierda y cuanto más forrao, más a la derecha, si la realidad no fuera más compleja que Barrio Sésamo.

Los auxiliares de vuelo, por ejemplo, los azafatos y guías turísticos, se sitúan bastante a la derecha, más incluso que los notarios, más que los taxistas con su castiza Cope. Mientras que los profesores de universidad, a pesar de disfrutar de un nivel económico medio alto, viran más a la izquierda. El corte de los trabajadores de la confección es de derechas, el de los de la minería, de izquierdas. Los médicos operan mayoritariamente en la derecha, los enfermeros en la izquierda. Pero ¿y la gastronomía? 

¿Es más de izquierdas o de derechas? No resulta fácil de determinar. Y como no hay nada mejor que el trazo grueso para emborronar la realidad, vamos a ello.

Si pensamos en los chefs de alta cocina, automáticamente vemos crecer sobre sus cabezas un aura de creador, de artista de vanguardia, de ente preocupado más por su arte que por ganar dinero, que lo aboca irremediablemente a la izquierda. Pero si pensamos en el precio de un menú de restaurante con estrella Michelin, en la frecuente coincidencia entre la figura de cocinero y la de empresario, se nos escoraría más a la derecha. 

Claro que no sólo de los grandes chefs vive la gastronomía. ¿Recordáis cuando la hostelería era tradicionalmente la profesión de aquellos a los que no se les daban bien los estudios, a los que no se le daba bien nada en particular? "¿Pero tú quieres acabar detrás de la barra de un bar?", era una amenaza de padre que tenía su efectividad hace treinta años. Por más que el restaurante fuera bueno, no dejaba de ser un pequeño fracaso que un hijo te saliera trabajador de servicios poco cualificado. 

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